Episodio 32 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 32 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘El mago de Oz’.

Este relato nos invita a reflexionar sobre cómo la fuerza de nuestras creencias y pensamientos nos ayude a alcanzar nuestros deseos.

En el episodio 32 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado El mago de Oz. Este relato nos invita a reflexionar sobre cómo la fuerza de nuestras creencias y pensamientos nos ayude a alcanzar nuestros deseos.

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Episodio 32 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El mago de Oz’

Esta es la historia de una niña llamada Dorita que es arrastrada cielo arriba por un tornado que aparece de la nada, ante la vista sorprendida de sus tíos. La nena y su mascota Totó se alejan sin dejar rastro de su paradero.
Es así como Dorita y Totó llegan a una tierra donde reinaba la fantasía. En este lugar, la niña se hace amiga de un hombre de hojalata, un espantapájaros, un león y otros personajes increíblemente pintorescos con los que tiene gran cantidad de aventuras increíbles.

Al principio, Dorita sintió miedo sin sus tíos porque nunca había estado sola por tanto tiempo. Entristecida con la idea de no poder verlos nunca más, la niña pidió un deseo: encontrar el camino a su hogar. Pero el único personaje que podía resolver semejante situación era el mago de Oz. Entonces la niña emprende junto a su perro este largo recorrido para conocer al mago que los sacaría de apuros. Así se encuentra con un espantapájaros que necesitaba un cerebro y luego un hombre de hojalata que pedía un corazón. Hasta conocieron a un león tan cobarde que se moría de miedo con el perrito de Dorita.

Las aventuras de este grupo de personajes forman la historia de este cuento, ya que cada uno de ellos tiene un deseo muy fuerte por cumplir y poder ser felices. Todos juntos emprenden el camino esperando que el famoso mago de Oz los ayude.

Lo mas bonito de esta historia es que luego de innumerables aventuras cada uno de ellos conquistó sus metas, volviéndose más fuertes y confiados en sí mismos.

¿Quieres saber un poco mas de la historia? Pues aquí va:

El mago de Oz

Esta historia sucede en una granja de Kansas, EEUU. Se trata de una niña llamada Dorita que junto a su perro Totó, fue atrapada por un tornado y trasladada hasta tierras muy lejanas.

Para sorpresa de Dorita había llegado a un mundo poblado por seres extraños. ¡Tenía que encontrar el camino a su casa! Así fue preguntando cómo hacerlo hasta que un hada le recomendó consultar al mago de Oz.

¿Cómo hallarlo? -Sigue el camino de las baldosas amarillas- le dijo el hada.

En el recorrido para llegar hasta el mago de Oz, Dorita y su perro Totó se encontraron con un espantapájaros que clamaba por tener un cerebro. Al no poder ayudar a su nuevo amigo, la niña lo invitó a caminar juntos para encontrar al mago y pedirle un consejo.

También se les unió un hombre de hojalata. Este se encontraba triste porque quería un corazón y no encontraba la forma de solucionar su problema. Más tarde, hallaron a un león que a diferencia de los de su especie era tremendamente miedoso. Entonces, le invitaron a ver al mago de Oz para que le ayudara a vencer su timidez.

Después de mucho andar y vivir extraordinarias aventuras, Dorita, Totó, el espantapájaros, el hombre de hojalata y el león llegaron al país del mago de Oz donde fueron recibidos por un guardián. Tras preguntar qué querían, los dejó pasar.

El mago de Oz escuchó atentos los deseos de sus visitantes y les dijo que los ayudaría si vencían a una bruja que causaba muchas molestias a su reino. Los nuevos amigos aceptaron.

A salir para cumplir su tarea, los cinco amigos pasaron por un campo de amapolas y el aroma de estas flores los durmió. En ese momento, unos monos mensajeros de la bruja, los atraparan y los llevaran con ella.

Un poco por casualidad y otro poco por miedo, cuando Dorita vio a la bruja le lanzó un enorme tarro de agua a la cara. Al instante, la bruja se transformó en un charco de agua, porque esa era justo la solución para terminar con los hechizos que habían azotado al país del mago de Oz.

Al desaparecer la bruja, el hombre de hojalata, el león y el espantapájaros vieron cumplidos sus deseos. Sin embargo, Dorita y Totó no habían podido regresar a su granja en Kansas.

La curiosidad de Totó hizo que Dorita descubriera que el mago de Oz era un anciano que deseaba retirarse a un lugar donde pudiera reposar. Dorita lo siguió en esta travesía y juntos emprendieron un vuelo en globo.
La travesía cambió su rumbo cuando Totó se cayó del globo y ella saltó tras él. Mientras caía, Dorita escuchó como el hada le decía que pensara con mucha fuerza cuanto le gustaba estar en casa con sus tíos. La niña recordó esa alegre sensación pensando que: -¡No hay lugar más feliz que nuestra propia casa!

Al abrir sus ojos se encontró otra vez en Kansas. Escuchó la voz de sus tíos y corrió a abrazarlos bien fuerte. Dorita solo había estando soñando, pero vivió en ese mundo de fantasía una experiencia inolvidable.

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Episodio 31 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 31 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘El flautista de Hamelin’.

Este relato nos invita a reflexionar sobre el valor de la palabra dada y las consecuencias de nuestras promesas.

En el episodio 31 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado El flautista de Hamelin. Este relato nos invita a reflexionar sobre el valor de la palabra dada y las consecuencias de nuestras promesas.

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Episodio 31 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El flautista de Hamelin’

Érase una vez a la orilla de un gran río en el Norte de Alemania una ciudad llamada Hamelin. Sus ciudadanos eran gente honesta que vivía felíz en sus casas de piedra gris. Los años pasaron y la ciudad se hizo rica y próspera. Hasta que un día, sucedió algo insólito que perturbó su paz.

Hamelin siempre había tenido ratas y bastantes, pero nunca habían sido un peligro, pues los gatos las mantenían a raya de la manera habitual: cazándolas. Pero de pronto, las ratas comenzaron a multiplicarse.

Con el tiempo, una gran marea de ratas cubría la ciudad. Primero atacaron las tiendas y graneros y cuando no les quedó nada, fueron por madera, ropa o cualquier cosa. Lo único que no comían era el metal. Los aterrados ciudadanos se manifestaron ante el ayuntamiento para que los librara de la plaga de ratas, pero el consejo ya llevaba tiempo reunido tratando de pensar un plan.

-Necesitaríamos un ejército de gatos.

Pero los gatos ya no estaban.

-Deberíamos matarlas con comida envenenada.

Pero apenas les quedaba comida y ni siquiera el veneno era capaz de detenerlas.

-Necesitamos ayuda- dijo el alcalde abatido.

En ese preciso instante, mientras los ciudadanos se agolpaban afuera, llamaron fuertemente a la puerta. ¿Quién podría ser? se preguntaban preocupados los miembros del consejo, temreosos de las iras de la gente. Abrieron la puerta con precaución y, ante su sorpresa, apareció ante ellos un hombre alto, vestido con ropas de brillantes colores, con una larga pluma en su sombrero y una larga flauta dorada.

-He librado ciudades de escarabajos y murciélagos- dijo el extraño -y por mil florines, también les libraré de las ratas.

-¡Mil florines!- exclamó el alcalde -¡Le daríamos cincuenta mil si lo hiciera!

El extraño salió entonces diciendo:

-Ahora es tarde, pero mañana al amanecer no quedará ni una rata en Hamelin.

Todavía no había salido el sol cuando el sonido de una flauta se escuchó a través de las calles de Hamelin. El flautista fue pasando lentamente por entre las casas y todas las ratas le seguían. Salían de todas partes: de las puertas, de las ventanas, de las cañerías, todas detrás del flautista. Mientras tocaba, el extranjero bajó hacia el río y lo cruzó. Tras él, las ratas seguían sus pasos y todas y cada una de ellas se ahogaron y fueron arrastradas por la corriente.

Al mediodía, no quedaba ni una sola rata en la ciudad. Todos en el consejo estaban encantados, hasta que el flautista acudió a reclamar su pago.

-¿Cincuenta mil florines?- exclamaron- ¡Jamás!

-¡Que sean mil al menos!- gritó furioso el flautista. Pero el alcalde respondió:

-Ahora todas la ratas están muertas y no volverán. Así que confórmate con cincuenta florines, si es que no quieres quedarte sin nada.

Con los ojos encendidos de ira, el flautista señaló con un dedo al alcalde:

-Te arrepentirás amargamente de haber roto tu promesa.

Y desapareció. Una sombra de miedo envolvió a los consejeros, pero el alcalde se encogió de hombros y dijo emocionado:

-¡Qué diablos! Acabamos de ahorrarnos cincuenta mil florines.

Aquella noche, liberados de la pesadilla de las ratas, los habitantes de Hamelin durmieron más profundamente que nunca. Y cuando el extraño sonido de un flauta flotó por las calles al amanecer, solo los niños lo escucharon. Como atraídos de un modo mágico, los niños salían de sus casas. Y de la misma forma que había ocurrido el día anterior, el flautista recorrió tranquilamente las calles, reuniendo a todos los niños, que le seguían dócilmente al son de la extraña música.

Pronto la larga hilera dejó la ciudad y se encaminó al bosque y tras cruzarlo alcanzó la falda de una gran montaña. Cuando el flautista alcanzó la roca, tocó su instrumento con más fuerza y en la montaña se abrió una gran puerta que daba acceso a una cueva. Los niños entraron tras el flautista y cuando el último de ellos se adentró en la oscuridad, la entrada se cerró.

Un gran movimiento de tierras cerró la entrada de la cueva para siempre y solo un pequeño niño cojo pudo escapar de la tragedia. Fue él quien contó a los angustiados habitantes de Hamelin, que buscaban sus niños desesperadamente, lo que había ocurrido. Y de nada sirvieron todos sus esfuerzos: la montaña nunca devolvió a sus víctimas.

El alcalde fue incansablemente en busca del flautista, pero no lo encontraba. Un día cuando estaba a punto de darse por vencido lo encontró no muy lejos de Hamelin. Habló con él y le pidió disculpas y le dijo que le pagaría el doble de lo acordado e incluso el triple, pero que por favor devolviera a los niños del pueblo.

El flautista conmovido por las palabras del alcalde y sabiendo que había aprendido la lección le dijo dame únicamente lo que me pertenece, pues sé que has aprendido la lección.

De esta forma los niños volvieron con sus padres y el pueblo de Hamelin volvió a ser feliz como antaño.

Episodio 30 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 30 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el poético cuento intitulado ‘Las hadas de colores’.

¿Cómo sería un mundo sin cuentos? Es mejor no imaginarlo. Los cuentos forman parte de nuestra vida para que nunca perdamos la fantasía.

En el episodio 30 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento Las hadas de colores. ¿Cómo sería un mundo sin cuentos? Es mejor no imaginarlo. Los cuentos forman parte de nuestra vida para que nunca perdamos la fantasía.

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Episodio 30 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Las hadas de colores’

Había una vez un país llamado Fantasía, donde vivían hadas de colores, duendecillos, brujos y brujas que no querían que el reino de la Fantasía estuviera lleno de color y alegría.
Lumilda era una bruja que vivía sola en su castillo y se enfadaba mucho cuando contaban cuentos a los niños.

– No quiero que cuenten cuentos a los niños porque aprenderán a escuchar, tendrán imaginación, fantasía, ilusión y lo que es peor, buenos sentimientos en su corazón. ¡No dejaré que ocurra eso!, ¡Tengo que hacer algún hechizo!

Entró en su castillo, cogió su libro embrujado y con voz muy fuerte dijo:

– Brujos y brujas que queréis el mal, 
que mi voz podáis escuchar,  
nuestra magia tenemos que unir, 
para que en el mundo de la realidad, 
cuentos no se vuelvan a contar.

Cuando dijo esto, en el cielo se vieron relámpagos y se escucharon truenos, la magia de los brujos se había unido y el hechizo de Lumilda se había cumplido.
Y desde ese momento, en el mundo de la realidad no se volvieron a contar cuentos.

El Hada Arco Iris había visto lo que había hecho Lumilda y fue a contárselo al Hada Naranja que era el hada de los niños.

– Hada Naranja, Lumilda y los brujos del mal han unido su magia y han hecho que en el mundo de la realidad, cuentos no se vuelvan a contar.
– ¡Eso no puede ser!, llamaré a las hadas de colores, para ver qué  podemos hacer.

Cogió su campanilla mágica y empezó a tocarla: TILÍN TILÍN, TALÁN TALÁN TILÍN TILÍN, TALÁN TALÁN…

Cuando las hadas de colores escucharon la campanilla mágica, fueron al palacio del Hada Naranja y allí se enteraron de lo que había hecho Lumilda.

– ¡No dejaremos que se salga con la suya! – dijeron enfadadas.
– ¡Claro, que no la dejaremos! – dijo el Hada Naranja.
– Nosotras al mundo de la realidad iremos y cuentos a los niños contaremos. De este modo no perderán la fantasía, la ilusión, la imaginación y los buenos sentimientos en su corazón.

Todas las hadas hicieron un coro y con una voz muy dulce cantaron:

– Somos hadas de colores,
que al mundo real iremos,
y allí a los niños,
muchos cuentos contaremos.

Mientras cantaban iban colocando una piedra de color en el centro, entonces de las piedras de colores salieron muchos caminos y cada hada tomó uno distinto, que las llevaría al mundo de la realidad para contar cuentos a los niños.

Gracias a las Hadas de colores, los niños pudieron seguir escuchando cuentos.

Sagrario Martín Moreno

Episodio 29 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 29 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un cuento con trabalenguas incluido intitulado
‘La tortilla’.

¿Habéis oído hablar de Juanito el Metepatas? Parece que es el niño mas despistado que se conozca, pero nos enseña un simple trabalenguas para entrenar nuestra memoria. ¡Apréndelo también tu!

En el episodio 29 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos un cuento con trabalenguas incluido intitulado
'La tortilla'.

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Episodio 29 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘La tortilla’

¿Vosotros habéis oído hablar de Juanito el Metepatas? Bueno pues yo os voy a contar una cosita suya, pero no le digáis que os lo he contado, que se enfada y se pone a llorar como un niño chico.

Resulta que este niño se parece mucho a un tío muy despistado que hay en mi pueblo. Con deciros que si hace tres días que cayó el último chaparrón y solo queda un charco en todo el colegio allí se le va a caer el bocadillo cuando salga al recreo… Y encima, cuando vuelva a pasar por el mismo sitio, esta vez mete el pie hasta el tobillo.

Antes de continuar, os voy a pedir un favor, si os cruzáis con él no se os ocurra reíros cuando os acordéis de lo que os he dicho, que el pobre, por muy despistado que sea, también es muy buena persona. Además, que todos tenemos nuestros defectillos. ¿Os imagináis un colegio en el que todos los niños fueran perfectos, listos, trabajadores, responsables, muy buenos y obedientes? ¿A que sería el colegio más aburrido del mundo?

Pues ya está, por muy metepatas que sea nuestro amigo Juanito, no debemos reírnos de él. Bueno, ni de él ni de las faltillas de ningún niño. Estoy seguro de que cualquiera de vosotros se mira a un espejo y se encuentra algún defectillo, ¿a que sí?

Además, que Juanito también tiene sus cosas buenas como ya os he dicho, ¿sabéis quien es el mejor portero de su clase? Sí señor, lo habéis acertado. El delantero que le marca un gol a Juanito está presumiendo de goleador durante toda la semana. Y si os digo que cada vez que abre su cartucho de chucherías hay chucherías para todos sus amigos ya tenéis una idea de por qué ningún compañero se ríe de él. Eso sí, lo pasan de bien con sus despistes…

¿sabéis por qué le dicen el Metepatas? Esta primavera pasada, una mañana que iba de excursión con los niños de su clase, amaneció el día más hermoso que podáis imaginar. El sol brillaba en lo alto del cielo iluminando un campo plagado de flores. Los pajarillos, contagiados de tanta luz, volaban alegrando el pueblo con sus trinos. Parecía como si don Francisco, el maestro, hubiese adivinado el día que iba a hacer. El día anterior, les había dicho que iban a ir de excursión. 

–Pero ya está bien de tener a vuestras madres toda la tarde preparando bocadillos y refrescos. La comida la haremos nosotros en el campo. Así que traeremos huevos, patatas… –y les enumeró todo lo que necesitarían para preparar una comida campestre.

¿Os imagináis la ilusión que tenían todos los niños? Ya se sentían capaces de valerse por sí mismos y cocinarse la mejor tortilla que habían probado en su vida. Y como a tener hambre no había quien les ganase, allá que se presentaron en el colegio con tanta comida que, como dijo don Francisco, había para darle de comer a un regimiento.

Las canciones atronaban el cielo extendiéndose por todo el valle. Sobre todo, ésta que, según decía Juanito, era su preferida:

Estaba la rana sentada 

cantando debajo del agua.

Cuando la rana se puso a cantar

vino la mosca y la hizo callar.

La mosca a la rana que estaba

cantando debajo del agua.

Cuando la mosca se puso a cantar

vino la araña y la hizo callar.

La araña a la mosca, la mosca a la rana

que estaba sentada 

cantando debajo del agua.

Cuando la araña se puso a cantar

vino el ratón y la hizo callar.

El ratón a la araña, 

la araña a la mosca, la mosca a la rana 

que estaba sentada 

cantando debajo del agua.

Cuando el ratón se puso a cantar

vino el gato y lo hizo callar.

El gato al ratón, el ratón a la araña,

la araña a la mosca,

la mosca a la rana 

que estaba sentada

cantando debajo del agua.

Cuando el gato se puso a cantar

vino el perro y lo hizo callar.

El perro al gato, el gato al ratón,

el ratón a la araña, la araña a la mosca, 

la mosca a la rana

que estaba sentada

Cantando debajo del agua.

Cuando el perro se puso a cantar

vino el hombre y lo hizo callar.

Así, cantando y cantando, llegaron a la fuente del Genazar. Allí tendrían agua suficiente para acallar la sed de toda la chiquillería del pueblo. Además, disponían de un merendero con sus bancos, mesas y, lo que es más importante, un lugar para encender el fuego sin peligro de que éste se extendiese por el monte. 

Toda la mañana transcurrió entre juegos, carreras y, como no, subidas a los eucaliptos que rodean el manantial. Por fin, llegó la hora de preparar la comida.

–Hay que elegir a los cocineros–dijo el maestro–. Y los demás, alejaditos del fuego, que luego habrá que limpiar todo para dejarlo como lo encontramos. Así que, antes o después, habrá tarea para todos. 

Y así lo hicieron. Como la mayoría de los compañeros no se fiaban de los despistes de Juanito, a éste lo designaron “árbitro mayor” de quienes quedaron relegados a las posteriores tareas de limpieza.

–Más vale que estropees un escobón y no la tortilla –dijo, entre las risas de sus compañeros uno de los cocineros.

Pero… como siempre hay un diablo que todo lo descompone, quiso la mala suerte que un balón fuese a parar entre los cacharros de cocina.

–Que venga uno sólo por él –ordenó el maestro.

Y como el que estaba más cerca era Juanito, allá que éste comenzó una alocada carrera en busca del travieso balón…

Menos mal que en el pueblo dicen que a buen hambre no hay pan duro. O sea que, cuando hay hambre, cualquier cosa se come a gusto, hasta una tortilla en la que, además de patatas y huevos, hay… los cascarones de éstos.

Cualquiera se ponía a separar una cosa de la otra después de lo bien batidos que había quedado gracias a los pisotones que Juanito, el Metepatas, repartió en la cesta en que los huevos esperaban a ser preparados…

Manuel Cubero Urbano

Episodio 28 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 28 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un simpático cuento felino intitulado
‘El Gato de Bolsillo’.

¡Estás invitado a escuchar este relato de aventuras con bigotes!

En el episodio 28 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos un simpático cuento felino intitulado El Gato de Bolsillo. ¡Estás invitado a escuchar este relato de aventuras con bigotes!

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Episodio 28 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El Gato de Bolsillo’

Había una vez un gato de ojos verdes, pelo gris y cola larga. De modo que era un gato parecido a muchos otros gatos. Pero, eso sí, era un gato de bolsillo. Del bolsillo de Aníbal Gobi, guarda de tren del ferrocarril Mitre. 

Mientras Aníbal Gobi picaba los boletos con su máquina picadora el gato apenas espiaba desde el borde del bolsillo de su chaqueta marrón. 

El Gato de Bolsillo no se acordaba de nada que no fuese el bolsillo de Aníbal Gobi. Tal vez había nacido en el Galpón de la Esquina, o en la Casa de al Lado, o en el Jardín de Atrás. Pero lo cierto es que hacía mucho, muchísimo tiempo que vivía en el bolsillo. 

Al Gato de Bolsillo el bolsillo le parecía mucho más lindo que el resto de los lugares del Mundo Grande. El bolsillo era tibio, blando, suave, oscuro, tenía pelusas que hacían cosquillas y era muy fácil acurrucarse en el fondo. El Mundo Grande, en cambio, era frío y caliente, duro y líquido, áspero y liso, negro y brillante; tenía zapatos, ramas, relojes, caras, ruedas y Gatos Peligrosos. Era muy difícil acurrucarse en el Mundo Grande. 

Eso, al menos, era lo que pensaba el Gato de Bolsillo hasta las cuatro y cinco de la tarde del segundo jueves del mes de octubre, porque a las cuatro y diez de la tarde del segundo jueves del mes de octubre, mientras estaba asomado al borde del bolsillo, observando tranquilamente cómo Aníbal Gobi le picaba el boleto a una señora colorada, el gato vio algo nuevo, algo nunca visto en el Mundo Grande: un ratón de cola de piolín y ojos brillantes, un Ratón Cualquiera, que miraba pasar el tren desde atrás de un poste de la estación Belgrano. 

El Gato de Bolsillo vio al Ratón Cualquiera y enseguida notó que ya era hora de salir del bolsillo de Aníbal Gobi. En el bolsillo de Aníbal Gobi jamás había habido ratones de ojos brillantes y cola de piolín. 

El Gato de Bolsillo saltó y apoyó sus patas acolchadas en el piso del tren. Volvió a saltar y cayó en el piso de la estación. El Ratón Cualquiera lo vio, dio media vuelta y empezó a correr por la calle Zapiola, con el Gato de Bolsillo atrás, corriendo y corriendo, corriendo como no había corrido nunca. 

Como el Ratón Cualquiera estaba mucho más acostumbrado al Mundo Grande que el Gato de Bolsillo, ganó la carrera y encontró un agujerito donde meterse antes de que el Gato de Bolsillo pudiese sujetarle la cola con la pata. 

Entonces el Gato de Bolsillo supo que estaba solo en el Mundo Grande, sin pelusas y lleno de Gatos Peligrosos. 

El Gato de Bolsillo les tenía muchísimo miedo a los Gatos Peligrosos. Aníbal Gobi siempre le hablaba de ellos mientras le rascaba las orejas; le había contado que tenían garras afiladas, maullidos malévolos y el cuerpo lleno de horribles cicatrices. El Gato de Bolsillo, en cambio, tenía las uñas cortas porque Aníbal Gobi se las cortaba puntualmente todos los lunes a la noche; maullaba bajito y sólo cuando tenía hambre, y tenía un pelaje liso, entero y sin marcas. 

Pensando en los Gatos Peligrosos el Gato de Bolsillo se acurrucó detrás de una bolsa de basura. Mientras oía el ruido de los autos y seguía con los ojos los zapatos que iban y venían por la calle, gemía en voz baja: extrañaba muchísimo al bolsillo. 

Los zapatos se fueron yendo poco a poco y, poco a poco también, se vino la Verdadera Noche. Y fue entonces que aparecieron uno a uno, uno tras otro, los Gatos Peligrosos. 

Los Gatos Peligrosos eran silenciosos como todos los gatos. A veces eran rapidísimos y otras veces muy lentos, como todos los gatos. Y, como todos los gatos, tenían bigotes largos, ojos verdes y amarillos y cola larga. 

Pero eran peligrosos. El Gato de Bolsillo enseguida notó que eran peligrosos. 

Porque arqueaban el lomo. 

Porque maullaban hacia el cielo mostrando las gargantas. 

Porque abrían la pata y mostraban las uñas, larguísimas y afiladas. 

Cinco Gatos Peligrosos se acercaron al Gato de Bolsillo y los cinco arquearon el lomo, maullaron hacia el cielo y mostraron las uñas. El Gato de Bolsillo los miró con sus ojos verdes y vio que también ellos tenían verdes los ojos. 

Entonces pasaron cosas importantes: el Gato de Bolsillo arqueó el lomo; después maulló hacia el cielo y los Gatos Peligrosos le vieron la garganta; después abrió la pata y mostró las uñas, que no eran tan largas ni tan afiladas, pero que ya le estaban creciendo. 

Entonces pasó otra cosa importante: un Ratón Cualquiera. Y los seis gatos – un Gato de Bolsillo y cinco Gatos Peligrosos – echaron a correr. Todos persiguieron, todos saltaron tapias, todos esquivaron árboles y se escabulleron debajo de los autos estacionados. 

Y pasaron más cosas esa noche. El Gato de Bolsillo se peleó con un Gato Peligroso, pegó un salto muy alto, corrió una carrera, escarbó la tierra, encontró un poco de leche en el fondo de una bolsa de basura y se afiló las uñas en una pared de piedra. 

Y cuando ya empezaba a clarear los seis gatos – un Gato de Bolsillo y cinco Gatos Peligrosos – se fueron al Baldío de Enfrente y encontraron un rincón oscuro, tibio y suave arriba de un montón de trapos viejos. Y se enroscaron a dormir todos juntos. 

Entonces el Gato de Bolsillo supo que en el Mundo Grande no sólo había ratones de ojos brillantes y cola de piolín; también había bolsillos llenos de pelusa.

Graciela Montes

Episodio 27 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 27 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un bellísimo cuento clásico intitulado
‘Peter Pan’.

¿Conoces al eterno niño que no quiere crecer? Se llama Peter y está decidido a no transformarse en adulto. ¡Hasta vive en una isla llamada Nunca Jamás! Si pudieras, ¿elegirías tu también quedarte niño toda la vida?

En el episodio 27 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el bellísimo clásico intitulado Peter Pan. ¿Conoces al eterno niño que no quiere crecer? Se llama Peter y está decidido a no transformarse en adulto. ¡Hasta vive en una isla llamada Nunca Jamás! Si pudieras, ¿elegirías tu también quedarte niño toda la vida?

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Episodio 27 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Peter Pan’

Los Darling eran una familia compuesta por el siempre preocupado por las apariencias señor Darling, la amorosa señora Darling, sus tres hijos Wendy, John y Michael y Nana, un perro niñera que no tenía nada que envidiar a ninguna otra niñera. Wendy era la hermana mayor y en sus sueños vivía historias de aventuras en las que aparecía un personaje llamado Peter Pan, un niño volador, que vivía en la isla de Nunca Jamás.

La señora Darling alimentaba la imaginación de sus hijos contándoles cuentos cada noche, sin saber que al propio Peter Pan le gustaba acercarse a escuchar los cuentos para luego ir a contárselos a los Niños Perdidos con los que vivía en la isla de Nunca Jamás. Los Niños Perdidos eran los niños que se habían caído de sus carritos y nunca más habían sido reclamados. Peter Pan era su líder y se encargaba de protegerlos.

Un día, Nana descubrió a Peter y fue tras él. Aunque el niño escapó, Nana consiguió atrapar su sombra y Wendy la guardó en un cajón. 

Pero algunos días después, Peter volvió con el hada Campanita para recuperar su sombra. Sin embargo, una vez que la consiguió no pudo volver a ponérsela y se echó a llorar. El llanto de Peter despertó a Wendy, quien tras oír su problema, cosió la sombra de Peter a sus pies.

Peter Pan quedó encantado de las habilidades de Wendy y le pidió que viajara con él y Campanita al país de Nunca Jamás donde podrían vivir aventuras y ser la mamá de los Niños Perdido. Entonces, enseñó a volar a los tres niños con la ayuda del polvo de hadas de Campanita y todos viajaron a Nunca Jamás. 

Durante el vuelo, Peter les habló de su enemigo Garfio, el malvado y cruel capitán pirata a quien Peter había cortado una mano. Luego se la había dado a comer a un cocodrilo y desde entonces éste perseguía a Garfio por todas partes, ansioso por volver a probar su carne. Garfio había conseguido evitarlo hasta entonces porque el cocodrilo también se había tragado su reloj y el continuo «tic tac» lo avisaba de su presencia. Casi habían llegado cuando los piratas de Garfio los recibieron a cañonazos…

Peter Pan presentó a Wendy como una madre a los Niños Perdidos, que la recibieron con mucho cariño y alegría. Es que, aunque Peter no quería saber nada de madre ni de adultos, los Niños Perdidos estaban encantados de tener una.

Wendy aceptó de buen grado su papel de madre cuidando a los niños, dando medicinas, poniendo tareas, fijando normas, cocinando y contando cuentos. Y así pasaron felices bastante tiempo, viviendo las aventuras propias de una isla tan fantástica y comenzando a olvidar a sus padres y su pasado, en especial John y Michael. Wendy se acordaba más de ellos, sobre todo de lo que estarían sufriendo, pero estaba tan segura de que sus padres tendrían siempre abierta la ventana para recibirles con alegría el día que decidieran regresar, que no se preocupaba demasiado.

Así fue pasando el tiempo hasta que una noche Wendy, temerosa por llegar a olvidar a sus padres y preocupada por lo que estarían sufriendo, decidió que debían volver a casa con ellos. 

Pero después de probar lo que era una madre, los Niños Perdidos no querían perder a Wendy y deseaban seguir con ella, así que se le ocurrió la idea que sus propios padres los adoptaran a todos. Los Niños Perdidos aceptaron ilusionados, pero Peter no quería saber nada de ninguna madre, ni hacer nada de lo que obligan a hacer los mayores, ni mucho menos crecer y se negó a volver y ser adoptado. 

Así, se despidieron y se marcharon.

Pero precisamente Garfio había preparado su ataque ese día y preparó una emboscada para capturar a Wendy y a los niños, a quienes Peter no protegía porque estaba actuando como si no le importara que se marcharan. Garfio tenía todo tan planeado que pudo incluso llegar al escondite de Peter mientras dormía y envenenar su comida.

Campanita descubrió lo que había ocurrido y comió ella la comida de Peter. La pequeña hada lo salvó de morir envenenado y estuvo a punto de morir ella misma, pero un  hada puede salvarse cuando los niños creen en las hadas y cuando se lee este cuento, siempre hay un niño que cree en las hadas y salva la vida de Campanita.

En el barco pirata Garfio ya había decidido tirar los niños al mar haciéndoles caminar por un tablón de madera. Pero entonces se escuchó el «tic tac» del cocodrilo y el capitán pirata se aterrorizó. Sin embargo, solo era un engaño de Peter, que acudía a salvar a Wendy y a los niños. 

Peter fue acabando con los piratas de uno en uno hasta conseguir la llave de los candados y liberar a los niños.

Entonces comenzó una feroz lucha en el barco entre Peter y Garfio, pero el niño dió una gran patada en el trasero al pirata y lo envió directo a las fauces del cocodrilo, que miraba desde el agua. 

Gracias a la gran victoria los niños se adueñaron del barco de los piratas y al día siguiente pusieron rumbo de vuelta a casa.

En casa de los Darling las cosas habían cambiado. El señor Darling, arrepentido por sus errores, vivía en la perrera de Nana y había jurado no salir hasta la vuelta de sus hijos. Mientras, la señora Darling, como pensaba Wendy, se aseguraba de que la ventana estuviera siempre abierta.

Así, cuando los niños llegaron volando tomados de las manos, el encuentro con sus padres estuvo lleno de alegría y felicidad. Por supuesto los Darling estuvieron encantados de adoptar a los Niño Perdidos y a Peter. Pero Peter se negó rotundamente: no quería crecer y volvería a Nunca Jamás junto a Campanita. 

Pero antes de marcharse, prometió volver por Wendy y llevarla consigo una vez al año, por primavera.

James Matthew Barrie

Episodio 15 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 15 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘Un elefante ocupa mucho espacio’.

Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos, pero esta es la historia de Víctor, un elefante de circo que se decidió una vez a pensar en elefante, esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo: organizó una huelga de todos los animales del circo para hacer entender a los hombres que los animales querían volver a ser libres… ¡Escucha este curioso relato de una huelga general de animales!

En el episodio 15 del podcast Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento 'Un elefante ocupa mucho espacio'. Eso lo sabemos todos, pero esta es la historia de Víctor, un elefante de circo que se decidió una vez a pensar en elefante, esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo: organizó una huelga de todos los animales del circo para comunicar a los hombres que querían volver a ser libres. ¡Escucha este curioso relato de una huelga general de animales!.

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Episodio 15 de Cuentos para Tejer Sueños:
‘Un elefante ocupa mucho espacio’

Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos. Pero que Víctor, un elefante de circo, se decidió una vez a pensar «en elefante», esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo… ah… eso algunos no lo saben y por eso se los cuento: 

Verano. Los domadores dormían en sus carromatos, alineados a un costado de la gran carpa. Los animales velaban desconcertados. No era para menos: cinco minutos antes el loro había volado de jaula en jaula comunicándoles la inquietante noticia. El elefante había declarado huelga general y proponía que ninguno actuara en la función del día siguiente. 

-¿Te has vuelto loco, Víctor?- le preguntó el león, asomando el hocico por entre los barrotes de su jaula. -¿Cómo te atreves a ordenar algo semejante sin haberme consultado? ¡El rey de los animales soy yo! 
La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la noche: 
-Ja. El rey de los animales es el hombre, compañero. Y sobre todo aquí, tan lejos de nuestras selvas… 
-¿De qué te quejas, Víctor?- interrumpió un osito, gritando desde su encierro. ¿No son acaso los hombres los que nos dan techo y comida? 
-Tú has nacido bajo la lona del circo…- le contestó Víctor dulcemente. -La esposa del criador te crió con mamadera… Solamente conoces el país de los hombres y no puedes entender, aún, la alegría de la libertad… 
-¿Se puede saber para qué hacemos huelga?- gruñó la foca, coleteando nerviosa de aquí para allá. 
-¡Al fin una buena pregunta!- exclamó Víctor, entusiasmado y ahí nomás les explicó a sus compañeros que ellos eran presos… que trabajaban para que el dueño del circo se llenara los bolsillos de dinero… que eran obligados a ejecutar ridículas pruebas para divertir a la gente… que se los forzaba a imitar a los hombres… que no debían soportar más humillaciones y que patatín y que patatán. (Y que patatín fue el consejo de hacer entender a los hombres que los animales querían volver a ser libres… Y que patatán fue la orden de huelga general…).
-Bah… Pamplinas…- se burló el león.- ¿Cómo piensas comunicarte con los hombres? ¿Acaso alguno de nosotros habla su idioma? 
-Sí- aseguró Víctor. -El loro será nuestro intérprete- y enroscando la trompa en los barrotes de su jaula, los dobló sin dificultad y salió afuera. En seguida, abrió una tras otra las jaulas de sus compañeros. 
Al rato, todos retozaban en los carromatos. ¡hasta el león!.

Los primeros rayos de sol picaban como abejas zumbadoras sobre las pieles de los animales cuando el dueño del circo se desperezó ante la ventana de su casa rodante. El calor parecía cortar el aire en infinidad de líneas anaranjadas… (los animales nunca supieron si fue por eso que el dueño del circo pidió socorro y después se desmayó, apenas pisó el césped…).

De inmediato, los domadores aparecieron en su auxilio: 
-Los animales están sueltos!- gritaron acoro, antes de correr en busca de sus látigos. 
-¡Pues ahora los usarán para espantarnos las moscas!- les comunicó el loro no bien los domadores los rodearon, dispuestos a encerrarlos nuevamente. -¡Ya no vamos a trabajar en el circo! ¡Huelga general, decretada por nuestro delegado, el elefante! 
-¿Qué disparate es este? ¡A las jaulas!- y los látigos silbadores ondularon amenazadoramente. 
-¡Ustedes a las jaulas!- gruñeron los orangutanes. Y allí mismo se lanzaron sobre ellos y los encerraron. Pataleando furioso, el dueño del circo fue el que más resistencia opuso. Por fin, también él miraba correr el tiempo detrás de los barrotes. 

La gente que esa tarde se aglomeró delante de las boleterías, las encontró cerradas por grandes carteles que anunciaban: CIRCO TOMADO POR LOS TRABAJADORES. HUELGA GENERAL DE ANIMALES. 

Entretanto, Víctor y sus compañeros trataban de adiestrar a los hombres: 
-¡Caminen en cuatro patas y luego salten a través de estos aros de fuego! ¡Mantengan el equilibrio apoyados sobre sus cabezas! 
-¡No usen las manos para comer! ¡Rebuznen! ¡Maúllen! ¡Ladren! ¡Rujan! 
-¡BASTA, POR FAVOR, BASTA!- gimió el dueño del circo al concluir su vuelta número doscientos alrededor de la carpa, caminando sobre las manos.
-¡Nos damos por vencidos! ¿Qué quieren? 
El loro carraspeó, tosió, tomó unos sorbitos de agua y pronunció entonces el discurso que le había enseñado el elefante: 
-… Con que esto no, y eso tampoco, y aquello nunca más, y no es justo, y que patatín y que patatán… porque… o nos envían de regreso a nuestras selvas… o inauguramos el primer circo de hombres animalizados, para diversión de todos los gatos y perros del vecindario. He dicho. 

Las cámaras de televisión transmitieron un espectáculo insólito aquel fin de semana: en el aeropuerto, cada uno portando su correspondiente pasaje en los dientes (o sujeto en el pico en el caso del loro), todos los animales se ubicaron en orden frente a la puerta de embarque con destino al África. 

Claro que el dueño del circo tuvo que contratar dos aviones: En uno viajaron los tigres, el león, los orangutanes, la foca, el osito y el loro. El otro fue totalmente utilizado por Víctor… porque todos sabemos que un elefante ocupa mucho, mucho espacio…  

Elsa Bornemann

Episodio 14 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 14 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado
‘Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena’.

Había una vez dos gatos: uno tan grande pero tan grande que cuando hacía ¡MIAUUUU! todos creían que habían llegado los bomberos con sus sirenas. El otro gato era tan chiquito, pero tan chiquito, que dormía en una latita de paté y cuando hacía frío se tapaba con un boleto capicúa. ¡Escuchemos juntos sus increíbles aventuras pelosas!

En el episodio 14 del podcast Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento 'Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena'. Había una vez dos gatos: uno tan grande pero tan grande que cuando hacía ¡MIAUUUU! todos creían que habían llegado los bomberos con sus sirenas. El otro gato era tan chiquito, pero tan chiquito, que dormía en una latita de paté y cuando hacía frío se tapaba con un boleto capicúa. ¡Escuchemos sus increíbles aventuras pelosas!

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Episodio 14 de Cuentos para Tejer Sueños:
‘Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena’

Había una vez un gato muy grande. Tan grande, pero tan grande, que no pasaba por ninguna puerta. Tan grande, pero tan grande, que cuando estaba enojado y hacía ¡FFFFF! Se volaban todas las hojas de los árboles. Tan grande, pero tan grande, que cuando hacía ¡MIAUUUU! todos creían que habían llegado los bomberos porque había un incendio. 

Y había también un gato muy chiquito. Tan chiquito, pero tan chiquito, que dormía en una latita de paté y, cuando hacía frío, se tapaba con un boleto capicúa. Tan chiquito, pero tan chiquito que, cuando andaba de acá para allá, todos lo confundían con una pelusa. Tan chiquito que, para verlo bien, había que mirarlo con microscopio. 

El Gato Grande era muy famoso en el barrio. Todos los vecinos hablaban de él y lo mimaban mucho. 
-¡Qué gato tan hermoso!- decían. 
-¡Los gatos grandes son hermosísimos!- decían. 
El Gato Grande comía mucho. A la mañana bien temprano los vecinos le traían cinco palanganas de leche tibia. Al mediodía le traían una carretilla de hígado con mermelada (que era su comida favorita). A la tardecita le dejaban preparada una bañera de polenta, por si se despertaba con hambre en la mitad de la noche. Cuando los vecinos le traían la comida, el Gato Grande sonreía (porque algunos gatos saben sonreír) y se ponía a ronronear. Cuando el Gato Grande ronroneaba hacía un RRRRRRRRR tan fuerte que todos miraban para arriba porque creían que pasaba un helicóptero por el cielo. 

El Gato Chiquito, en cambio, no era nada famoso. Nadie hablaba de él en el barrio y nadie lo mimaba ni un poquito. (En realidad, al Gato Chiquito casi nadie lo veía siquiera.) 
Al Gato Chiquito nadie le traía comida nunca. Ni a la mañana. Ni al mediodía. Ni a la tardecita. 
Claro que el Gato Chiquito comía muy poco. Con dos gotas de leche tenía bastante. Y una aceituna le duraba una semana. (Al Gato Chiquito le encantaban las aceitunas.) 
Cuando el Gato Chiquito encontraba una aceituna, aunque nadie lo veía, también sonreía. Y, aunque nadie lo escuchaba, también ronroneaba. 

Un día el gato Chiquito salió a dar un paseo. Y caminó y caminó por la calle más larga del barrio. Tip tap tip tap tip tap, caminaba el Gato Chiquito. Y ese mismo día el Gato Grande también quiso salir a dar un paseo. Y caminó y caminó por todas las calles, y también por la calle más larga del barrio. Top tup top tup top tup, caminaba el Gato Grande. 

El Gato Chiquito y el Gato Grande caminaron y caminaron. Cada vez que el gato Grande caminaba dos cuadras, el Gato Chiquito terminaba una baldosa.
Y cuando el sol estaba bien alto, pero bien alto, el Gato Grande y el Gato Chiquito se encontraron frente a frente. Los dos en la misma vereda de la calle más larga del barrio. El gato Grande hizo ¡FFFFF! Para mostrarle al Gato Chiquito que él era el más fuerte. Hizo ¡FFFFF! Para que el Gato Chiquito lo dejase pasar primero. Pero el Gato Chiquito no se movió de su baldosa. Ni un poquito. Entonces el gato Grande hizo ¡FFFFFFFF! (Fue un ¡FFFFF! muy fuerte.) 
Y el Gato Chiquito rodó como una pelusa hasta el cordón de la vereda. Y se cayó en charquito tan hondo pero tan hondo que casi se ahoga. Pero no se ahogó. Nadó hasta la orilla del charco y se trepó de nuevo al cordón. (El Gato Chiquito era chiquito, ¡pero valiente!) Se subió de un salto a un adoquín que había por ahí y él también hizo ¡fffff! (fue un ¡fffff! muy chiquito). El Gato Chiquito hizo ¡fffff! porque él también estaba enojado. 

Y ahí se quedaron los dos, frente a frente. 
Al Gato Grande, el Gato Chiquito le parecía más chiquito que una arveja. Al Gato Chiquito, el Gato Grande le parecía más grande que una ballena. 

Entonces el Gato Grande se enojó muchísimo más. Se enojó como sólo pueden enojarse los gatos grandes. 
Estiró una pata y sacó las uñas. (Tenía unas uñas filosas como espadas filosas.) Y ¡zas! Le dio un zarpazo al Gato Chiquito. Pero el Gato Chiquito no tuvo miedo. De un salto se subió a la pata del Gato Grande y le tiró con mucha fuerza de los pelos cortitos que le crecían justo al lado de las uñas filosas. (A los gatos les duele muchísimo cuando les tiran de los pelos cortitos, sobre todo si son los que crecen al lado de las uñas filosas) .
-Miauuuu- maulló el Gato Grande. 
Y fue un MIAUUUU tan fuerte que trescientos cincuenta y dos vecinos vinieron a ver qué pasaba. Los trescientos cincuenta y dos vecinos se pusieron en ronda a mirar. Todos miraban con ojos redondos, pero nadie entendía nada de nada. Todos veían al Gato Grande, que se revolcaba por el suelo y maullaba y maullaba y maullaba. Pero nadie veía al Gato Chiquito, que estaba bien escondido entre los pelos del Gato Grande. Y corría por el lomo… de la cabeza a la cola… de la cola a la cabeza… y se trepaba a una oreja… y se hamacaba en los bigotes… y le hacía cosquillas en la nariz y…
-Aaachus- estornudó el Gato Grande. 
Y los trescientos cincuenta y dos vecinos que miraban con ojos redondos salieron volando por el aire como barriletes. Todos menos el Gato Chiquito, que estaba bien agarrado del bigote más gordo del Gato Grande y resistió el estornudo. 

Los trescientos cincuenta y dos vecinos fueron volviendo, poco a poco. Ya no tenían los ojos redondos. Ahora tenían las cejas fruncidas. Estaban bastante enojados. Se habían dado cuenta de que no le gustaba salir volando por el aire como barriletes. Tampoco les gustaba tener que oír un MIAUUU más fuerte que la sirena de los bomberos. Empezaron a protestar. 
-¡Este gato está demasiado grande!- decían. -¡Los gatos tan grandes son muy molestos!- decían. Y después todos juntos dijeron: -¡Ufa!-

Y al Gato Grande le dio vergüenza y se puso colorado (porque algunos gatos se ponen colorados). Entonces el Gato Chiquito se bajó de un salto del bigote del Gato Grande y se empezó a pasear por la vereda. Iba y venía. Y daba otro saltito. 
-¡Oia! ¡Un gato chiquito!- dijeron todos. -¡Más chiquito que una arveja!- dijeron. -¡Los gatos chiquitos son hermosísimos!- dijeron. 

Y desde ese día, en el barrio, los gatos famosos son dos: el Gato Grande y el Gato Chiquito. Claro que las cosas cambiaron un poco. Los vecinos ya no le dan tanta comida al Gato Grande. Nada más que tres palanganas de leche tibia y media carretilla de hígado con mermelada.
Al Gato Chiquito, en cambio, le llevan dos pedacitos de hígado, res aceitunas y un dedal de leche cada mañana. 

Parece ser que ahora el Gato Grande está bastante menos grande. Cuando hace ¡FFFF! Ya no tira más que diez o doce hojas de los árboles. Y parece que el Gato Chiquito está empezando a crecer. 
Me dijeron que últimamente ya no entra en la latita de paté; se va a tener que mudar a una lata de duraznos en almíbar. (Lo que no sé es si querrá regalarme el boleto capicúa cuando ya no lo use más de frazada). 

Graciela Montes

Episodio 13 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 13 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘Pinocho’

El viejo carpintero Gepetto, deseaba que su última creación, una bonita marioneta de madera llamada Pinocho, pudiera convertirse en un niño de verdad. El Hada de los Imposibles le concedió el deseo, no sin antes advertir a Pinocho que para ser un niño de verdad, debería demostrar que era generoso, obediente y sincero. Pepito Grillo le ayudaría en esta labor, interpretando a su conciencia.

En el episodio 13 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Pinocho'. El viejo carpintero Gepetto, deseaba que su última creación, una bonita marioneta de madera llamada Pinocho, pudiera convertirse en un niño de verdad. El Hada de los Imposibles le concedió el deseo, no sin antes advertir a Pinocho que para ser un niño de verdad, debería demostrar que era generoso, obediente y sincero. Pepito Grillo le ayudaría en esta labor, interpretando a su conciencia.
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Episodio 13 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Pinocho’:

Había una vez, un viejo carpintero de nombre Gepetto, que como no tenía familia, decidió hacerse un muñeco de madera para no sentirse solo y triste nunca más.

–“¡Qué obra tan hermosa he creado! Le llamaré Pinocho”– exclamó el anciano con gran alegría mientras le daba los últimos retoques. Desde ese entonces, Gepetto pasaba las horas contemplando su bella obra, deseando que aquel niño de madera pudiera moverse y hablar como todos los niños.

Tal fue la intensidad de su deseo, que una noche apareció en la ventana de su cuarto el Hada de los Imposibles.
–“Como eres un hombre de noble corazón, te concederé lo que pides y daré vida a Pinocho”– dijo el hada mágica y agitó su varita sobre el muñeco de madera. En ese momento, la figura cobró vida sacudiendo los brazos y la cabeza.

–»¡Papá, papá!»– mencionó con voz melodiosa despertando a Gepetto.

–»¿Quién anda ahí?»

–»¡Soy yo, papá, soy Pinocho!. ¿No me reconoces?»– dijo el niño acercándose al anciano.

Cuando logró reconocerle, Gepetto lo cargó en sus brazos y se puso a bailar de tanta emoción. –“¡Mi hijo, mi querido hijo!”– gritaba jubiloso el anciano.

Los próximos días, fueron pura alegría en la casa del carpintero. Como todos los niños, Pinocho debía alistarse para asistir a la escuela, estudiar y jugar con sus amigos, así que el anciano vendió su abrigo para comprarle una cartera con libros y lápices de colores.

El primer día de colegio, Pinocho asistió acompañado de un grillo para aconsejarlo y guiarlo por el buen camino. Sin embargo, como sucede con todos los niños, éste prefería jugar y divertirse antes que asistir a las clases y a pesar de las advertencias del grillo, el niño travieso decidió ir al teatro a disfrutar de una función de títeres.

Al verle, el dueño del teatro quedó encantado con Pinocho: –“¡Maravilloso! Nunca había visto un títere que se moviera y hablara por sí mismo. Sin dudas, haré una fortuna con él”– y decidió quedárselo. Este aceptó la invitación de aquel hombre ambicioso y pensó que con el dinero ganado podría comprarle un nuevo abrigo a su padre.

Durante el resto del día, Pinocho actúo en el teatro como un títere más y al caer la tarde decidió regresar a casa con Gepetto. Sin embargo, el dueño malo no quería que el niño se fuera, por lo que lo encerró en una caja junto a las otras marionetas. Tanto fue el llanto de Pinocho, que al final no tuvo más remedio que dejarle ir, no sin antes obsequiarle unas pocas monedas.

Cuando regresaba a casa, se topó con dos astutos bribones que querían quitarle sus monedas. Como era un niño inocente y sano, los ladrones le engañaron haciéndole creer que si enterraba su dinero, encontraría al día siguiente un árbol lleno de monedas, todas para él.

El grillo trató de alertarle sobre semejante timo, pero Pinocho no hizo caso a su amigo y enterró las monedas. Luego, los terribles vividores esperaron a que el niño se marchara, desenterraron el dinero y se lo llevaron muertos de risa.

Al llegar a casa, Pinocho descubrió que Gepetto no se encontraba y empezó a sentirse tan solo que rompió en llantos. Inmediatamente, apareció el Hada de los Imposibles para consolar al triste niño.
–“No llores Pinocho, tu padre se ha ido al mar a buscarte”.

Y tan pronto supo aquello Pinocho partió a buscar a Gepetto, pero por el camino tropezó con un grupo de niños:

–»¿A dónde se dirigen?»– preguntó Pinocho

–»Vamos al País de los Dulces y los Juguetes»– respondió uno de ellos –»¡Ven con nosotros, podrás divertirte sin parar!».

–»No lo hagas, Pinocho»– le dijo el grillo –»Debemos encontrarnos con tu padre que se ha ido solo y triste a buscarte».

–»Tienes razón grillo, pero sólo estaremos un rato. Luego le buscaré sin falta».

Y así se fue Pinocho acompañado de aquellos niños al País de los Dulces y los Juguetes. Al llegar, quedó tan maravillado con aquel lugar que se olvidó de salir a buscar al pobre de Gepetto. Saltaba y reía rodeado de juguetes y tan feliz era, que no notó cuando empezó a convertirse en un burro.

Sus orejas crecieron y se hicieron muy largas, su piel se tornó oscura y hasta le salió una colita peluda que se movía mientras caminaba. Cuando se dio cuenta, comenzó a llorar de tristeza y el Hada de los Imposibles volvió para ayudarle y devolverlo a su forma de niño.

–»Ya eres nuevamente un niño bello Pinocho, pero recuerda que debes estudiar y ser bueno».

–»Oh sí señora hada, a mí me encanta estudiar»– dijo Pinocho y al instante le creció la nariz.

–»Tampoco debes decir mentiras querido Pinocho».

–»¡No, para nada, nunca he dicho una mentira!»– pero la nariz le creció un poco más –»¡Y siempre me porto muy bien!».

Pero al decir aquello la nariz le creció tanto, que apenas podía sostenerla con su cabeza. Con lágrimas en los ojos, Pinocho se disculpó con el Hada y le prometió que jamás volvería a decir mentiras, por lo que su nariz volvió a ser pequeña. Entonces, él y el grillo decidieron salir a buscar a Gepetto. Sin embargo, cuando llegaron al mar, descubrieron que el anciano había sido tragado por una enorme ballena.

Enseguida, se lanzó al agua y después de mucho nadar, se encontró frente a frente con la temible ballena.
–“Por favor, señora ballena, devuélvame a mi padre”.
Pero el animal no le hizo caso y se tragó a Pinocho también. Al llegar al estómago, se encontró con el viejo Gepetto y quedaron abrazados un largo rato.

–»Tenemos que salir cuanto antes, Pinocho»– exclamó Gepetto.

–»Hagamos una fogata papá. El humo hará estornudar a la ballena y podremos escapar».

Y así fue como Pinocho y su padre quedaron a salvo de la ballena, pues estornudó tan fuerte que los lanzó fuera del vientre y lograron escapar a tierra firme. Cuando llegaron a casa, éste se arrepintió por haber desobedecido a su padre y desde entonces no faltó nunca a clases, además fue tan bueno y disciplinado que el Hada de los Imposibles decidió convertirlo en un niño de carne y hueso, para alegría de su padre, el viejo Gepetto y del propio Pinocho.


El cuento original se publicó en 1883 y fué escrito por Carlo Lorenzini (1829-1890),
quien eligiera como nombre artístico ‘Collodi’ en honor a un pequeño pueblo
ubicado en el corazón de la Toscana donde pasó su infancia.

Episodio 12 del podcast Cuentos para Tejer Sueños


En el episodio 12 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘Juansadas’.

Había una vez un perro que tenía un hombre que se llamaba Juan. ¡Sí! El dueño del hombre era un bello afgano color champán llamado Sacha von Mirosnikov, más familiarmente conocido como Pucho, que resultó ser todo un líder de cuatro patas (líder únicamente de Juan, claro, pero líder al fin). ¡Quizás tu también conozcas una historia semejante!

En el episodio 12 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado Juansadas, de Elsa Bornemann. Había una vez un perro que tenía un hombre que se llamaba Juan. ¡Sí! El dueño del hombre era un bello afgano color champán llamado Sacha von Mirosnikov, más familiarmente conocido como Pucho, que resultó ser todo un líder de cuatro patas  -líder únicamente de Juan, claro, pero líder al fin-. ¡Quizás tu también conozcas una historia semejante!

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Episodio 12 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Juansadas’:

Había una vez un perro que tenía un hombre que se llamaba Juan. 
Digo que el perro tenía al hombre y no el hombre al perro porque, ciertamente, era así.
El dueño del hombre era el mismísimo perro, un bello afgano color champán, al que habían bautizado «Sacha von Mirosnikov» —según constaba en los documentos suscriptos el día en que Juan lo había comprado— y que familiarmente respondía al nombre de Pucho. 

Si bien se afirma que los afganos no suelen ser animales demasiado dotados —salvo en su aspecto físico— este Pucho era la excepción a la regla. Ya de cachorro había empezado a demostrar sus naturales condiciones de líder (líder únicamente de Juan, claro, pero líder al fin). 

El caso es que apenas cumplido su primer año Pucho se había convertido en el verdadero patrón de Juan. No podía comparárselo con el autoritario patrón humano que el muchacho debía soportar en la empresa en la que trabajaba ya que al menos el treinta de cada mes éste retribuía su paciencia con un sueldo bastante generoso, mientras que del Pucho sólo obtenía cansados lengüetazos a cambio de tanta devoción como le rendía. Pruebas de su devoción (entre muchísimas otras que me resultaría fatigoso describir): 

— Juan planificaba todas sus actividades y las cumplía o no de acuerdo con el estado de ánimo de su perro. Por ejemplo, era capaz de faltar al trabajo o de cancelar una cita importante si antes de salir de su casa creía detectar un lastimero «¡No me abandones!» en la mirada del Pucho.
En esas ocasiones, le redoblaba las raciones de comida y bailaba, saltaba, brincaba, andaba por los aires y se movía con mucho donaire alrededor de su animal, hasta que le parecía que el desganado le regalaba su mejor sonrisa. 

— Juan sólo volvía a recibir en su casa a las contadísimas personas que lograran conquistarse la simpatía de su perro a primer ladrido, quiero decir, a primera vista (vista del de cuatro patas, por supuesto…). Y como el Pucho era terriblemente celoso, apenas si toleraba la visita de dos o tres amigos de Juan… de dos o uno… bueno… de uno, en realidad, de ese único que aguantaba estoicamente sus gruñidos y las dentelladas dirigidas a sus tobillos cuando llegaba la hora de retirarse.
«Hablale; explicale que pronto regresarás de visita… Decile que te espere… El pobre sufre porque te vas, quiere retenerte; por eso los mordisquitos… Decile dulcemente: “Esperame, Pucho… Esperame”, le repetía Juan a su único amigo, cada vez que éste se iba, esquivando —a los saltos— las filosas dentelladas del perro e invariablemente con algunas rasgaduras en las botamangas de sus pantalones. 

— Juan se había transformado en un perfecto solterón, rotos sus compromisos de matrimonio con sucesivas señoritas que no le habían caído en gracia al exigente animal. «Si él las rechazó, por algo será…», pensaba Juan, «Su percepción de la naturaleza hu¬mana es superior a la mía… ¡Quién sabe de qué brujas me ha librado mi fiel Puchito…!» 

—Juan gastaba el dinero que no tenía —contrayendo pavorosas deudas— para pagar un psicoanalista. 

No; no para tratarse él —como seguramente estarán imaginando— sino para que el médico lo orientara con el propósito de evitarle al Pucho toda causa de stress, de frustraciones, de complejos… 

Concluyo con esta enumeración de pruebas de devoción porque considero que es lo suficientemente elocuente como para que necesite aclararles por qué al principio de este relato aseguré que «había una vez un perro que tenía un hombre…». 

Sin embargo, y por las dudas, agrego que Juan se pone taaan sentimental y dice tantas «juansadas» cuando elogia las cualidades de su animal, que me temo que éste le ordene colocarse un bozal en cualquier momento… 

¡Ah…! y si acabo de aterrizar en el tiempo presente, desde el pasado en el que situé mi narración, se debe a que la singular relación entre Juan y su perro aún persiste. 

¿Qué cómo lo sé? Pues porque yo soy el único testigo de la misma… ese único amigo de Juan… 

Y ahora los dejo. Debo volar hacia la calle con él. Por nada del mundo quiere que me pierda la quinta vuelta del hombre que hago a diario, llevado de su correa… (no me refiero a Juan —obviamente— sino a Bizcocho, mi propio perro…). 

Segundo «¡Ah…!»: y no se trata de que la relación con mi maravilloso can sea parecida a la de mi amigo y su insufrible mascota —nada de eso… 

Sucede que Bizcocho está empeñado en demostrarme que no es menos que un afgano, a pesar de su tamaño insignificante y su dudoso pedigree y yo no soy quién para contradecirlo: lo comprendo perfectamente. A veces, se me ocurre que sólo me falta ladrar.

Elsa Bornemann

Episodio 11 del podcast Cuentos para tejer sueños

En el episodio 11 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos ‘El laboratorio de las flores’.

Los niños deseaban descubrir el secreto de la belleza de las flores y cómo ellas eligen sus colores para vestir sus pétalos. Cada flor es una artista y tiene su propia idea de belleza, por eso no repiten nunca una forma o un color. ¡Descubre tu también el maravilloso laboratorio donde las flores mezclan los colores de sus ropas!

En el episodio 11 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'El laboratorio de las flores', de Patricia Morales. Los niños deseaban descubrir el secreto de la belleza de las flores y entonces conocieron cómo ellas eligen sus colores para vestir sus pétalos. Cada flor es una artista y tiene su propia idea de belleza, por eso no repiten nunca una forma o un color. ¡Descubre tu también el maravilloso laboratorio donde las flores mezclan los colores de sus ropas!

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Episodio 11 del podcast Cuentos para Tejer Sueños: ‘El laboratorio de las flores’:

Los niños deseaban descubrir el secreto de la belleza de las flores. Oikodoro les comentó que azul, rojo y amarillo son los materiales primarios en el laboratorio de las flores. Si bien recorremos con la vista infinitas gamas y colores y pensamos qué complejas deben ser las decisiones de las flores al elegir sus ropas, podemos visitar una flor y encontrar en su simpleza el secreto de la creación y así de la variada mezcla.
Oikodoro dijo que la sabiduría de las flores se encuentra en no repetir una forma o un color. Cada una tiene su propia idea de belleza y así ellas adornan el horizonte y junto a las mariposas comparten un diálogo de artis­tas.
Azul y amarillo forman verde, rojo y amarillo forman naranja y azul y rojo forman violeta. Así comienza la com­binación sin fin, que divierte a las flores y a nuestros ojos. Más amarillo que rojo, pues será un naranja suave; más rojo que azul será un violeta más intenso, más azul que amarillo, dará un verde más oscuro.
Y resulta muy interesante si las flores deciden mezclar los tres colores: amarillo, azul y rojo. 

Una vez, cuenta Oikodoro, de la chimenea maloliente de una fábrica se escapó una furiosa nube negra que, cubriendo el cielo, comenzó a burlarse envidiosa de los colores de las flores. 

-Qué sin sentido!- protestaba celosa, todas esas flores diferen­tes y tan pe­queñas! 

La nube produjo una negra tormenta sobre las flores y en su maldad se des­vaneció. Enton­ces, las flores se tornaron todas negras y pesadas y su bel­leza se perdió.
El laboratorio estaba casi destruido y los colores se habían diluido. Las flores estaban desoladas.
Más tarde unas nubes de fina lluvia bañaron las flores con agua cris­talina. Sin embargo, las flores ya no lucían como antes. Como ellas habían sido maltratadas, sus colores ya no relucían. 

Entonces la naturaleza volvió a ofrecer su belleza. Junto al sol, el arco iris vistió el cielo y roció la tierra con sus siete colores. Las flores pudieron colmar de tintes y colores su laboratorio y se las vio retornar a sus propios colores con idéntica belleza. 

Con la ayuda de Oikodoro los niños construyeron también un laboratorio de colores, que sirvió para el arte y la imaginación, e invitaron a todos a par­ticipar y disfrutar de la sabiduría de la naturaleza.

Patricia Morales

Episodio 10 del podcast Cuentos para tejer sueños


En el episodio 10 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento ‘Los tres días del mirlo’.

Hace mucho tiempo, el mes de enero tenía solamente veintiocho días y los mirlos eran blancos. ¡Escucha este curioso relato y sabrás porqué ahora enero tiene treinta y un días, febrero sólo veintiocho y los mirlos tienen las plumas negras!

En el episodio 10 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Los tres días del mirlo'. Hace mucho tiempo, el mes de enero tenía solamente veintiocho días y los mirlos eran blancos. ¡Escucha este curioso relato y sabrás porqué ahora enero tiene treinta y un días, febrero sólo veintiocho y los mirlos tienen las plumas negras!

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Episodio 10 del podcast Cuentos para Tejer Sueños: Los tres días del mirlo:

Hace mucho tiempo, el mes de enero tenía solamente veintiocho días.

Enero era un señor solitario y gruñón. No le gustaba oír el gorjeo de los pájaros y se divertía jugándoles bromas de mal gusto.

Cuando el mirlo blanco, a quién no quería nada, salía a buscar comida, el señor Enero desencadenaba tormentas de nieve para contrariarlo.

Un día, el mirlo lo interpeló:

—Señor Enero, usted es que es tan molesto, podría ser un poco más corto y tener menos días?

—No, en absoluto, me confiaron veintiocho días y no cambiaré.

Y desencadenó los vientos fríos del Norte.

Al año siguiente, el mirlo hizo una buena provista y se quedó en su nido acogedor durante los veintiocho días de enero. A fin de mes, el pájaro salió de su nido y comenzó a burlarse del señor Enero.

— Tralalera, tralala, lo embromé!

Y  voló a buscar comida.

Enero se enfureció y quiso vengarse. Decidió robar tres días a su hermano el señor Febrero quien no se dio cuenta pues estaba muy ocupado disfrazándose para el carnaval .

Durante los tres días siguientes, Enero provocó una terrible tormenta. Los árboles colapsaron por el peso de la nieve helada, los animales buscaban refugios improvisados para protegerse del frío.

El mirlo blanco, para no morir de frío, se escondió en una chimenea en busca de un poco de calor.

Después de tres días, la tormenta cesó y el mirlo blanco salió de la chimenea, pero… se volvió negro de hollín.

Desde ese día, enero tiene treinta y un días, febrero sólo veintiocho y los mirlos tienen las plumas negras!

Episodio 9 del podcast Cuentos para tejer sueños

En el episodio 9 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento ‘El país de la geometría’.

El Rey Compás vivía en un gran palacio de cartulina en forma de icosaedro, tenía todo lo que quería pero estaba siempre triste y preocupado, porque le faltaba una sola cosa: una flor muy especial. Luego de interminables búsquedas por todo el reino, el Rey descubrió con gran alegría que podía él mismo crear sus propias flores y entonces comprendió que ya no tenía mas nada que buscar por ahí. Los invito a escuchar este simpático cuento que nos invita a reflexionar sobre el valor que damos a aquello que tenemos y a nuestras capacidades.

En el episodio 9 del podcast cuentos para tejer sueños compartimos el cuento de María Elena Walsh intitulado 'El país de la geometría'. El Rey Compás vivía en un gran palacio de cartulina en forma de icosaedro, tenía todo lo que quería pero estaba siempre triste y preocupado, porque le faltaba una sola cosa: una flor muy especial. Luego de interminables búsquedas por todo el reino, el Rey descubrió con gran alegría que podía él mismo crear sus propias flores y entonces comprendió que ya no tenía mas nada que buscar por ahí. Los invito a escuchar este simpático cuento que nos invita a reflexionar sobre el valor que damos a aquello que tenemos y a nuestras capacidades.

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Episodio 9 del podcast Cuentos para Tejer Sueños: El país de la geometría

Había una vez un amplio país blanco de papel. El Rey de este país era el Compás. ¿Por qué no? El Compás. Aquí viene caminando con sus dos patitas flacas: una pincha y la otra no.

Jo jo jo jo jo, una pincha y la otra no.

El Rey Compás vivía en un gran palacio de cartulina en forma de icosaedro, con dieciocho ventanitas. Cualquiera de nosotros estaría contento en un palacio así, pero el Rey Compás no. Estaba siempre triste y preocupado.
Porque para ser feliz y rey completo le faltaba encontrar a la famosa Flor Redonda.

Jo jo jo jo jo, sin la Flor Redonda no.

El Rey Compás tenía un poderoso ejército de Rombos, una guardia de vistosos Triángulos, un escuadrón policial de forzudos Trapecios, un sindicato de elegantes Líneas Rectas, pero… le faltaba lo principal: ser dueño de la famosa Flor Redonda.
El Rey había plantado dos Verticales Paralelas en el patio, que le servían de atalaya. Las Paralelas crecían, crecían, crecían… 
Muchas veces el Rey trepaba a ellas para otear el horizonte y ver si alguien le traía la Flor, pero no.
Había mandado cientos de expediciones en su búsqueda y nadie había podido encontrarla.

Un día el Capitán de los Rombos le preguntó:

– ¿Y para qué sirve esa flor, señor Rey?
– ¡Tonto, retonto! –tronó el Rey–. ¡Solamente los tontos retontos preguntan para qué sirve una flor!. El Capitán Rombo, con miedo de que el Rey lo pinchara, salió despacito y de perfil por el marco de la puerta.

Otro día el Comandante de los Triángulos le preguntó:
–Hemos recorrido todos los ángulos de la comarca sin encontrarla, señor Rey. Casi creemos que no existe. ¿Puedo preguntarle para qué sirve esa flor?
–¡Tonto, retonto! –tronó el Rey–. ¡Solamente los tontos retontos preguntan para qué sirve una flor!. El Comandante de los Triángulos, temeroso de que el Rey lo pinchara, salió despacito y de perfil por una de las dieciocho ventanas del palacio.

Otra tarde la Secretaria del sindicato de Líneas Rectas se presentó ante el Rey y tuvo la imprudencia de decirle:
–¿No le gustaría conseguir otra cosa más útil, señor Rey? Porque al fin y al cabo, ¿para qué sirve una flor?
–¡Tonta, retonta! –tronó el Rey–. ¡Solamente las tontas retontas preguntan para qué sirve una flor! La pobre señorita Línea, temerosa de que el Rey la pinchara, se escurrió por un agujerito del piso.

Poco después llegaron los Trapecios, maltrechos y melancólicos después de una larga expedición.
–¿Y? ¿Encontraron a la Flor Redonda? –les preguntó el Rey, impaciente.
–Ni rastros, Majestad.
–¿Y qué diablos encontraron?
–Cubitos de hielo, tres dados, una regla y una cajita.
–¡Harrrto! ¡Estoy harrrto de ángulos y rectas y puntos! ¡Sois todos unos cuadrados! (Este insulto ofendió mucho a los Trapecios).
¡Estoy harrrto y amarrrgado! ¡Quiero encontrar a la famosa Flor Redonda!

Y todos tuvieron que corear la canción que ya era el himno de la comarca:
Sin la flor redonda no. Jo jo jo jo jo.

Los súbditos del Rey, para distraerlo, decidieron organizar un partido de fútbol. Las tribunas estaban llenas de Puntos alborotados. Los Rombos desafiaban a los Triángulos.
En fin, ganaron los Triángulos por 1 a 0 (mérito singular si se tiene en cuenta que la pelota era un cubo). El Capitán de los Rombos fue a llorar su derrota en un rincón.

El Comandante de los Triángulos, cansado y victorioso, se acercó al Rey:
–¿Y? ¿Le gustó el partido, Majestad?
–¡Bah, bah!… –dijo el Rey, distraído, siempre con su idea fija–. No perdamos tiempo con partidos; mañana salimos todos de expedición.
–¿Mañana? Pero estamos muy cansados, señor Rey. El partido duró siete horas; usted no sabe cómo cansa jugar con una pelota en forma de cubo.
–Tonto, retonto, mañana partimos.

A la mañana tempranito el Rey pasó revista a sus tropas. Había decidido salir él mismo a la cabeza de la expedición. Rombos, Cuadrados, Triángulos, Trapecios y Líneas Rectas formaban fila, muertos de sueño y escoltados por unos cuantos Puntos enrolados como voluntarios.
Allá se van todos, en busca de la famosa, misteriosa y caprichosa Flor Redonda.
La expedición del Rey Compás atravesó páginas y cuadernos desolados, ríos de tinta china, espesas selvas de viruta de lápiz, cordilleras de gomas de borrar, buscando, siempre buscando a la dichosa flor.
Registraron todos los ángulos, todos los rincones, todos los vericuetos, bajo el viento, la lluvia, el granizo y la resolana.
–Me doy por vencido –dijo por fin el Rey. Quizás ustedes tenían razón y la dichosa Flor Redonda no exista. Quizá no eran tan retontos como yo pensaba. Volvamos a casita.

Cuando volvieron, el Rey se encerró en su cuarto, espantosamente triste y amargado.
Al rato entró la señora Línea a llevarle la sopita de tiza y se preocupó mucho al verlo tan triste.
–Señor Rey –le dijo para consolarlo–, ¿no sabe usted que siempre es mejor cantar y bailar que amargarse?

Cuando la señorita Línea se hubo deslizado por debajo de la puerta, el Rey, que no era sordo a los consejos, dijo:
–Y bueno, probemos: la la la la… Y cantó y bailó un poquito.
Bailando, bailando, bailando, descubrió sorprendido que había dibujado una hermosa Flor Redonda sobre el piso de su cuarto. 
Y siguió bailando hasta dibujar flores y más flores redondas que pronto se convirtieron en un jardín.

Jo jo jo jo jo, y la Flor la dibujó.

María Elena Walsh
En El país de la geometría 
Fecha de publicación original: 1987