Episodio 26 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 26 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos una leyenda navideña turca intitulada
‘Los calcetines de San Nicolás’.

¿Sabes cómo empezó Santa Claus a repartir regalos? ¿Y por qué? 
Esta hermosa historia basada en una leyenda turca nos trae la historia de San Nicolás, un obispo al que le gustaba ver feliz a la gente. ¡Te invito a escucharla junto a los Sonialitas!

En el episodio 26 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos una leyenda navideña turca intitulada
Los calcetines de San Nicolás.

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Episodio 26 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Los calcetines de San Nicolás’

Hazan, Sila y Nor eran tres niñas turcas muy pobres, que vivían junto a su padre en una humilde casa. El padre estaba muy triste, porque sus hijas crecían y él se daba cuenta de que no iba a tener dinero suficiente para pagar una dote el día que quisieran casarse, ya que era típico en Turquía pagar una dote por cada hija casadera. 

Las chicas eran tan pobres, que no tenían calzado, y en invierno, tenían que andar por la nieve con unos simples calcetines. Pasaron los años y las niñas se convirtieron en unas adorables jovencitas.

La noche del 24 de diciembre, llegaron de la calle y se quitaron los calcetines empapados. Los pusieron a secar junto a la chimenea. Las hermanas, empezaron a llorar.
Su padre les preguntó qué les pasaba, y la mayor contestó: 

– Me he enamorado de un soldado, papá, pero no me puedo casar porque no tengo dote.

– Yo me enamoré de un maestro -dijo la mediana- pero no podré casarme por falta de dinero.

– Y yo… -continuó la más pequeña- me enamoré de un músico, pero al no tener dote, no puedo hacer nada. 

El padre bajó la cabeza muy triste y todos se fueron a dormir.
Lo que no sabían es que Nicolás, un obispo bondadoso que vivía en su mismo pueblo, había escuchado todo desde el otro lado de la ventana. Conmovido, se le ocurrió que podía ayudar.
Esa noche, Nicolás se puso su capa y su gorro rojos y entró en la casa de las muchachas por la chimenea. Dejó un saco con dinero en cada calcetín de las chicas. 

A la mañana siguiente, las muchachas se encontraron el dinero, y locas de alegría, corrieron a buscar a sus parejas.
Ese mismo día, las tres muchachas se casaron, radiantes de felicidad. 

Nicolás, al ver la alegría que había ocasionado ese pequeño gesto, decidió que todos los años, cada 24 de diciembre, dejaría regalos a todas las personas que pudiera.
Con los años se hizo famoso, pero como nadie sabía quién era en realidad, comenzaron a llamarlo, Santa Claus. 

Leyenda turca

Episodio 25 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 25 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos una leyenda del folklore islandés intitulada
‘Los 13 hombrecitos de la Navidad islandesa’.

¿Te imaginas que no hay un Papá Noel? ¿Te imaginas que hay… 13?
Es lo que sucede en Islandia. Allí, los niños reciben la visita de 13 hombrecitos de la Navidad. ¡Escuchemos sus travesuras junto a los Sonialitas!

En el episodio 25 compartimos una leyenda del folklore islandés intitulada 'Los 13 hombrecitos de la Navidad islandesa'. ¿Te imaginas que no hay un Papá Noel? ¿Te imaginas que hay... 13? Es lo que sucede en Islandia. Allí, los niños reciben la visita de 13 hombrecitos de la Navidad. ¡Escuchemos sus travesuras junto a los Sonialitas!

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Episodio 25 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Los 13 hombrecitos de la Navidad islandesa’

¿Te imaginas que no hay un Papá Noel? ¿Te imaginas que hay… 13?

Cuenta la leyenda que en Islandia habitaban hace mucho, mucho tiempo, unos jovencitos muy bajitos llamados jólasveinarnir, a los que les gustaba gastar muchas bromas a los niños, hasta el punto de atemorizarles. 

Todos ellos eran hermanos, hijos de una ogra, pero cada uno tenía su carácter único y particular. Eso sí, les encantaba esconderse entre las rocas, la nieve o los glaciares.

Los niños tenían auténticas pesadillas y cada vez que veían a alguno de estos  jólasveinarnir o enanitos, salían corriendo a esconderse en sus casas.

Los habitantes de este lugar, enfadados con estos comportamientos, decidieron pedir ayuda al rey del lugar. Al principio éste no les escuchó, hasta el día en que sus propios hijos recibieron la burla de estos hombrecitos. 

Harto de esta situación, decidió castigarles de esta forma: si no querían ser desterrados de por vida de Islandia, debían llevar un regalo a cada niño, un día al año, como recompensa por todo el mal que les habían hecho. 

Los  hombrecitos, que eran 13, acordaron llevar los regalos antes del 25 de diciembre. Y como eran 13, la Navidad comenzaría trece días antes del día 25. Cada cada uno de ellos debía recorrer un largo camino hasta la casa de un niño. Pero como seguían siendo un poco traviesos, además del regalo dejaban también una travesura. 

Además, decidieron que sólo dejarían dicho presente en forma de juguete, de libro o de dulce a los niños que se habían portado bien. A los que se habían portado mal, les dejaría en cambio… ¡una patata!

Por si eso fuera poco, también acordaron no renunciar nunca a su carácter travieso y burlón.

Durante esas dos semanas previas al 25 de diciembre, los hombrecitos gastarían bromas en cada hogar. Y como son invisibles, podrían hacerlo sin disimulo. 

Así es como desde entonces, los niños islandeses no reciben la visita de Papá Noel, sino la de 13 Papá Noel o de los 13 hombrecitos, que deciden cada Navidad si dejarán un lindo regalo o una patata a los pies del abeto navideño. 

Por cierto, para no perder su costumbre y debido a su genio travieso, gastan alguna que otra broma para dejar constancia de que pasaron por allí. 

Leyenda islandesa

Episodio 24 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 24 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un cuento navideño intitulado
‘Un reno mareado’.

¡Los Sonialitas nos regalan otro simpático cuento navideño!
En este episodio compartimos las aventuras de un reno demasiado mareado para ayudar a Papá Noel a entregar los regalos a todos los niños del mundo… ¿Llegarán a tiempo?

En el episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos la poesía intitulada 'La familia Polillal'. ¡Te invito a escuchar esta simpática poesía llena de agujeros!.

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Episodio 24 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Un reno mareado’

Horacio, así se llamaba, era un reno muy curioso y movedizo que jamás se podía quedar quieto. Era famoso en el Polo Norte por ir de aquí para allá mirando todo y poniendo sus patas donde podía y donde no también.

Era la época de Navidad y todos en el taller trabajaban sin parar para llegar a tiempo con todos los regalos. No sólo trabajan los duendes, sino que también lo hacían todos los renos entrenando todo el día para estar en forma y poder volar por el mundo entero sin problemas.

Horacio era el fiel compañero de Rodolfo, juntos eran los dos primeros renos del trineo y quienes dirigían a los que iban detrás, siguiendo las indicaciones de Papá Noel. Jamás había habido problema alguno durante el viaje más maravilloso y mágico del año.

Sin embargo, esa Navidad, las cosas no serían igual.

En el Polo Norte, crecían unas flores de un aroma muy rico, pero que si uno se acercaba mucho para olerlas, terminaba muy mareado. Su perfume era realmente embriagador, por eso Papá Noel, si bien las cuidaba como a todas las flores, les había puesto un cerquito con un cartel que decía “No Oler”.

Si pensamos que Horacio en todo metía su hocico y encima no sabía leer, podemos imaginar qué pasó.

Justo el día antes de Navidad, se detuvo frente a las flores y olió cuanto pudo y pudo mucho pues su narizota era realmente grande.

Al principio, el efecto del perfume no se sintió, pero a las pocas horas, justo cuando el trineo debía levantar vuelo, Horacio empezó a sentir cosas extrañas en su cuerpo.

No habían ni siquiera repartido los primeros regalos cuando Horacio empezó a sentirse tan, pero tan mareado que el mundo entero le daba vueltas a su alrededor. Ya no sabía para dónde iba, no importa para qué lado Papá Noel tirara de las riendas, parecía que el reno había enloquecido y se movía de un lado para el otro. Rodolfo y los demás renos trataron de sujetarlo, pero el pobre Horacio, víctima del perfume de las flores, era un trompo sin fin. Tanto se movía que, intentando subir una montaña, el trineo no pudo hacer la maniobra acostumbrada y volcó.

Todos los regalos quedaron desparramados por el suelo. Papá Noel fue a parar a la ladera de otra montaña, los demás renos quedaron patas para arriba y Rodolfo ya no tenía roja su nariz, sino blanca del susto.

Tan rápido como pudieron, juntaron todos los regalos y siguieron camino.

– ¿Estás bien? Preguntó Rodolfo a Horacio.

– La verdad que no, me siento algo borrachín para ser sincero. Contestó Horacio tratando de fijar la vista que se le iba de un lado para el otro.

– ¿Tomaste alcohol? Sabés que no debemos.

– ¡Qué alcohol ni alcohol amigo! Estuve oliendo las flores del cerquito.

– ¡Qué reno desobediente habías resultado! ¡Sabías que no se puede! Ahora mirá lo que pasa, estás mareado.

– No te preocupes Rodolfo, trataré de recomponerme.

No terminó de decir esta frase que, producto de la desorientación que tenía, no vio que el trineo venía en bajada.

Nada importaron los gritos de Papá Noel que ya se veía dentro del lago y todo empapado, el trineo fue a parar casi casi en el medio del agua.

Afortunadamente y gracias a los excelentes reflejos de Rodolfo, los regalos no se mojaron. Dio un giro tan rápido que logró volver a poner el trineo en su lugar y excepto por la barba de Papá Noel que chorreaba mucho, el episodio no pasó a mayores.

Antes de que el efecto mareador del perfume de las flores se esfumara, se atascaron en unas rocas.

Si bien, gracias a que todos colaboraron, pudieron salir sin problemas, la entrega de los regalos estaba realmente atrasada. La noche pasaba y los niños debían recibir sus regalos ¿llegarían a tiempo?

Una vez recompuesto del mareo, Horacio, sintiéndose muy culpable por el atraso, tomó una decisión. Dividirían el trabajo de entrega con Papá Noel. Rodolfo se sumó a la idea, unos irían a unas casas y otros a otras. Los renos jamás habían salido del trineo y menos para repartir regalos, pero era el momento justo para hacer algo que jamás habían hecho. Los niños no podían quedarse sin obsequios.

Cuando el trabajo se hace en equipo y con un objetivo en común, todo sale bien.

No fue fácil realmente ni para Rodolfo, ni para Horacio, entrar en las casas sin romper algún adorno o cortina, pero si bien algún que otro destrozo hicieron, lograron su cometido.

Horacio quería reparar la demora que habían tenido por su culpa, Rodolfo quería ayudar a su amigo, Papá Noel quería hacer su trabajo y por sobre todas las cosas, los tres deseaban cumplir el sueño de todos los niños.

El objetivo se cumplió, todos y cada unos de los regalos fueron entregados, ningún niño quedó sin el suyo.

Lo cierto es que algunos niños que habían espiado esperando conocer a Papá Noel, se encontraron que en vez de barba tenía cuernos, que tenía cuatro patas y no dos piernas, que no usaba gorro, en fin. Hay que decir que terminaron un poco confundidos, pero no mucho pues pensaron que el desconcierto se debía al sueño que tenían por lo tarde que era y no a otra cosa.

Eso sí, en el Polo Norte ya no hay un cartel en las flores que diga “NO OLER”, lo reemplazaron por otro que dice: “SE RECOMIENDA A HORACIO NO ACERCARSE A MENOS DE DIEZ METROS”.

Horacio aprendió a ser más prudente. No obstante ello, las siguientes navidades ayudó igual a Papá Noel a repartir los regalos, pues aprendió el valor del trabajo en equipo y vivió en carne propia la inmensa alegría de hacer felices a los niños.

Liana Castello

Episodio 23 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 23 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un cuento navideño intitulado
‘El rincón de nieve’.


Los Sonialitas han dejado este simpático relato bajo el árbol. ¡Escuchémoslo!

En el episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos la poesía intitulada 'La familia Polillal'. ¡Te invito a escuchar esta simpática poesía llena de agujeros!.

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Episodio 23 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El rincón de nieve.’

La pequeña ardilla Tartán, vivía en un bosque mágico, lo que tenía un montón de ventajas, porque significaba que en cualquier esquina siempre te encontrabas algo inesperado.
Pero de todos los lugares increíbles del bosque había un rincón muy especial, el que más le gustaba a Tartán.
Solo podías encontrarlo un día al año: el día de Nochevieja.

Ese día, sin importar si hacía calor o frío, junto a la esquina del puente encantado, Tartán y sus amigos se encontraban en el rincón de nieve. Un lugar tan lleno de nieve que las pequeñas ardillas podían pasar el último día del año jugando a tirarse bolas o en trineo o incluso, y esto era lo que más les gustaba, haciendo muñecos de nieve.
Cada ardilla hacía uno, con la particularidad de que cada muñeco de nieve era exactamente igual al muñeco de nieve que esa misma ardilla había hecho el año anterior.

El muñeco de nieve de Tartán se llamaba Rayón, porque le encantaba que las bufandas que cada año Tartán le ponía al cuello fueran de rayas.
No le gustaban de puntitos, ni de flores, ni de animales, a Rayón solo le gustaban las rayas.

Tartán y Rayón habían pasado tantos años juntos (un día, cada año, el último día del año, pero muchos años al fin y al cabo) que ya eran grandes amigos. Se contaban lo que habían hecho en todo el año, los sueños que querían ver cumplidos el año que empezaba y se divertían mucho juntos. Después, cuando la luna se ponía en el punto más alto, marcando el final del año, el rincón de nieve comenzaba a desaparecer, a volverse cálido. Los muñecos se iban deshaciendo poco a poco, y las pequeñas ardillas se despedían de ellos hasta el año siguiente.

Así fue siempre, año tras año, mientras Tartán fue una pequeña ardilla. Sin embargo hubo un año en que Tartán no fue a buscar el rincón de nieve:

– Eso son tonterías de ardillas pequeñas, yo ya soy mayor. En Nochevieja quiero hacer otra cosa: ir al baile de los abetos danzarines.

Tartán no volvió al rincón de nieve y con el tiempo también se olvidó de su buen amigo Rayón, ese muñeco de nieve que aparecía una vez al año y con el que había compartido tantos sueños. Muchas lunas en el punto más alto fueron marcando los finales de año y Tartán se hizo mayor. Tanto que hasta encontró una compañera y juntos tuvieron muchas ardillas pequeñas que recorrían con curiosidad el bosque encantado, sorprendiéndose de cada esquina mágica con la que se encontraban.

Un día de Nochevieja, las pequeñas ardillas de Tartán encontraron el rincón de nieve, hicieron un muñeco y pasaron con él todo el día hasta que se acabó el año. Cuando volvieron a casa le contaron a Tartán todo lo que habían hecho:

– Cada uno hacía su muñeco de nieve y pasaba con él las horas.

– ¡El mío era divertidísimo y me ha prometido que nos veremos también el año que viene!

– Y el mío, y el mío…

Solo la más pequeña de todas no parecía tan contenta como el resto. Sorprendido, Tartán le preguntó qué había pasado con su muñeco de nieve:

– El mío era bueno y dulce, pero no le gustó mucho mi bufanda. Me dijo que solo le gustaba las bufandas de rayas y que la mía era de cuadraditos. Luego me contó que una vez tuvo un amigo pero ese amigo se olvidó de él y nunca jamás regresó. Me dijo también que no quería ser mi amigo si yo también le iba a abandonar. Yo le dije que no lo haría, pero no me creyó. Y ahora no sé si aparecerá de nuevo el año que viene.

Al escuchar a su pequeña ardilla, Tartán supo que aquel muñeco de nieve era Rayón y que el amigo que le había abandonado era él. Juntos habían pasado muchas Nocheviejas y sin embargo, él no había vuelto jamás a visitarle. Sintiéndose muy triste salió corriendo en busca del rincón de nieve. Pero como ya era Año nuevo, el rincón se estaba deshaciendo y los muñecos estaban casi derretidos.

Aun así, pudo identificar entre todos ellos a su viejo amigo Rayón. El muñeco, medio deshecho, también lo reconoció a pesar de lo mayor que se había hecho.

– ¡Has vuelto!

– Sí, he vuelto. Siento haber tardado tanto. Pero te prometo que la próxima Nochevieja no faltaré…

Tartán cumplió su promesa y junto a su hija pequeña acudió todas las Nocheviejas al rincón de nieve para conversar con su viejo amigo Rayón, para hablar de sueños y de la posibilidad maravillosa de llegar a cumplirlos. Rayón le escuchaba feliz: su sueño, tener a Tartán a su lado, por fin se había cumplido…

María Bautista