Episodio 32 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 32 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘El mago de Oz’.

Este relato nos invita a reflexionar sobre cómo la fuerza de nuestras creencias y pensamientos nos ayude a alcanzar nuestros deseos.

En el episodio 32 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado El mago de Oz. Este relato nos invita a reflexionar sobre cómo la fuerza de nuestras creencias y pensamientos nos ayude a alcanzar nuestros deseos.

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Episodio 32 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El mago de Oz’

Esta es la historia de una niña llamada Dorita que es arrastrada cielo arriba por un tornado que aparece de la nada, ante la vista sorprendida de sus tíos. La nena y su mascota Totó se alejan sin dejar rastro de su paradero.
Es así como Dorita y Totó llegan a una tierra donde reinaba la fantasía. En este lugar, la niña se hace amiga de un hombre de hojalata, un espantapájaros, un león y otros personajes increíblemente pintorescos con los que tiene gran cantidad de aventuras increíbles.

Al principio, Dorita sintió miedo sin sus tíos porque nunca había estado sola por tanto tiempo. Entristecida con la idea de no poder verlos nunca más, la niña pidió un deseo: encontrar el camino a su hogar. Pero el único personaje que podía resolver semejante situación era el mago de Oz. Entonces la niña emprende junto a su perro este largo recorrido para conocer al mago que los sacaría de apuros. Así se encuentra con un espantapájaros que necesitaba un cerebro y luego un hombre de hojalata que pedía un corazón. Hasta conocieron a un león tan cobarde que se moría de miedo con el perrito de Dorita.

Las aventuras de este grupo de personajes forman la historia de este cuento, ya que cada uno de ellos tiene un deseo muy fuerte por cumplir y poder ser felices. Todos juntos emprenden el camino esperando que el famoso mago de Oz los ayude.

Lo mas bonito de esta historia es que luego de innumerables aventuras cada uno de ellos conquistó sus metas, volviéndose más fuertes y confiados en sí mismos.

¿Quieres saber un poco mas de la historia? Pues aquí va:

El mago de Oz

Esta historia sucede en una granja de Kansas, EEUU. Se trata de una niña llamada Dorita que junto a su perro Totó, fue atrapada por un tornado y trasladada hasta tierras muy lejanas.

Para sorpresa de Dorita había llegado a un mundo poblado por seres extraños. ¡Tenía que encontrar el camino a su casa! Así fue preguntando cómo hacerlo hasta que un hada le recomendó consultar al mago de Oz.

¿Cómo hallarlo? -Sigue el camino de las baldosas amarillas- le dijo el hada.

En el recorrido para llegar hasta el mago de Oz, Dorita y su perro Totó se encontraron con un espantapájaros que clamaba por tener un cerebro. Al no poder ayudar a su nuevo amigo, la niña lo invitó a caminar juntos para encontrar al mago y pedirle un consejo.

También se les unió un hombre de hojalata. Este se encontraba triste porque quería un corazón y no encontraba la forma de solucionar su problema. Más tarde, hallaron a un león que a diferencia de los de su especie era tremendamente miedoso. Entonces, le invitaron a ver al mago de Oz para que le ayudara a vencer su timidez.

Después de mucho andar y vivir extraordinarias aventuras, Dorita, Totó, el espantapájaros, el hombre de hojalata y el león llegaron al país del mago de Oz donde fueron recibidos por un guardián. Tras preguntar qué querían, los dejó pasar.

El mago de Oz escuchó atentos los deseos de sus visitantes y les dijo que los ayudaría si vencían a una bruja que causaba muchas molestias a su reino. Los nuevos amigos aceptaron.

A salir para cumplir su tarea, los cinco amigos pasaron por un campo de amapolas y el aroma de estas flores los durmió. En ese momento, unos monos mensajeros de la bruja, los atraparan y los llevaran con ella.

Un poco por casualidad y otro poco por miedo, cuando Dorita vio a la bruja le lanzó un enorme tarro de agua a la cara. Al instante, la bruja se transformó en un charco de agua, porque esa era justo la solución para terminar con los hechizos que habían azotado al país del mago de Oz.

Al desaparecer la bruja, el hombre de hojalata, el león y el espantapájaros vieron cumplidos sus deseos. Sin embargo, Dorita y Totó no habían podido regresar a su granja en Kansas.

La curiosidad de Totó hizo que Dorita descubriera que el mago de Oz era un anciano que deseaba retirarse a un lugar donde pudiera reposar. Dorita lo siguió en esta travesía y juntos emprendieron un vuelo en globo.
La travesía cambió su rumbo cuando Totó se cayó del globo y ella saltó tras él. Mientras caía, Dorita escuchó como el hada le decía que pensara con mucha fuerza cuanto le gustaba estar en casa con sus tíos. La niña recordó esa alegre sensación pensando que: -¡No hay lugar más feliz que nuestra propia casa!

Al abrir sus ojos se encontró otra vez en Kansas. Escuchó la voz de sus tíos y corrió a abrazarlos bien fuerte. Dorita solo había estando soñando, pero vivió en ese mundo de fantasía una experiencia inolvidable.

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Episodio 31 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 31 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘El flautista de Hamelin’.

Este relato nos invita a reflexionar sobre el valor de la palabra dada y las consecuencias de nuestras promesas.

En el episodio 31 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado El flautista de Hamelin. Este relato nos invita a reflexionar sobre el valor de la palabra dada y las consecuencias de nuestras promesas.

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Episodio 31 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El flautista de Hamelin’

Érase una vez a la orilla de un gran río en el Norte de Alemania una ciudad llamada Hamelin. Sus ciudadanos eran gente honesta que vivía felíz en sus casas de piedra gris. Los años pasaron y la ciudad se hizo rica y próspera. Hasta que un día, sucedió algo insólito que perturbó su paz.

Hamelin siempre había tenido ratas y bastantes, pero nunca habían sido un peligro, pues los gatos las mantenían a raya de la manera habitual: cazándolas. Pero de pronto, las ratas comenzaron a multiplicarse.

Con el tiempo, una gran marea de ratas cubría la ciudad. Primero atacaron las tiendas y graneros y cuando no les quedó nada, fueron por madera, ropa o cualquier cosa. Lo único que no comían era el metal. Los aterrados ciudadanos se manifestaron ante el ayuntamiento para que los librara de la plaga de ratas, pero el consejo ya llevaba tiempo reunido tratando de pensar un plan.

-Necesitaríamos un ejército de gatos.

Pero los gatos ya no estaban.

-Deberíamos matarlas con comida envenenada.

Pero apenas les quedaba comida y ni siquiera el veneno era capaz de detenerlas.

-Necesitamos ayuda- dijo el alcalde abatido.

En ese preciso instante, mientras los ciudadanos se agolpaban afuera, llamaron fuertemente a la puerta. ¿Quién podría ser? se preguntaban preocupados los miembros del consejo, temreosos de las iras de la gente. Abrieron la puerta con precaución y, ante su sorpresa, apareció ante ellos un hombre alto, vestido con ropas de brillantes colores, con una larga pluma en su sombrero y una larga flauta dorada.

-He librado ciudades de escarabajos y murciélagos- dijo el extraño -y por mil florines, también les libraré de las ratas.

-¡Mil florines!- exclamó el alcalde -¡Le daríamos cincuenta mil si lo hiciera!

El extraño salió entonces diciendo:

-Ahora es tarde, pero mañana al amanecer no quedará ni una rata en Hamelin.

Todavía no había salido el sol cuando el sonido de una flauta se escuchó a través de las calles de Hamelin. El flautista fue pasando lentamente por entre las casas y todas las ratas le seguían. Salían de todas partes: de las puertas, de las ventanas, de las cañerías, todas detrás del flautista. Mientras tocaba, el extranjero bajó hacia el río y lo cruzó. Tras él, las ratas seguían sus pasos y todas y cada una de ellas se ahogaron y fueron arrastradas por la corriente.

Al mediodía, no quedaba ni una sola rata en la ciudad. Todos en el consejo estaban encantados, hasta que el flautista acudió a reclamar su pago.

-¿Cincuenta mil florines?- exclamaron- ¡Jamás!

-¡Que sean mil al menos!- gritó furioso el flautista. Pero el alcalde respondió:

-Ahora todas la ratas están muertas y no volverán. Así que confórmate con cincuenta florines, si es que no quieres quedarte sin nada.

Con los ojos encendidos de ira, el flautista señaló con un dedo al alcalde:

-Te arrepentirás amargamente de haber roto tu promesa.

Y desapareció. Una sombra de miedo envolvió a los consejeros, pero el alcalde se encogió de hombros y dijo emocionado:

-¡Qué diablos! Acabamos de ahorrarnos cincuenta mil florines.

Aquella noche, liberados de la pesadilla de las ratas, los habitantes de Hamelin durmieron más profundamente que nunca. Y cuando el extraño sonido de un flauta flotó por las calles al amanecer, solo los niños lo escucharon. Como atraídos de un modo mágico, los niños salían de sus casas. Y de la misma forma que había ocurrido el día anterior, el flautista recorrió tranquilamente las calles, reuniendo a todos los niños, que le seguían dócilmente al son de la extraña música.

Pronto la larga hilera dejó la ciudad y se encaminó al bosque y tras cruzarlo alcanzó la falda de una gran montaña. Cuando el flautista alcanzó la roca, tocó su instrumento con más fuerza y en la montaña se abrió una gran puerta que daba acceso a una cueva. Los niños entraron tras el flautista y cuando el último de ellos se adentró en la oscuridad, la entrada se cerró.

Un gran movimiento de tierras cerró la entrada de la cueva para siempre y solo un pequeño niño cojo pudo escapar de la tragedia. Fue él quien contó a los angustiados habitantes de Hamelin, que buscaban sus niños desesperadamente, lo que había ocurrido. Y de nada sirvieron todos sus esfuerzos: la montaña nunca devolvió a sus víctimas.

El alcalde fue incansablemente en busca del flautista, pero no lo encontraba. Un día cuando estaba a punto de darse por vencido lo encontró no muy lejos de Hamelin. Habló con él y le pidió disculpas y le dijo que le pagaría el doble de lo acordado e incluso el triple, pero que por favor devolviera a los niños del pueblo.

El flautista conmovido por las palabras del alcalde y sabiendo que había aprendido la lección le dijo dame únicamente lo que me pertenece, pues sé que has aprendido la lección.

De esta forma los niños volvieron con sus padres y el pueblo de Hamelin volvió a ser feliz como antaño.

Episodio 30 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 30 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el poético cuento intitulado ‘Las hadas de colores’.

¿Cómo sería un mundo sin cuentos? Es mejor no imaginarlo. Los cuentos forman parte de nuestra vida para que nunca perdamos la fantasía.

En el episodio 30 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento Las hadas de colores. ¿Cómo sería un mundo sin cuentos? Es mejor no imaginarlo. Los cuentos forman parte de nuestra vida para que nunca perdamos la fantasía.

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Episodio 30 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Las hadas de colores’

Había una vez un país llamado Fantasía, donde vivían hadas de colores, duendecillos, brujos y brujas que no querían que el reino de la Fantasía estuviera lleno de color y alegría.
Lumilda era una bruja que vivía sola en su castillo y se enfadaba mucho cuando contaban cuentos a los niños.

– No quiero que cuenten cuentos a los niños porque aprenderán a escuchar, tendrán imaginación, fantasía, ilusión y lo que es peor, buenos sentimientos en su corazón. ¡No dejaré que ocurra eso!, ¡Tengo que hacer algún hechizo!

Entró en su castillo, cogió su libro embrujado y con voz muy fuerte dijo:

– Brujos y brujas que queréis el mal, 
que mi voz podáis escuchar,  
nuestra magia tenemos que unir, 
para que en el mundo de la realidad, 
cuentos no se vuelvan a contar.

Cuando dijo esto, en el cielo se vieron relámpagos y se escucharon truenos, la magia de los brujos se había unido y el hechizo de Lumilda se había cumplido.
Y desde ese momento, en el mundo de la realidad no se volvieron a contar cuentos.

El Hada Arco Iris había visto lo que había hecho Lumilda y fue a contárselo al Hada Naranja que era el hada de los niños.

– Hada Naranja, Lumilda y los brujos del mal han unido su magia y han hecho que en el mundo de la realidad, cuentos no se vuelvan a contar.
– ¡Eso no puede ser!, llamaré a las hadas de colores, para ver qué  podemos hacer.

Cogió su campanilla mágica y empezó a tocarla: TILÍN TILÍN, TALÁN TALÁN TILÍN TILÍN, TALÁN TALÁN…

Cuando las hadas de colores escucharon la campanilla mágica, fueron al palacio del Hada Naranja y allí se enteraron de lo que había hecho Lumilda.

– ¡No dejaremos que se salga con la suya! – dijeron enfadadas.
– ¡Claro, que no la dejaremos! – dijo el Hada Naranja.
– Nosotras al mundo de la realidad iremos y cuentos a los niños contaremos. De este modo no perderán la fantasía, la ilusión, la imaginación y los buenos sentimientos en su corazón.

Todas las hadas hicieron un coro y con una voz muy dulce cantaron:

– Somos hadas de colores,
que al mundo real iremos,
y allí a los niños,
muchos cuentos contaremos.

Mientras cantaban iban colocando una piedra de color en el centro, entonces de las piedras de colores salieron muchos caminos y cada hada tomó uno distinto, que las llevaría al mundo de la realidad para contar cuentos a los niños.

Gracias a las Hadas de colores, los niños pudieron seguir escuchando cuentos.

Sagrario Martín Moreno

Episodio 29 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 29 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un cuento con trabalenguas incluido intitulado
‘La tortilla’.

¿Habéis oído hablar de Juanito el Metepatas? Parece que es el niño mas despistado que se conozca, pero nos enseña un simple trabalenguas para entrenar nuestra memoria. ¡Apréndelo también tu!

En el episodio 29 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos un cuento con trabalenguas incluido intitulado
'La tortilla'.

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Episodio 29 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘La tortilla’

¿Vosotros habéis oído hablar de Juanito el Metepatas? Bueno pues yo os voy a contar una cosita suya, pero no le digáis que os lo he contado, que se enfada y se pone a llorar como un niño chico.

Resulta que este niño se parece mucho a un tío muy despistado que hay en mi pueblo. Con deciros que si hace tres días que cayó el último chaparrón y solo queda un charco en todo el colegio allí se le va a caer el bocadillo cuando salga al recreo… Y encima, cuando vuelva a pasar por el mismo sitio, esta vez mete el pie hasta el tobillo.

Antes de continuar, os voy a pedir un favor, si os cruzáis con él no se os ocurra reíros cuando os acordéis de lo que os he dicho, que el pobre, por muy despistado que sea, también es muy buena persona. Además, que todos tenemos nuestros defectillos. ¿Os imagináis un colegio en el que todos los niños fueran perfectos, listos, trabajadores, responsables, muy buenos y obedientes? ¿A que sería el colegio más aburrido del mundo?

Pues ya está, por muy metepatas que sea nuestro amigo Juanito, no debemos reírnos de él. Bueno, ni de él ni de las faltillas de ningún niño. Estoy seguro de que cualquiera de vosotros se mira a un espejo y se encuentra algún defectillo, ¿a que sí?

Además, que Juanito también tiene sus cosas buenas como ya os he dicho, ¿sabéis quien es el mejor portero de su clase? Sí señor, lo habéis acertado. El delantero que le marca un gol a Juanito está presumiendo de goleador durante toda la semana. Y si os digo que cada vez que abre su cartucho de chucherías hay chucherías para todos sus amigos ya tenéis una idea de por qué ningún compañero se ríe de él. Eso sí, lo pasan de bien con sus despistes…

¿sabéis por qué le dicen el Metepatas? Esta primavera pasada, una mañana que iba de excursión con los niños de su clase, amaneció el día más hermoso que podáis imaginar. El sol brillaba en lo alto del cielo iluminando un campo plagado de flores. Los pajarillos, contagiados de tanta luz, volaban alegrando el pueblo con sus trinos. Parecía como si don Francisco, el maestro, hubiese adivinado el día que iba a hacer. El día anterior, les había dicho que iban a ir de excursión. 

–Pero ya está bien de tener a vuestras madres toda la tarde preparando bocadillos y refrescos. La comida la haremos nosotros en el campo. Así que traeremos huevos, patatas… –y les enumeró todo lo que necesitarían para preparar una comida campestre.

¿Os imagináis la ilusión que tenían todos los niños? Ya se sentían capaces de valerse por sí mismos y cocinarse la mejor tortilla que habían probado en su vida. Y como a tener hambre no había quien les ganase, allá que se presentaron en el colegio con tanta comida que, como dijo don Francisco, había para darle de comer a un regimiento.

Las canciones atronaban el cielo extendiéndose por todo el valle. Sobre todo, ésta que, según decía Juanito, era su preferida:

Estaba la rana sentada 

cantando debajo del agua.

Cuando la rana se puso a cantar

vino la mosca y la hizo callar.

La mosca a la rana que estaba

cantando debajo del agua.

Cuando la mosca se puso a cantar

vino la araña y la hizo callar.

La araña a la mosca, la mosca a la rana

que estaba sentada 

cantando debajo del agua.

Cuando la araña se puso a cantar

vino el ratón y la hizo callar.

El ratón a la araña, 

la araña a la mosca, la mosca a la rana 

que estaba sentada 

cantando debajo del agua.

Cuando el ratón se puso a cantar

vino el gato y lo hizo callar.

El gato al ratón, el ratón a la araña,

la araña a la mosca,

la mosca a la rana 

que estaba sentada

cantando debajo del agua.

Cuando el gato se puso a cantar

vino el perro y lo hizo callar.

El perro al gato, el gato al ratón,

el ratón a la araña, la araña a la mosca, 

la mosca a la rana

que estaba sentada

Cantando debajo del agua.

Cuando el perro se puso a cantar

vino el hombre y lo hizo callar.

Así, cantando y cantando, llegaron a la fuente del Genazar. Allí tendrían agua suficiente para acallar la sed de toda la chiquillería del pueblo. Además, disponían de un merendero con sus bancos, mesas y, lo que es más importante, un lugar para encender el fuego sin peligro de que éste se extendiese por el monte. 

Toda la mañana transcurrió entre juegos, carreras y, como no, subidas a los eucaliptos que rodean el manantial. Por fin, llegó la hora de preparar la comida.

–Hay que elegir a los cocineros–dijo el maestro–. Y los demás, alejaditos del fuego, que luego habrá que limpiar todo para dejarlo como lo encontramos. Así que, antes o después, habrá tarea para todos. 

Y así lo hicieron. Como la mayoría de los compañeros no se fiaban de los despistes de Juanito, a éste lo designaron “árbitro mayor” de quienes quedaron relegados a las posteriores tareas de limpieza.

–Más vale que estropees un escobón y no la tortilla –dijo, entre las risas de sus compañeros uno de los cocineros.

Pero… como siempre hay un diablo que todo lo descompone, quiso la mala suerte que un balón fuese a parar entre los cacharros de cocina.

–Que venga uno sólo por él –ordenó el maestro.

Y como el que estaba más cerca era Juanito, allá que éste comenzó una alocada carrera en busca del travieso balón…

Menos mal que en el pueblo dicen que a buen hambre no hay pan duro. O sea que, cuando hay hambre, cualquier cosa se come a gusto, hasta una tortilla en la que, además de patatas y huevos, hay… los cascarones de éstos.

Cualquiera se ponía a separar una cosa de la otra después de lo bien batidos que había quedado gracias a los pisotones que Juanito, el Metepatas, repartió en la cesta en que los huevos esperaban a ser preparados…

Manuel Cubero Urbano

Episodio 28 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 28 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un simpático cuento felino intitulado
‘El Gato de Bolsillo’.

¡Estás invitado a escuchar este relato de aventuras con bigotes!

En el episodio 28 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos un simpático cuento felino intitulado El Gato de Bolsillo. ¡Estás invitado a escuchar este relato de aventuras con bigotes!

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Episodio 28 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El Gato de Bolsillo’

Había una vez un gato de ojos verdes, pelo gris y cola larga. De modo que era un gato parecido a muchos otros gatos. Pero, eso sí, era un gato de bolsillo. Del bolsillo de Aníbal Gobi, guarda de tren del ferrocarril Mitre. 

Mientras Aníbal Gobi picaba los boletos con su máquina picadora el gato apenas espiaba desde el borde del bolsillo de su chaqueta marrón. 

El Gato de Bolsillo no se acordaba de nada que no fuese el bolsillo de Aníbal Gobi. Tal vez había nacido en el Galpón de la Esquina, o en la Casa de al Lado, o en el Jardín de Atrás. Pero lo cierto es que hacía mucho, muchísimo tiempo que vivía en el bolsillo. 

Al Gato de Bolsillo el bolsillo le parecía mucho más lindo que el resto de los lugares del Mundo Grande. El bolsillo era tibio, blando, suave, oscuro, tenía pelusas que hacían cosquillas y era muy fácil acurrucarse en el fondo. El Mundo Grande, en cambio, era frío y caliente, duro y líquido, áspero y liso, negro y brillante; tenía zapatos, ramas, relojes, caras, ruedas y Gatos Peligrosos. Era muy difícil acurrucarse en el Mundo Grande. 

Eso, al menos, era lo que pensaba el Gato de Bolsillo hasta las cuatro y cinco de la tarde del segundo jueves del mes de octubre, porque a las cuatro y diez de la tarde del segundo jueves del mes de octubre, mientras estaba asomado al borde del bolsillo, observando tranquilamente cómo Aníbal Gobi le picaba el boleto a una señora colorada, el gato vio algo nuevo, algo nunca visto en el Mundo Grande: un ratón de cola de piolín y ojos brillantes, un Ratón Cualquiera, que miraba pasar el tren desde atrás de un poste de la estación Belgrano. 

El Gato de Bolsillo vio al Ratón Cualquiera y enseguida notó que ya era hora de salir del bolsillo de Aníbal Gobi. En el bolsillo de Aníbal Gobi jamás había habido ratones de ojos brillantes y cola de piolín. 

El Gato de Bolsillo saltó y apoyó sus patas acolchadas en el piso del tren. Volvió a saltar y cayó en el piso de la estación. El Ratón Cualquiera lo vio, dio media vuelta y empezó a correr por la calle Zapiola, con el Gato de Bolsillo atrás, corriendo y corriendo, corriendo como no había corrido nunca. 

Como el Ratón Cualquiera estaba mucho más acostumbrado al Mundo Grande que el Gato de Bolsillo, ganó la carrera y encontró un agujerito donde meterse antes de que el Gato de Bolsillo pudiese sujetarle la cola con la pata. 

Entonces el Gato de Bolsillo supo que estaba solo en el Mundo Grande, sin pelusas y lleno de Gatos Peligrosos. 

El Gato de Bolsillo les tenía muchísimo miedo a los Gatos Peligrosos. Aníbal Gobi siempre le hablaba de ellos mientras le rascaba las orejas; le había contado que tenían garras afiladas, maullidos malévolos y el cuerpo lleno de horribles cicatrices. El Gato de Bolsillo, en cambio, tenía las uñas cortas porque Aníbal Gobi se las cortaba puntualmente todos los lunes a la noche; maullaba bajito y sólo cuando tenía hambre, y tenía un pelaje liso, entero y sin marcas. 

Pensando en los Gatos Peligrosos el Gato de Bolsillo se acurrucó detrás de una bolsa de basura. Mientras oía el ruido de los autos y seguía con los ojos los zapatos que iban y venían por la calle, gemía en voz baja: extrañaba muchísimo al bolsillo. 

Los zapatos se fueron yendo poco a poco y, poco a poco también, se vino la Verdadera Noche. Y fue entonces que aparecieron uno a uno, uno tras otro, los Gatos Peligrosos. 

Los Gatos Peligrosos eran silenciosos como todos los gatos. A veces eran rapidísimos y otras veces muy lentos, como todos los gatos. Y, como todos los gatos, tenían bigotes largos, ojos verdes y amarillos y cola larga. 

Pero eran peligrosos. El Gato de Bolsillo enseguida notó que eran peligrosos. 

Porque arqueaban el lomo. 

Porque maullaban hacia el cielo mostrando las gargantas. 

Porque abrían la pata y mostraban las uñas, larguísimas y afiladas. 

Cinco Gatos Peligrosos se acercaron al Gato de Bolsillo y los cinco arquearon el lomo, maullaron hacia el cielo y mostraron las uñas. El Gato de Bolsillo los miró con sus ojos verdes y vio que también ellos tenían verdes los ojos. 

Entonces pasaron cosas importantes: el Gato de Bolsillo arqueó el lomo; después maulló hacia el cielo y los Gatos Peligrosos le vieron la garganta; después abrió la pata y mostró las uñas, que no eran tan largas ni tan afiladas, pero que ya le estaban creciendo. 

Entonces pasó otra cosa importante: un Ratón Cualquiera. Y los seis gatos – un Gato de Bolsillo y cinco Gatos Peligrosos – echaron a correr. Todos persiguieron, todos saltaron tapias, todos esquivaron árboles y se escabulleron debajo de los autos estacionados. 

Y pasaron más cosas esa noche. El Gato de Bolsillo se peleó con un Gato Peligroso, pegó un salto muy alto, corrió una carrera, escarbó la tierra, encontró un poco de leche en el fondo de una bolsa de basura y se afiló las uñas en una pared de piedra. 

Y cuando ya empezaba a clarear los seis gatos – un Gato de Bolsillo y cinco Gatos Peligrosos – se fueron al Baldío de Enfrente y encontraron un rincón oscuro, tibio y suave arriba de un montón de trapos viejos. Y se enroscaron a dormir todos juntos. 

Entonces el Gato de Bolsillo supo que en el Mundo Grande no sólo había ratones de ojos brillantes y cola de piolín; también había bolsillos llenos de pelusa.

Graciela Montes

Episodio 27 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 27 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un bellísimo cuento clásico intitulado
‘Peter Pan’.

¿Conoces al eterno niño que no quiere crecer? Se llama Peter y está decidido a no transformarse en adulto. ¡Hasta vive en una isla llamada Nunca Jamás! Si pudieras, ¿elegirías tu también quedarte niño toda la vida?

En el episodio 27 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el bellísimo clásico intitulado Peter Pan. ¿Conoces al eterno niño que no quiere crecer? Se llama Peter y está decidido a no transformarse en adulto. ¡Hasta vive en una isla llamada Nunca Jamás! Si pudieras, ¿elegirías tu también quedarte niño toda la vida?

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Episodio 27 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Peter Pan’

Los Darling eran una familia compuesta por el siempre preocupado por las apariencias señor Darling, la amorosa señora Darling, sus tres hijos Wendy, John y Michael y Nana, un perro niñera que no tenía nada que envidiar a ninguna otra niñera. Wendy era la hermana mayor y en sus sueños vivía historias de aventuras en las que aparecía un personaje llamado Peter Pan, un niño volador, que vivía en la isla de Nunca Jamás.

La señora Darling alimentaba la imaginación de sus hijos contándoles cuentos cada noche, sin saber que al propio Peter Pan le gustaba acercarse a escuchar los cuentos para luego ir a contárselos a los Niños Perdidos con los que vivía en la isla de Nunca Jamás. Los Niños Perdidos eran los niños que se habían caído de sus carritos y nunca más habían sido reclamados. Peter Pan era su líder y se encargaba de protegerlos.

Un día, Nana descubrió a Peter y fue tras él. Aunque el niño escapó, Nana consiguió atrapar su sombra y Wendy la guardó en un cajón. 

Pero algunos días después, Peter volvió con el hada Campanita para recuperar su sombra. Sin embargo, una vez que la consiguió no pudo volver a ponérsela y se echó a llorar. El llanto de Peter despertó a Wendy, quien tras oír su problema, cosió la sombra de Peter a sus pies.

Peter Pan quedó encantado de las habilidades de Wendy y le pidió que viajara con él y Campanita al país de Nunca Jamás donde podrían vivir aventuras y ser la mamá de los Niños Perdido. Entonces, enseñó a volar a los tres niños con la ayuda del polvo de hadas de Campanita y todos viajaron a Nunca Jamás. 

Durante el vuelo, Peter les habló de su enemigo Garfio, el malvado y cruel capitán pirata a quien Peter había cortado una mano. Luego se la había dado a comer a un cocodrilo y desde entonces éste perseguía a Garfio por todas partes, ansioso por volver a probar su carne. Garfio había conseguido evitarlo hasta entonces porque el cocodrilo también se había tragado su reloj y el continuo «tic tac» lo avisaba de su presencia. Casi habían llegado cuando los piratas de Garfio los recibieron a cañonazos…

Peter Pan presentó a Wendy como una madre a los Niños Perdidos, que la recibieron con mucho cariño y alegría. Es que, aunque Peter no quería saber nada de madre ni de adultos, los Niños Perdidos estaban encantados de tener una.

Wendy aceptó de buen grado su papel de madre cuidando a los niños, dando medicinas, poniendo tareas, fijando normas, cocinando y contando cuentos. Y así pasaron felices bastante tiempo, viviendo las aventuras propias de una isla tan fantástica y comenzando a olvidar a sus padres y su pasado, en especial John y Michael. Wendy se acordaba más de ellos, sobre todo de lo que estarían sufriendo, pero estaba tan segura de que sus padres tendrían siempre abierta la ventana para recibirles con alegría el día que decidieran regresar, que no se preocupaba demasiado.

Así fue pasando el tiempo hasta que una noche Wendy, temerosa por llegar a olvidar a sus padres y preocupada por lo que estarían sufriendo, decidió que debían volver a casa con ellos. 

Pero después de probar lo que era una madre, los Niños Perdidos no querían perder a Wendy y deseaban seguir con ella, así que se le ocurrió la idea que sus propios padres los adoptaran a todos. Los Niños Perdidos aceptaron ilusionados, pero Peter no quería saber nada de ninguna madre, ni hacer nada de lo que obligan a hacer los mayores, ni mucho menos crecer y se negó a volver y ser adoptado. 

Así, se despidieron y se marcharon.

Pero precisamente Garfio había preparado su ataque ese día y preparó una emboscada para capturar a Wendy y a los niños, a quienes Peter no protegía porque estaba actuando como si no le importara que se marcharan. Garfio tenía todo tan planeado que pudo incluso llegar al escondite de Peter mientras dormía y envenenar su comida.

Campanita descubrió lo que había ocurrido y comió ella la comida de Peter. La pequeña hada lo salvó de morir envenenado y estuvo a punto de morir ella misma, pero un  hada puede salvarse cuando los niños creen en las hadas y cuando se lee este cuento, siempre hay un niño que cree en las hadas y salva la vida de Campanita.

En el barco pirata Garfio ya había decidido tirar los niños al mar haciéndoles caminar por un tablón de madera. Pero entonces se escuchó el «tic tac» del cocodrilo y el capitán pirata se aterrorizó. Sin embargo, solo era un engaño de Peter, que acudía a salvar a Wendy y a los niños. 

Peter fue acabando con los piratas de uno en uno hasta conseguir la llave de los candados y liberar a los niños.

Entonces comenzó una feroz lucha en el barco entre Peter y Garfio, pero el niño dió una gran patada en el trasero al pirata y lo envió directo a las fauces del cocodrilo, que miraba desde el agua. 

Gracias a la gran victoria los niños se adueñaron del barco de los piratas y al día siguiente pusieron rumbo de vuelta a casa.

En casa de los Darling las cosas habían cambiado. El señor Darling, arrepentido por sus errores, vivía en la perrera de Nana y había jurado no salir hasta la vuelta de sus hijos. Mientras, la señora Darling, como pensaba Wendy, se aseguraba de que la ventana estuviera siempre abierta.

Así, cuando los niños llegaron volando tomados de las manos, el encuentro con sus padres estuvo lleno de alegría y felicidad. Por supuesto los Darling estuvieron encantados de adoptar a los Niño Perdidos y a Peter. Pero Peter se negó rotundamente: no quería crecer y volvería a Nunca Jamás junto a Campanita. 

Pero antes de marcharse, prometió volver por Wendy y llevarla consigo una vez al año, por primavera.

James Matthew Barrie