Episodio 24 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 24 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un cuento navideño intitulado
‘Un reno mareado’.

¡Los Sonialitas nos regalan otro simpático cuento navideño!
En este episodio compartimos las aventuras de un reno demasiado mareado para ayudar a Papá Noel a entregar los regalos a todos los niños del mundo… ¿Llegarán a tiempo?

En el episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos la poesía intitulada 'La familia Polillal'. ¡Te invito a escuchar esta simpática poesía llena de agujeros!.

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Episodio 24 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Un reno mareado’

Horacio, así se llamaba, era un reno muy curioso y movedizo que jamás se podía quedar quieto. Era famoso en el Polo Norte por ir de aquí para allá mirando todo y poniendo sus patas donde podía y donde no también.

Era la época de Navidad y todos en el taller trabajaban sin parar para llegar a tiempo con todos los regalos. No sólo trabajan los duendes, sino que también lo hacían todos los renos entrenando todo el día para estar en forma y poder volar por el mundo entero sin problemas.

Horacio era el fiel compañero de Rodolfo, juntos eran los dos primeros renos del trineo y quienes dirigían a los que iban detrás, siguiendo las indicaciones de Papá Noel. Jamás había habido problema alguno durante el viaje más maravilloso y mágico del año.

Sin embargo, esa Navidad, las cosas no serían igual.

En el Polo Norte, crecían unas flores de un aroma muy rico, pero que si uno se acercaba mucho para olerlas, terminaba muy mareado. Su perfume era realmente embriagador, por eso Papá Noel, si bien las cuidaba como a todas las flores, les había puesto un cerquito con un cartel que decía “No Oler”.

Si pensamos que Horacio en todo metía su hocico y encima no sabía leer, podemos imaginar qué pasó.

Justo el día antes de Navidad, se detuvo frente a las flores y olió cuanto pudo y pudo mucho pues su narizota era realmente grande.

Al principio, el efecto del perfume no se sintió, pero a las pocas horas, justo cuando el trineo debía levantar vuelo, Horacio empezó a sentir cosas extrañas en su cuerpo.

No habían ni siquiera repartido los primeros regalos cuando Horacio empezó a sentirse tan, pero tan mareado que el mundo entero le daba vueltas a su alrededor. Ya no sabía para dónde iba, no importa para qué lado Papá Noel tirara de las riendas, parecía que el reno había enloquecido y se movía de un lado para el otro. Rodolfo y los demás renos trataron de sujetarlo, pero el pobre Horacio, víctima del perfume de las flores, era un trompo sin fin. Tanto se movía que, intentando subir una montaña, el trineo no pudo hacer la maniobra acostumbrada y volcó.

Todos los regalos quedaron desparramados por el suelo. Papá Noel fue a parar a la ladera de otra montaña, los demás renos quedaron patas para arriba y Rodolfo ya no tenía roja su nariz, sino blanca del susto.

Tan rápido como pudieron, juntaron todos los regalos y siguieron camino.

– ¿Estás bien? Preguntó Rodolfo a Horacio.

– La verdad que no, me siento algo borrachín para ser sincero. Contestó Horacio tratando de fijar la vista que se le iba de un lado para el otro.

– ¿Tomaste alcohol? Sabés que no debemos.

– ¡Qué alcohol ni alcohol amigo! Estuve oliendo las flores del cerquito.

– ¡Qué reno desobediente habías resultado! ¡Sabías que no se puede! Ahora mirá lo que pasa, estás mareado.

– No te preocupes Rodolfo, trataré de recomponerme.

No terminó de decir esta frase que, producto de la desorientación que tenía, no vio que el trineo venía en bajada.

Nada importaron los gritos de Papá Noel que ya se veía dentro del lago y todo empapado, el trineo fue a parar casi casi en el medio del agua.

Afortunadamente y gracias a los excelentes reflejos de Rodolfo, los regalos no se mojaron. Dio un giro tan rápido que logró volver a poner el trineo en su lugar y excepto por la barba de Papá Noel que chorreaba mucho, el episodio no pasó a mayores.

Antes de que el efecto mareador del perfume de las flores se esfumara, se atascaron en unas rocas.

Si bien, gracias a que todos colaboraron, pudieron salir sin problemas, la entrega de los regalos estaba realmente atrasada. La noche pasaba y los niños debían recibir sus regalos ¿llegarían a tiempo?

Una vez recompuesto del mareo, Horacio, sintiéndose muy culpable por el atraso, tomó una decisión. Dividirían el trabajo de entrega con Papá Noel. Rodolfo se sumó a la idea, unos irían a unas casas y otros a otras. Los renos jamás habían salido del trineo y menos para repartir regalos, pero era el momento justo para hacer algo que jamás habían hecho. Los niños no podían quedarse sin obsequios.

Cuando el trabajo se hace en equipo y con un objetivo en común, todo sale bien.

No fue fácil realmente ni para Rodolfo, ni para Horacio, entrar en las casas sin romper algún adorno o cortina, pero si bien algún que otro destrozo hicieron, lograron su cometido.

Horacio quería reparar la demora que habían tenido por su culpa, Rodolfo quería ayudar a su amigo, Papá Noel quería hacer su trabajo y por sobre todas las cosas, los tres deseaban cumplir el sueño de todos los niños.

El objetivo se cumplió, todos y cada unos de los regalos fueron entregados, ningún niño quedó sin el suyo.

Lo cierto es que algunos niños que habían espiado esperando conocer a Papá Noel, se encontraron que en vez de barba tenía cuernos, que tenía cuatro patas y no dos piernas, que no usaba gorro, en fin. Hay que decir que terminaron un poco confundidos, pero no mucho pues pensaron que el desconcierto se debía al sueño que tenían por lo tarde que era y no a otra cosa.

Eso sí, en el Polo Norte ya no hay un cartel en las flores que diga “NO OLER”, lo reemplazaron por otro que dice: “SE RECOMIENDA A HORACIO NO ACERCARSE A MENOS DE DIEZ METROS”.

Horacio aprendió a ser más prudente. No obstante ello, las siguientes navidades ayudó igual a Papá Noel a repartir los regalos, pues aprendió el valor del trabajo en equipo y vivió en carne propia la inmensa alegría de hacer felices a los niños.

Liana Castello

Episodio 23 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 23 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un cuento navideño intitulado
‘El rincón de nieve’.


Los Sonialitas han dejado este simpático relato bajo el árbol. ¡Escuchémoslo!

En el episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos la poesía intitulada 'La familia Polillal'. ¡Te invito a escuchar esta simpática poesía llena de agujeros!.

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Episodio 23 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El rincón de nieve.’

La pequeña ardilla Tartán, vivía en un bosque mágico, lo que tenía un montón de ventajas, porque significaba que en cualquier esquina siempre te encontrabas algo inesperado.
Pero de todos los lugares increíbles del bosque había un rincón muy especial, el que más le gustaba a Tartán.
Solo podías encontrarlo un día al año: el día de Nochevieja.

Ese día, sin importar si hacía calor o frío, junto a la esquina del puente encantado, Tartán y sus amigos se encontraban en el rincón de nieve. Un lugar tan lleno de nieve que las pequeñas ardillas podían pasar el último día del año jugando a tirarse bolas o en trineo o incluso, y esto era lo que más les gustaba, haciendo muñecos de nieve.
Cada ardilla hacía uno, con la particularidad de que cada muñeco de nieve era exactamente igual al muñeco de nieve que esa misma ardilla había hecho el año anterior.

El muñeco de nieve de Tartán se llamaba Rayón, porque le encantaba que las bufandas que cada año Tartán le ponía al cuello fueran de rayas.
No le gustaban de puntitos, ni de flores, ni de animales, a Rayón solo le gustaban las rayas.

Tartán y Rayón habían pasado tantos años juntos (un día, cada año, el último día del año, pero muchos años al fin y al cabo) que ya eran grandes amigos. Se contaban lo que habían hecho en todo el año, los sueños que querían ver cumplidos el año que empezaba y se divertían mucho juntos. Después, cuando la luna se ponía en el punto más alto, marcando el final del año, el rincón de nieve comenzaba a desaparecer, a volverse cálido. Los muñecos se iban deshaciendo poco a poco, y las pequeñas ardillas se despedían de ellos hasta el año siguiente.

Así fue siempre, año tras año, mientras Tartán fue una pequeña ardilla. Sin embargo hubo un año en que Tartán no fue a buscar el rincón de nieve:

– Eso son tonterías de ardillas pequeñas, yo ya soy mayor. En Nochevieja quiero hacer otra cosa: ir al baile de los abetos danzarines.

Tartán no volvió al rincón de nieve y con el tiempo también se olvidó de su buen amigo Rayón, ese muñeco de nieve que aparecía una vez al año y con el que había compartido tantos sueños. Muchas lunas en el punto más alto fueron marcando los finales de año y Tartán se hizo mayor. Tanto que hasta encontró una compañera y juntos tuvieron muchas ardillas pequeñas que recorrían con curiosidad el bosque encantado, sorprendiéndose de cada esquina mágica con la que se encontraban.

Un día de Nochevieja, las pequeñas ardillas de Tartán encontraron el rincón de nieve, hicieron un muñeco y pasaron con él todo el día hasta que se acabó el año. Cuando volvieron a casa le contaron a Tartán todo lo que habían hecho:

– Cada uno hacía su muñeco de nieve y pasaba con él las horas.

– ¡El mío era divertidísimo y me ha prometido que nos veremos también el año que viene!

– Y el mío, y el mío…

Solo la más pequeña de todas no parecía tan contenta como el resto. Sorprendido, Tartán le preguntó qué había pasado con su muñeco de nieve:

– El mío era bueno y dulce, pero no le gustó mucho mi bufanda. Me dijo que solo le gustaba las bufandas de rayas y que la mía era de cuadraditos. Luego me contó que una vez tuvo un amigo pero ese amigo se olvidó de él y nunca jamás regresó. Me dijo también que no quería ser mi amigo si yo también le iba a abandonar. Yo le dije que no lo haría, pero no me creyó. Y ahora no sé si aparecerá de nuevo el año que viene.

Al escuchar a su pequeña ardilla, Tartán supo que aquel muñeco de nieve era Rayón y que el amigo que le había abandonado era él. Juntos habían pasado muchas Nocheviejas y sin embargo, él no había vuelto jamás a visitarle. Sintiéndose muy triste salió corriendo en busca del rincón de nieve. Pero como ya era Año nuevo, el rincón se estaba deshaciendo y los muñecos estaban casi derretidos.

Aun así, pudo identificar entre todos ellos a su viejo amigo Rayón. El muñeco, medio deshecho, también lo reconoció a pesar de lo mayor que se había hecho.

– ¡Has vuelto!

– Sí, he vuelto. Siento haber tardado tanto. Pero te prometo que la próxima Nochevieja no faltaré…

Tartán cumplió su promesa y junto a su hija pequeña acudió todas las Nocheviejas al rincón de nieve para conversar con su viejo amigo Rayón, para hablar de sueños y de la posibilidad maravillosa de llegar a cumplirlos. Rayón le escuchaba feliz: su sueño, tener a Tartán a su lado, por fin se había cumplido…

María Bautista

Episodio 22 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos la poesía intitulada
‘La familia Polillal’.


¡Te invito a escuchar esta simpática poesía llena de agujeros!.

En el episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos la poesía intitulada 'La familia Polillal'. ¡Te invito a escuchar esta simpática poesía llena de agujeros!.

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Episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘La familia Polillal.’

La polilla come lana 

de la noche a la mañana. 

Muerde, come, come, muerde 

lana roja, lana verde. 

Sentadita en el ropero 

con su plato y su babero, 

come lana de color 

con cuchillo y tenedor. 

Sus hijitos comilones 

tienen cuna de botones. 

Su marido don Polillo 

balconea en un bolsillo. 

De repente se avecina 

la señora Naftalina. 

Muy oronda la verán, 

toda envuelta en celofán. 

La familia polillal 

la espía por un ojal, 

y le apunta con la aguja 

a la Naftalina bruja. 

Pero don Polillo ordena: 

–No la maten, me da pena; 

vamosnos a otros roperos 

a llenarlos de agujeros. 

Y se van todos de viaje 

con muchísimo equipaje: 

las hilachas de una blusa 

y un paquete de pelusa.

María Elena Walsh

Episodio 21 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 21 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado
‘Nicolodo viaja al país de la Cocina’.

Es sabido que los odos habitan en el Fondo del Jardín, viven en latitas de azafrán y juegan al fútbol con arvejas. Son amigos de todos los demás habitantes del jardín: los grillos, las hormigas y los gusanos. Pero un día Nicolodo quiso viajar, entonces juntó coraje y atravesó todo el patio hasta los confines del país de la Cocina…
¡Qué gran aventura para nuestro pequeño amigo!.

En el episodio 21 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Nicolodo viaja al país de la Cocina'. Es sabido que los odos habitan en el Fondo del Jardín, viven en latitas de azafrán y juegan al fútbol con arvejas. Son amigos de todos los demás habitantes del jardín: los grillos,  las hormigas y los gusanos. Pero un día Nicolodo quiso viajar, entonces juntó coraje y atravesó todo el patio hasta los confines del país de la Cocina... ¡Qué gran aventura para nuestro pequeño amigo!

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Episodio 21 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Nicolodo viaja al país de la Cocina.’

Hubo un tiempo en que el Fondo del Jardín estaba lleno, llenísimo de odos. Había odos chicos y medianos, odos gordos y odos flacos, odos morochos, rubios y pelirrojos. Había unos odos muy estudiosos que se llamaban doctodos y otros odos más bien tímidos que se escondían detrás de las hojas del laurel. 

Los odos vivían en latitas de azafrán y jugaban al fútbol con arvejas. Y se llevaban bien con todo el mundo, con los grillos, con las hormigas y con los gusanos. 

Los odos son buena gente: trabajan y juegan o juegan y trabajan, según el día. Menos los odos chicos, que juegan y juegan, porque para eso son chicos, qué tanto. 

Nicolodo era un odo mediano, más bien chico, aunque ya usaba pantalones largos y zapatos redondos. Pero Nicolodo trabajaba. Era mecánico de escarabajos en la calle del Hormiguero, cerca de la Plaza Margarita. 

Nicolodo se despertaba muy temprano todas las mañanas. Se peinaba el flequillo con un peine de tres dientes y salía a buscar su desayuno. Los odos desayunan siempre al aire libre: toman dos o tres gotas de agua con pajita y se comen un pastito. (A Nicolodo le encantaba mojar el pastito en el agua antes de comérselo). 

Después del desayuno Nicolodo se iba al taller silbando bajito para no despertar al grillo Gardelito, que se había pasado la noche cantando tangos. 

Y al llegar al taller agarraba el destornillador y la llave inglesa y se ponía a arreglarles las alas y las patitas a los escarabajos, que como andan mucho siempre se descomponen. 

Pero un día Nicolodo quiso viajar. Se despidió de Gardelito, de la hormiga Andrea, siempre tan atareada, y del gusano Arístides. Pidió licencia en el taller y se fue caminando ando ando ando por la ruta Tres. Cruzó la Frontera de los Rosales, atravesó el Desierto del Patio y ya era casi de noche cuando llegó al País de la Cocina, del que tanto le habían hablado las hormigas. 

Justo, justo en el medio de la cocina estaba Cristina, que acababa de encender la luz y se estaba poniendo el delantal para preparar la comida. Cristina era enorme, enormísima, enormisimísima, lo más enorme que había visto Nicolodo en toda su vida. Las rayas de la blusa le parecían grandes avenidas azules. En un bolsillo de ese delantal bien podían vivir siete familias de odos y un par de grillos. 

Nicolodo estaba más bien asustado. Todo, todo era grande. Las cacerolas parecían rascacielos redondos con manija y la pileta llena de agua era como el mar. 

Así que Nicolodo se fue acurrucando detrás de un montón de huevos, calladito y un poco arrepentido de haber salido de viaje solo a un país tan extraño. Pobrecito Nicolodo. Creía que no lo iban a ver, pero Cristina dijo: -Me parece que voy a hacer una tortilla. 

Así que peló las papas y las cortó en rodajas, y después agarró un huevo, y después otro huevo, y otro huevo más, y detrás del cuarto huevo estaba Nicolodo, tapándose los ojos para que no lo vieran. Cristina no dijo OH ni AY ni HUIA ni HOLA ni nada porque era buena y enseguida se dio cuenta de que las cosas chicas se asustan si uno les grita. Entonces hizo como que no veía y se puso a batir los huevos sin hacer demasiado ruido. 

Nicolodo espió primero con un ojo y después con el otro y después con los dos, y cuando vio que todo seguía igual y que Cristina era una giganta amable y comprensiva, empezó a mover las patitas, que es lo que hacen los odos cuando están contentos. Cristina levantó un dedo (a Nicolodo le pareció que era el Obelisco) y después lo bajó despacio y le acarició el flequillo. Era un dedo inmenso, pero suavecito, y Nicolodo se sintió feliz. 

Después Cristina puso dos gotas de leche y dos gotas de agua, un montoncito de mermelada, una miga de pan y un pedacito de lechuga, para que Nicolodo eligiera. Nicolodo eligió el agua y la lechuga, que era lo más parecido al pastito. Y después de comer se quedó dormido en el fondo de una cuchara sopera. 

Cristina y Nicolodo no se hablaron, pero se hicieron muy, muy amigos. 

A la mañana siguiente Nicolodo regresó a su casa. Salió del País de la Cocina, atravesó el Desierto del Patio, cruzó la Frontera de los Rosales y ya era casi de noche cuando llegó a su latita de azafrán.
Estaba por ponerse la tapita para dormir cuando oyó a Gardelito que le preguntaba:
-¿Qué tal el viaje, Nicolodo?-
-Lindo, lindo –dijo Nicolodo, y se quedó dormido sin cerrar la latita.
Pero antes de ponerse a soñar pensó: “Si junto unos pesos la semana que viene me hago otra visita al País de la Cocina”. 

Graciela Montes

Episodio 20 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 20 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado
‘La Luna y las estrellas’.

Esta historia nos cuenta las preocupaciones de las tres estrellas más alejadas del planeta Tierra y cómo la Luna decide ayudarlas para que puedan ser vistas y admiradas por nosotros. ¿Lo escuchamos juntos?.

En el episodio 20 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'La Luna y las estrellas'. Esta historia nos cuenta las preocupaciones de las tres estrellas más alejadas del planeta Tierra y cómo la Luna decide ayudarlas para que puedan ser vistas y admiradas por nosotros. ¿Lo escuchamos juntos?

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Episodio 20 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘La Luna y las estrellas.’

Cansadas de no ser vistas, tres de las estrellas más alejadas de la constelación llamada Alonso fueron a reprocharle a la Luna. Estaban convencidas que el satélite del bello planeta Tierra era quien les impedía ser vistas y admiradas por los humanos.

Así, se plantaron frente a ella y le dijeron:

– Cuando decides estar en tu fase de llena absorbes nuestros colores y cuando te da por estar en la de nueva, impides que tu brillo llegue a nosotros. Por culpa de tu indecisión, variabilidad y prepotencia, no somos amadas por los humanos como otras hermanas y primas nuestras, que alegran las noches tristes y solitarias de muchas personas.

Compadecida, la Luna les explicó que no era ella la culpable de su infortunio, solo que aun eran estrellas muy pequeñas, que requerían crecer más para poder ser apreciadas por el ojo humano.

No obstante, buena como era, la Luna les dio una alternativa.

Les regaló un espejo grande y les dijo cómo usarlo para poder hacerse ver.

– Cuando esté plena muévanlo hacia el planeta de los humanos y cuanta más oscuridad haya, los humanos guiarán su luz hacia su espejo, -les explicó. –Si hacen lo que les digo, serán estrellas importantes para ellos.

Las estrellas agradecieron profundamente a la Luna y han seguido su consejo hasta la actualidad. Por si fuera poco, esta les regaló un nombre conocido por todos, usado para llamar la ocurrencia de esa linda luz que asoma cuando la luna titila.

Episodio 19 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 19 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado
‘El soldadito de plomo’.

Esta historia cuenta las aventuras de este famoso personaje con una sola pierna de metal, que se convirtió a través del tiempo en uno de los cuentos más conocidos de Hans Christian Andersen. ¡Te invito a escucharlo!

En el episodio 19 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'El soldadito de plomo'. Esta historia cuenta las aventuras de este famoso personaje con una sola pierna de metal, que se convirtió a través del tiempo en uno de los cuentos más conocidos de Hans Christian Andersen. ¡Te invito a escucharlo!

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Episodio 19 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El soldadito de plomo.’

Érase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su habitación y durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos.
Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo. Los ponía enfrente unos de otros y daba comienzo a la batalla. Cuando se los regalaron, se dio cuenta de que uno de ellos le faltaba una pierna a causa de un defecto de fundición.
No obstante mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea delante de todos, incitándole a ser el más aguerrido. Pero el niño no sabía que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos y a veces, al colocar ordenadamente a los soldados, metía por descuido el soldadito mutilado entre los otros juguetes.

Y así fue como un día el soldadito pudo conocer a una gentil bailarina, también de plomo. 
Entre los dos se estableció una corriente de simpatía y poco a poco, casi sin darse cuenta, el soldadito se enamoró de ella. Las noches se sucedían de prisa, una tras otra y el soldadito enamorado no encontraba nunca el momento oportuno para declararle su amor.

Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados durante una batalla, anhelaba que la bailarina se diera cuenta de su valor por la noche, cuando ella le decía si había pasado miedo, él le respondía con vehemencia que no.
Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito no pasaron inadvertidos por el diablejo que estaba encerrado en una caja de sorpresas. Cada vez que, por arte de magia, la caja se abría a medianoche, un dedo amonestante señalaba al pobre soldadito.

Finalmente, una noche, el diablo estalló:

-¡Eh, tú! ¡Deja de mirar a la bailarina!

El pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló:

-No hagas caso, es un envidioso. Yo estoy muy contenta de hablar contigo.

Y lo dijo ruborizándose.
¡Pobres estatuillas de plomo, tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor!
Pero un día fueron separados, cuando el niño colocó al soldadito en el borde de una ventana.

-¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo, porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!

El niño colocó luego a los demás soldaditos encima de una mesa para jugar.
Pasaban los días y el soldadito de plomo no era relevado de su puesto de guardia.

Una tarde estalló de improviso una tormenta, y un fuerte viento sacudió la ventana golpeando la figurita de plomo que se precipitó al vacío. 
Al caer desde el borde con la cabeza hacia abajo, la bayoneta del fusil se clavó en el suelo. El viento y la lluvia persistían. ¡Una borrasca de verdad! El agua, que caía a cántaros, pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos que se escapaban por las alcantarillas. 

Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara, cobijados en la puerta de una escuela cercana. Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo en dirección a sus casas evitando meter los pies en los charcos más grandes. 
Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas que se escurrían de los tejados, caminando muy pegados a las paredes de los edificios.
Fue así como vieron al soldadito de plomo clavado en tierra, chorreando agua.

-¡Qué lástima que tenga una sola pierna! Si no, me lo hubiera llevado a casa- dijo uno.
-Tomémoslo igualmente, para algo servirá- dijo el otro y se lo metió en un bolsillo.

Al otro lado de la calle descendía un riachuelo, el cual transportaba una barquita de papel que llegó hasta allí no se sabe cómo.

-¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!-. dijo el pequeño que lo había recogido.

Así fue como el soldadito de plomo se convirtió en un navegante. El agua vertiginosa del riachuelo era engullida por la alcantarilla que se tragó también a la barquita. En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto.
Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban, vieron como pasaba por delante de ellas el insólito marinero encima de la barquita. ¡Pero hacía fata más que unas míseras ratas para asustarlo, a él que había afrontado tantos y tantos peligros en sus batallas!
La alcantarilla desembocaba en el río y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio empujada por remolinos turbulentos.

Después del naufragio, el soldadito de plomo creyó que su fin estaba próximo al hundirse en las profundidades del agua. Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente, pero sobre todo, había uno que le angustiaba más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina…
De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino. El soldadito se encontró en el oscuro estómago de un enorme pez, que se abalanzó vorazmente sobre él atraído por los brillantes colores de su uniforme.

Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red que un pescador había tendido en el río.

Poco después acabó en una cesta de la compra junto con otros peces tan desafortunados como él. 
Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito, se acercó al mercado para comprar pescado.

-Este ejemplar parece apropiado para los invitados de esta noche- dijo la mujer contemplando el pescado expuesto encima del mostrador.

El pez acabó en la cocina y cuando la cocinera lo abrió para limpiarlo, se encontró sorprendido con el soldadito en sus manos.

-¡Pero si es uno de los soldaditos de…!- gritó, y se fue en busca del niño para contarle dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo al que le faltaba una pierna.

-¡Sí, es el mío!- exclamó jubiloso el niño al reconocer al soldadito mutilado que había perdido.

-¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de este pez! ¡Pobrecito, cuántas aventuras habrá pasado desde que cayó de la ventana!- Y lo colocó en la repisa de la chimenea donde su hermanita había colocado a la bailarina.

Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados. Felices de estar otra vez juntos, durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación.
Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa: un vendaval levantó al cortina de la ventana y golpeando a la bailarina, la hizo caer en la chimenea.
El soldadito de plomo, asustado, vio como su compañera caía. Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor. Desesperado, se sentía impotente para salvarla.

¡Qué gran enemigo es el fuego que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros! Balanceándose con su única pierna, trató de mover el pedestal que lo sostenía. Tras muchos esfuerzos, por fin también cayó al fuego. Unidos esta vez por la desgracia, volvieron a estar cerca el no del otro, tan cerca que el plomo de sus pequeñas piernas, lamido por las llamas empezó a fundirse.

El plomo de la pierna de uno se mezcló con el de los otros y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón.
A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse, cuando acertó a pasar por allí el niño. Al ver a las dos estatuillas entre las llamas, las empujó con el pie lejos del fuego. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, tal y como el destino los había unido: sobre una sola pierna en forma de corazón.

Hans Christian Andersen

Episodio 18 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 18 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado
‘Historia de una princesa, su papá y el príncipe Kinoto Fukasuka’.

Esta es la historia de una princesa japonesa que vivió hace como dos mil años, tres meses y media hora. Se llamaba Sukimuki y se aburría muchísimo, porque en esa época las princesas no podían hacer nada de nada, salvo quedarse quietitas. ¡Cómo se aburría la pobre!… Hasta que decidió cambiar su destino, dando una alegre fiesta de diez días. Así acaba, como ves, este cuento japonés.

En el episodio 18 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Historia de una princesa, su papá y el príncipe Kinoto Fukasuka'. Esta es la historia de una princesa japonesa que vivió hace como dos mil años, tres meses y media hora. Se llamaba Sukimuki y se aburría muchísimo, porque en esa época las princesas no podían hacer nada de nada, salvo quedarse quietitas. ¡Cómo se aburría la pobre!... Hasta que decidió cambiar su destino, dando una alegre fiesta de diez días. Así acaba, como ves, este cuento japonés.

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Episodio 18 de Cuentos para Tejer Sueños:
‘Historia de una princesa, su papá y el príncipe Kinoto Fukasuka.’

Esta es la historia de una princesa, su papá, una mariposa y el Príncipe Kinoto Fukasuka. Sukimuki era una princesa japonesa. Vivía en la ciudad de Siu Kiu, hace como dos mil años, tres meses y media hora.

En esa época, las princesas todo lo que tenían que hacer era quedarse quietitas. Nada de ayudarle a la mamá a secar los platos. Nada de hacer mandados. Nada de bailar con abanico. Nada de tomar naranjada con pajita. Ni siquiera ir a la escuela. Ni siquiera sonarse la nariz. Ni siquiera pelar una ciruela. Ni siquiera cazar una lombriz. Nada, nada, nada.
Todo lo hacían los sirvientes del palacio: vestirla, peinarla, estornudar por… –atchís–, por ella, abanicarla, pelarle las ciruelas.
¡Cómo se aburría la pobre Sukimuki!

Una tarde estaba, como siempre, sentada en el jardín papando moscas, cuando apareció una enorme Mariposa de todos colores. Y la Mariposa revoloteaba, y la pobre Sukimuki la miraba de reojo porque no le estaba permitido mover la cabeza.

–¡Qué linda mariposapa!– murmuró al fin Sukimuki, en correcto japonés.

Y la Mariposa contestó, también en correctísimo japonés:

–¡Qué linda Princesa! ¡Cómo me gustaría jugar a la mancha con usted, Princesa!

–Nopo puepedopo– le contestó la Princesa en japonés.

–¡Cómo me gustaría a jugar a escondidas, entonces!

–Nopo puepedopo– volvió a responder la Princesa haciendo pucheros.

–¡Cómo me gustaría bailar con usted, Princesa!– insistió la Mariposa.

–Eso tampococo puepedopo– contestó la pobre Princesa.

Y la Mariposa, ya un poco impaciente, le preguntó:

–¿Por qué usted no puede hacer nada?

–Porque mi papá, el Emperador, dice que si una Princesa no se queda quieta, quieta, quieta como una galleta, en el imperio habrá una pataleta.

–¿Y eso por qué?– preguntó la Mariposa.

–Porque sípi– contestó la Princesa–, porque las Princesas del Japonpón debemos estar quietitas sin hacer nada. Si no, no seríamos Princesas. Seríamos mucamas, colegialas, bailarinas o dentistas, ¿entiendes?

–Entiendo– dijo la Mariposa–, pero escápese un ratito y juguemos. He venido volando de muy lejos nada más que para jugar con usted. En mi isla, todo el mundo me hablaba de su belleza.

A la Princesa le gustó la idea y decidió, por una vez, desobedecer a su papá. Salió a correr y bailar por el jardín con la Mariposa.
En eso se asomó el Emperador al balcón y al no ver a su hija armó un escándalo de mil demonios.

–¡Dónde está la Princesa!– chilló.

Y llegaron todos sus sirvientes, sus soldados, sus vigilantes, sus cocineros, sus lustrabotas y sus tías para ver qué le pasaba.

–¡Vayan todos a buscar a la Princesa!– rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.

Y allá salieron todos corriendo y el Emperador se quedó solo en el salón.

–¡Dónde estará la Princesa!– repitió.

Y oyó una voz que respondía a sus espaldas:

–La Princesa está de jarana donde se le da la gana.

El Emperador se dio vuelta furioso y no vio a nadie. Miró un poquito mejor, y no vio a nadie. Se puso tres pares de anteojos y, entonces sí, vio a alguien. Vio a una mariposota sentada en su propio trono.

–¿Quién eres?– rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.

Y agarró un matamoscas, dispuesto a aplastar a la insolente Mariposa. Pero no pudo. ¿Por qué?
Porque la Mariposa tuvo la ocurrencia de transformarse inmediatamente en un Príncipe. Un Príncipe buen mozo, simpático, inteligente, gordito, estudioso, valiente y con bigotito.
El Emperador casi se desmaya de rabia y de susto.

–¿Qué quieres?– le preguntó al Príncipe con voz de trueno y ojos de relámpago.

–Casarme con la Princesa– dijo el Príncipe valientemente.

–¿Pero de dónde diablos has salido con esas pretensiones?

–Me metí en tu jardín en forma de mariposa –dijo el Príncipe– y la Princesa jugó y bailó conmigo. Fue feliz por primera vez en su vida y ahora nos queremos casar.

–¡No lo permitiré –rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.

–Si no lo permites, te declaro la guerra– dijo el Príncipe sacando la espada.

–¡Servidores, vigilantes, tías!– llamó el Emperador.

Y todos entraron corriendo, pero al ver al Príncipe empuñando la espada se pegaron un susto terrible. A todo esto, la Princesa Sukimuki espiaba por la ventana.

–¡Echen a este Príncipe insolente de mi palacio!– ordenó el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.

Pero el Príncipe no se iba a dejar echar así nomás.
Peleó valientemente contra todos. Y los vigilantes se escaparon por una ventana. Y las tías se escondieron aterradas debajo de la alfombra. Y los cocineros se treparon a la lámpara.
Cuando el Príncipe los hubo vencido a todos, preguntó al Emperador:

–¿Me deja casar con su hija, sí o no?

–Está bien– dijo el Emperador con voz de laucha y ojos de lauchita–. Cásate, siempre que la Princesa no se oponga.

El Príncipe fue hasta la ventana y le preguntó a la Princesa:

–¿Quieres casarte conmigo, Princesa Sukimuki?

–Sípi– contestó la Princesa entusiasmada.

Y así fue como la Princesa dejó de estar quietita y se casó con el Príncipe Kinoto Fukasuka. Los dos llegaron al templo en monopatín y luego dieron una fiesta en el jardín. Una fiesta que duró diez días y un enorme chupetín. Así acaba, como ves, este cuento japonés.

María Elena Walsh

Episodio 17 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 17 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘Cómo se hizo la lluvia’.

Cuentan que hace muchísimo tiempo una gota de agua se cansó de estar en el mismo lugar y quiso viajar por los aires como los pájaros, para conocer el mundo y visitar otras tierras. Desde entonces, cuando llueve, significa que cada gotita de agua ha venido a buscar a sus amigas para invitarlas a jugar en el cielo.

En el episodio 17 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Cómo se hizo la lluvia'. Cuentan que hace muchísimo tiempo una gota de agua se cansó de estar en el mismo lugar y quiso viajar por los aires como los pájaros, para conocer el mundo y visitar otras tierras. Desde entonces, cuando llueve, significa que cada gotita de agua ha venido a buscar a sus amigas para invitarlas a jugar en el cielo.

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Episodio 17 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Cómo se hizo la lluvia’

Cuentan que hace mucho, muchísimo tiempo, una gota de agua se cansó de estar en el mismo lugar y quiso navegar por los aires como los pájaros, para conocer el mundo y visitar otras tierras.
Tanto fue el deseo de la gotita de agua, que un día le pidió al Sol que le ayudara:
-“¡Astro rey, ayúdame a elevarme hasta el cielo para conocer mejor el mundo!”-.
Y así lo hizo el Sol. Calentó la gotita con sus rayos, hasta que poco a poco, se fue convirtiendo en un vapor de agua. Cuando se quedó como un gas, la gotita de agua se elevó al cielo lentamente.

Desde arriba, pudo ver el lugar donde vivía, incluso más allá, puedo ver otros rincones del mundo, otros mares y otras montañas. Anduvo un tiempo la gotita de agua allá en lo alto. Visitó lugares desconocidos, hizo amistades con los pájaros y de vez en cuando algún viento la ponía a danzar por todo el cielo azul.

Sin embargo, a los pocos días, la gotita comenzó a sentirse sola. A pesar de contar con la compañía de los pájaros y la belleza de la tierra vista desde lo alto, nuestra amiga quiso que otras gotitas de agua le acompañaran en su aventura, así que decidió bajar a buscarlas y compartir con ellas todo lo que había vivido.

-“¡Viento, ayúdame a bajar del cielo para ir a buscar a mis amigas!”-
Y el viento así lo hizo. Sopló y sopló un aire frío que congeló la gotita hasta volverse más pesada que el aire, tan pesada, que pronto comenzó a descender desde las alturas.

Al aterrizar en la tierra, lo hizo sobre un campo de trigo, donde había muchas gotitas que recién despertaban hechas rocío mañanero.
-“¡Queridas amigas, acompáñenme hasta el cielo!”- gritó la gotita y todas estuvieron de acuerdo. Entonces, el Sol las elevó hasta lo alto donde se convirtieron en una hermosa nube, pero al pasar el tiempo, las gotitas quisieron bajar nuevamente a contarles a otras gotitas sobre lo que habían visto.

Y desde entonces, siempre que llueve, significa que cada gota de agua ha venido a buscar a su amiga para jugar y bailar en el cielo.