Episodio 32 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 32 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘El mago de Oz’.

Este relato nos invita a reflexionar sobre cómo la fuerza de nuestras creencias y pensamientos nos ayude a alcanzar nuestros deseos.

En el episodio 32 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado El mago de Oz. Este relato nos invita a reflexionar sobre cómo la fuerza de nuestras creencias y pensamientos nos ayude a alcanzar nuestros deseos.

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Episodio 32 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El mago de Oz’

Esta es la historia de una niña llamada Dorita que es arrastrada cielo arriba por un tornado que aparece de la nada, ante la vista sorprendida de sus tíos. La nena y su mascota Totó se alejan sin dejar rastro de su paradero.
Es así como Dorita y Totó llegan a una tierra donde reinaba la fantasía. En este lugar, la niña se hace amiga de un hombre de hojalata, un espantapájaros, un león y otros personajes increíblemente pintorescos con los que tiene gran cantidad de aventuras increíbles.

Al principio, Dorita sintió miedo sin sus tíos porque nunca había estado sola por tanto tiempo. Entristecida con la idea de no poder verlos nunca más, la niña pidió un deseo: encontrar el camino a su hogar. Pero el único personaje que podía resolver semejante situación era el mago de Oz. Entonces la niña emprende junto a su perro este largo recorrido para conocer al mago que los sacaría de apuros. Así se encuentra con un espantapájaros que necesitaba un cerebro y luego un hombre de hojalata que pedía un corazón. Hasta conocieron a un león tan cobarde que se moría de miedo con el perrito de Dorita.

Las aventuras de este grupo de personajes forman la historia de este cuento, ya que cada uno de ellos tiene un deseo muy fuerte por cumplir y poder ser felices. Todos juntos emprenden el camino esperando que el famoso mago de Oz los ayude.

Lo mas bonito de esta historia es que luego de innumerables aventuras cada uno de ellos conquistó sus metas, volviéndose más fuertes y confiados en sí mismos.

¿Quieres saber un poco mas de la historia? Pues aquí va:

El mago de Oz

Esta historia sucede en una granja de Kansas, EEUU. Se trata de una niña llamada Dorita que junto a su perro Totó, fue atrapada por un tornado y trasladada hasta tierras muy lejanas.

Para sorpresa de Dorita había llegado a un mundo poblado por seres extraños. ¡Tenía que encontrar el camino a su casa! Así fue preguntando cómo hacerlo hasta que un hada le recomendó consultar al mago de Oz.

¿Cómo hallarlo? -Sigue el camino de las baldosas amarillas- le dijo el hada.

En el recorrido para llegar hasta el mago de Oz, Dorita y su perro Totó se encontraron con un espantapájaros que clamaba por tener un cerebro. Al no poder ayudar a su nuevo amigo, la niña lo invitó a caminar juntos para encontrar al mago y pedirle un consejo.

También se les unió un hombre de hojalata. Este se encontraba triste porque quería un corazón y no encontraba la forma de solucionar su problema. Más tarde, hallaron a un león que a diferencia de los de su especie era tremendamente miedoso. Entonces, le invitaron a ver al mago de Oz para que le ayudara a vencer su timidez.

Después de mucho andar y vivir extraordinarias aventuras, Dorita, Totó, el espantapájaros, el hombre de hojalata y el león llegaron al país del mago de Oz donde fueron recibidos por un guardián. Tras preguntar qué querían, los dejó pasar.

El mago de Oz escuchó atentos los deseos de sus visitantes y les dijo que los ayudaría si vencían a una bruja que causaba muchas molestias a su reino. Los nuevos amigos aceptaron.

A salir para cumplir su tarea, los cinco amigos pasaron por un campo de amapolas y el aroma de estas flores los durmió. En ese momento, unos monos mensajeros de la bruja, los atraparan y los llevaran con ella.

Un poco por casualidad y otro poco por miedo, cuando Dorita vio a la bruja le lanzó un enorme tarro de agua a la cara. Al instante, la bruja se transformó en un charco de agua, porque esa era justo la solución para terminar con los hechizos que habían azotado al país del mago de Oz.

Al desaparecer la bruja, el hombre de hojalata, el león y el espantapájaros vieron cumplidos sus deseos. Sin embargo, Dorita y Totó no habían podido regresar a su granja en Kansas.

La curiosidad de Totó hizo que Dorita descubriera que el mago de Oz era un anciano que deseaba retirarse a un lugar donde pudiera reposar. Dorita lo siguió en esta travesía y juntos emprendieron un vuelo en globo.
La travesía cambió su rumbo cuando Totó se cayó del globo y ella saltó tras él. Mientras caía, Dorita escuchó como el hada le decía que pensara con mucha fuerza cuanto le gustaba estar en casa con sus tíos. La niña recordó esa alegre sensación pensando que: -¡No hay lugar más feliz que nuestra propia casa!

Al abrir sus ojos se encontró otra vez en Kansas. Escuchó la voz de sus tíos y corrió a abrazarlos bien fuerte. Dorita solo había estando soñando, pero vivió en ese mundo de fantasía una experiencia inolvidable.

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Episodio 31 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 31 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘El flautista de Hamelin’.

Este relato nos invita a reflexionar sobre el valor de la palabra dada y las consecuencias de nuestras promesas.

En el episodio 31 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado El flautista de Hamelin. Este relato nos invita a reflexionar sobre el valor de la palabra dada y las consecuencias de nuestras promesas.

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Episodio 31 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El flautista de Hamelin’

Érase una vez a la orilla de un gran río en el Norte de Alemania una ciudad llamada Hamelin. Sus ciudadanos eran gente honesta que vivía felíz en sus casas de piedra gris. Los años pasaron y la ciudad se hizo rica y próspera. Hasta que un día, sucedió algo insólito que perturbó su paz.

Hamelin siempre había tenido ratas y bastantes, pero nunca habían sido un peligro, pues los gatos las mantenían a raya de la manera habitual: cazándolas. Pero de pronto, las ratas comenzaron a multiplicarse.

Con el tiempo, una gran marea de ratas cubría la ciudad. Primero atacaron las tiendas y graneros y cuando no les quedó nada, fueron por madera, ropa o cualquier cosa. Lo único que no comían era el metal. Los aterrados ciudadanos se manifestaron ante el ayuntamiento para que los librara de la plaga de ratas, pero el consejo ya llevaba tiempo reunido tratando de pensar un plan.

-Necesitaríamos un ejército de gatos.

Pero los gatos ya no estaban.

-Deberíamos matarlas con comida envenenada.

Pero apenas les quedaba comida y ni siquiera el veneno era capaz de detenerlas.

-Necesitamos ayuda- dijo el alcalde abatido.

En ese preciso instante, mientras los ciudadanos se agolpaban afuera, llamaron fuertemente a la puerta. ¿Quién podría ser? se preguntaban preocupados los miembros del consejo, temreosos de las iras de la gente. Abrieron la puerta con precaución y, ante su sorpresa, apareció ante ellos un hombre alto, vestido con ropas de brillantes colores, con una larga pluma en su sombrero y una larga flauta dorada.

-He librado ciudades de escarabajos y murciélagos- dijo el extraño -y por mil florines, también les libraré de las ratas.

-¡Mil florines!- exclamó el alcalde -¡Le daríamos cincuenta mil si lo hiciera!

El extraño salió entonces diciendo:

-Ahora es tarde, pero mañana al amanecer no quedará ni una rata en Hamelin.

Todavía no había salido el sol cuando el sonido de una flauta se escuchó a través de las calles de Hamelin. El flautista fue pasando lentamente por entre las casas y todas las ratas le seguían. Salían de todas partes: de las puertas, de las ventanas, de las cañerías, todas detrás del flautista. Mientras tocaba, el extranjero bajó hacia el río y lo cruzó. Tras él, las ratas seguían sus pasos y todas y cada una de ellas se ahogaron y fueron arrastradas por la corriente.

Al mediodía, no quedaba ni una sola rata en la ciudad. Todos en el consejo estaban encantados, hasta que el flautista acudió a reclamar su pago.

-¿Cincuenta mil florines?- exclamaron- ¡Jamás!

-¡Que sean mil al menos!- gritó furioso el flautista. Pero el alcalde respondió:

-Ahora todas la ratas están muertas y no volverán. Así que confórmate con cincuenta florines, si es que no quieres quedarte sin nada.

Con los ojos encendidos de ira, el flautista señaló con un dedo al alcalde:

-Te arrepentirás amargamente de haber roto tu promesa.

Y desapareció. Una sombra de miedo envolvió a los consejeros, pero el alcalde se encogió de hombros y dijo emocionado:

-¡Qué diablos! Acabamos de ahorrarnos cincuenta mil florines.

Aquella noche, liberados de la pesadilla de las ratas, los habitantes de Hamelin durmieron más profundamente que nunca. Y cuando el extraño sonido de un flauta flotó por las calles al amanecer, solo los niños lo escucharon. Como atraídos de un modo mágico, los niños salían de sus casas. Y de la misma forma que había ocurrido el día anterior, el flautista recorrió tranquilamente las calles, reuniendo a todos los niños, que le seguían dócilmente al son de la extraña música.

Pronto la larga hilera dejó la ciudad y se encaminó al bosque y tras cruzarlo alcanzó la falda de una gran montaña. Cuando el flautista alcanzó la roca, tocó su instrumento con más fuerza y en la montaña se abrió una gran puerta que daba acceso a una cueva. Los niños entraron tras el flautista y cuando el último de ellos se adentró en la oscuridad, la entrada se cerró.

Un gran movimiento de tierras cerró la entrada de la cueva para siempre y solo un pequeño niño cojo pudo escapar de la tragedia. Fue él quien contó a los angustiados habitantes de Hamelin, que buscaban sus niños desesperadamente, lo que había ocurrido. Y de nada sirvieron todos sus esfuerzos: la montaña nunca devolvió a sus víctimas.

El alcalde fue incansablemente en busca del flautista, pero no lo encontraba. Un día cuando estaba a punto de darse por vencido lo encontró no muy lejos de Hamelin. Habló con él y le pidió disculpas y le dijo que le pagaría el doble de lo acordado e incluso el triple, pero que por favor devolviera a los niños del pueblo.

El flautista conmovido por las palabras del alcalde y sabiendo que había aprendido la lección le dijo dame únicamente lo que me pertenece, pues sé que has aprendido la lección.

De esta forma los niños volvieron con sus padres y el pueblo de Hamelin volvió a ser feliz como antaño.

Episodio 30 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 30 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el poético cuento intitulado ‘Las hadas de colores’.

¿Cómo sería un mundo sin cuentos? Es mejor no imaginarlo. Los cuentos forman parte de nuestra vida para que nunca perdamos la fantasía.

En el episodio 30 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento Las hadas de colores. ¿Cómo sería un mundo sin cuentos? Es mejor no imaginarlo. Los cuentos forman parte de nuestra vida para que nunca perdamos la fantasía.

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Episodio 30 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Las hadas de colores’

Había una vez un país llamado Fantasía, donde vivían hadas de colores, duendecillos, brujos y brujas que no querían que el reino de la Fantasía estuviera lleno de color y alegría.
Lumilda era una bruja que vivía sola en su castillo y se enfadaba mucho cuando contaban cuentos a los niños.

– No quiero que cuenten cuentos a los niños porque aprenderán a escuchar, tendrán imaginación, fantasía, ilusión y lo que es peor, buenos sentimientos en su corazón. ¡No dejaré que ocurra eso!, ¡Tengo que hacer algún hechizo!

Entró en su castillo, cogió su libro embrujado y con voz muy fuerte dijo:

– Brujos y brujas que queréis el mal, 
que mi voz podáis escuchar,  
nuestra magia tenemos que unir, 
para que en el mundo de la realidad, 
cuentos no se vuelvan a contar.

Cuando dijo esto, en el cielo se vieron relámpagos y se escucharon truenos, la magia de los brujos se había unido y el hechizo de Lumilda se había cumplido.
Y desde ese momento, en el mundo de la realidad no se volvieron a contar cuentos.

El Hada Arco Iris había visto lo que había hecho Lumilda y fue a contárselo al Hada Naranja que era el hada de los niños.

– Hada Naranja, Lumilda y los brujos del mal han unido su magia y han hecho que en el mundo de la realidad, cuentos no se vuelvan a contar.
– ¡Eso no puede ser!, llamaré a las hadas de colores, para ver qué  podemos hacer.

Cogió su campanilla mágica y empezó a tocarla: TILÍN TILÍN, TALÁN TALÁN TILÍN TILÍN, TALÁN TALÁN…

Cuando las hadas de colores escucharon la campanilla mágica, fueron al palacio del Hada Naranja y allí se enteraron de lo que había hecho Lumilda.

– ¡No dejaremos que se salga con la suya! – dijeron enfadadas.
– ¡Claro, que no la dejaremos! – dijo el Hada Naranja.
– Nosotras al mundo de la realidad iremos y cuentos a los niños contaremos. De este modo no perderán la fantasía, la ilusión, la imaginación y los buenos sentimientos en su corazón.

Todas las hadas hicieron un coro y con una voz muy dulce cantaron:

– Somos hadas de colores,
que al mundo real iremos,
y allí a los niños,
muchos cuentos contaremos.

Mientras cantaban iban colocando una piedra de color en el centro, entonces de las piedras de colores salieron muchos caminos y cada hada tomó uno distinto, que las llevaría al mundo de la realidad para contar cuentos a los niños.

Gracias a las Hadas de colores, los niños pudieron seguir escuchando cuentos.

Sagrario Martín Moreno

Episodio 29 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 29 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un cuento con trabalenguas incluido intitulado
‘La tortilla’.

¿Habéis oído hablar de Juanito el Metepatas? Parece que es el niño mas despistado que se conozca, pero nos enseña un simple trabalenguas para entrenar nuestra memoria. ¡Apréndelo también tu!

En el episodio 29 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos un cuento con trabalenguas incluido intitulado
'La tortilla'.

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Episodio 29 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘La tortilla’

¿Vosotros habéis oído hablar de Juanito el Metepatas? Bueno pues yo os voy a contar una cosita suya, pero no le digáis que os lo he contado, que se enfada y se pone a llorar como un niño chico.

Resulta que este niño se parece mucho a un tío muy despistado que hay en mi pueblo. Con deciros que si hace tres días que cayó el último chaparrón y solo queda un charco en todo el colegio allí se le va a caer el bocadillo cuando salga al recreo… Y encima, cuando vuelva a pasar por el mismo sitio, esta vez mete el pie hasta el tobillo.

Antes de continuar, os voy a pedir un favor, si os cruzáis con él no se os ocurra reíros cuando os acordéis de lo que os he dicho, que el pobre, por muy despistado que sea, también es muy buena persona. Además, que todos tenemos nuestros defectillos. ¿Os imagináis un colegio en el que todos los niños fueran perfectos, listos, trabajadores, responsables, muy buenos y obedientes? ¿A que sería el colegio más aburrido del mundo?

Pues ya está, por muy metepatas que sea nuestro amigo Juanito, no debemos reírnos de él. Bueno, ni de él ni de las faltillas de ningún niño. Estoy seguro de que cualquiera de vosotros se mira a un espejo y se encuentra algún defectillo, ¿a que sí?

Además, que Juanito también tiene sus cosas buenas como ya os he dicho, ¿sabéis quien es el mejor portero de su clase? Sí señor, lo habéis acertado. El delantero que le marca un gol a Juanito está presumiendo de goleador durante toda la semana. Y si os digo que cada vez que abre su cartucho de chucherías hay chucherías para todos sus amigos ya tenéis una idea de por qué ningún compañero se ríe de él. Eso sí, lo pasan de bien con sus despistes…

¿sabéis por qué le dicen el Metepatas? Esta primavera pasada, una mañana que iba de excursión con los niños de su clase, amaneció el día más hermoso que podáis imaginar. El sol brillaba en lo alto del cielo iluminando un campo plagado de flores. Los pajarillos, contagiados de tanta luz, volaban alegrando el pueblo con sus trinos. Parecía como si don Francisco, el maestro, hubiese adivinado el día que iba a hacer. El día anterior, les había dicho que iban a ir de excursión. 

–Pero ya está bien de tener a vuestras madres toda la tarde preparando bocadillos y refrescos. La comida la haremos nosotros en el campo. Así que traeremos huevos, patatas… –y les enumeró todo lo que necesitarían para preparar una comida campestre.

¿Os imagináis la ilusión que tenían todos los niños? Ya se sentían capaces de valerse por sí mismos y cocinarse la mejor tortilla que habían probado en su vida. Y como a tener hambre no había quien les ganase, allá que se presentaron en el colegio con tanta comida que, como dijo don Francisco, había para darle de comer a un regimiento.

Las canciones atronaban el cielo extendiéndose por todo el valle. Sobre todo, ésta que, según decía Juanito, era su preferida:

Estaba la rana sentada 

cantando debajo del agua.

Cuando la rana se puso a cantar

vino la mosca y la hizo callar.

La mosca a la rana que estaba

cantando debajo del agua.

Cuando la mosca se puso a cantar

vino la araña y la hizo callar.

La araña a la mosca, la mosca a la rana

que estaba sentada 

cantando debajo del agua.

Cuando la araña se puso a cantar

vino el ratón y la hizo callar.

El ratón a la araña, 

la araña a la mosca, la mosca a la rana 

que estaba sentada 

cantando debajo del agua.

Cuando el ratón se puso a cantar

vino el gato y lo hizo callar.

El gato al ratón, el ratón a la araña,

la araña a la mosca,

la mosca a la rana 

que estaba sentada

cantando debajo del agua.

Cuando el gato se puso a cantar

vino el perro y lo hizo callar.

El perro al gato, el gato al ratón,

el ratón a la araña, la araña a la mosca, 

la mosca a la rana

que estaba sentada

Cantando debajo del agua.

Cuando el perro se puso a cantar

vino el hombre y lo hizo callar.

Así, cantando y cantando, llegaron a la fuente del Genazar. Allí tendrían agua suficiente para acallar la sed de toda la chiquillería del pueblo. Además, disponían de un merendero con sus bancos, mesas y, lo que es más importante, un lugar para encender el fuego sin peligro de que éste se extendiese por el monte. 

Toda la mañana transcurrió entre juegos, carreras y, como no, subidas a los eucaliptos que rodean el manantial. Por fin, llegó la hora de preparar la comida.

–Hay que elegir a los cocineros–dijo el maestro–. Y los demás, alejaditos del fuego, que luego habrá que limpiar todo para dejarlo como lo encontramos. Así que, antes o después, habrá tarea para todos. 

Y así lo hicieron. Como la mayoría de los compañeros no se fiaban de los despistes de Juanito, a éste lo designaron “árbitro mayor” de quienes quedaron relegados a las posteriores tareas de limpieza.

–Más vale que estropees un escobón y no la tortilla –dijo, entre las risas de sus compañeros uno de los cocineros.

Pero… como siempre hay un diablo que todo lo descompone, quiso la mala suerte que un balón fuese a parar entre los cacharros de cocina.

–Que venga uno sólo por él –ordenó el maestro.

Y como el que estaba más cerca era Juanito, allá que éste comenzó una alocada carrera en busca del travieso balón…

Menos mal que en el pueblo dicen que a buen hambre no hay pan duro. O sea que, cuando hay hambre, cualquier cosa se come a gusto, hasta una tortilla en la que, además de patatas y huevos, hay… los cascarones de éstos.

Cualquiera se ponía a separar una cosa de la otra después de lo bien batidos que había quedado gracias a los pisotones que Juanito, el Metepatas, repartió en la cesta en que los huevos esperaban a ser preparados…

Manuel Cubero Urbano

Episodio 28 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 28 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un simpático cuento felino intitulado
‘El Gato de Bolsillo’.

¡Estás invitado a escuchar este relato de aventuras con bigotes!

En el episodio 28 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos un simpático cuento felino intitulado El Gato de Bolsillo. ¡Estás invitado a escuchar este relato de aventuras con bigotes!

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Episodio 28 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El Gato de Bolsillo’

Había una vez un gato de ojos verdes, pelo gris y cola larga. De modo que era un gato parecido a muchos otros gatos. Pero, eso sí, era un gato de bolsillo. Del bolsillo de Aníbal Gobi, guarda de tren del ferrocarril Mitre. 

Mientras Aníbal Gobi picaba los boletos con su máquina picadora el gato apenas espiaba desde el borde del bolsillo de su chaqueta marrón. 

El Gato de Bolsillo no se acordaba de nada que no fuese el bolsillo de Aníbal Gobi. Tal vez había nacido en el Galpón de la Esquina, o en la Casa de al Lado, o en el Jardín de Atrás. Pero lo cierto es que hacía mucho, muchísimo tiempo que vivía en el bolsillo. 

Al Gato de Bolsillo el bolsillo le parecía mucho más lindo que el resto de los lugares del Mundo Grande. El bolsillo era tibio, blando, suave, oscuro, tenía pelusas que hacían cosquillas y era muy fácil acurrucarse en el fondo. El Mundo Grande, en cambio, era frío y caliente, duro y líquido, áspero y liso, negro y brillante; tenía zapatos, ramas, relojes, caras, ruedas y Gatos Peligrosos. Era muy difícil acurrucarse en el Mundo Grande. 

Eso, al menos, era lo que pensaba el Gato de Bolsillo hasta las cuatro y cinco de la tarde del segundo jueves del mes de octubre, porque a las cuatro y diez de la tarde del segundo jueves del mes de octubre, mientras estaba asomado al borde del bolsillo, observando tranquilamente cómo Aníbal Gobi le picaba el boleto a una señora colorada, el gato vio algo nuevo, algo nunca visto en el Mundo Grande: un ratón de cola de piolín y ojos brillantes, un Ratón Cualquiera, que miraba pasar el tren desde atrás de un poste de la estación Belgrano. 

El Gato de Bolsillo vio al Ratón Cualquiera y enseguida notó que ya era hora de salir del bolsillo de Aníbal Gobi. En el bolsillo de Aníbal Gobi jamás había habido ratones de ojos brillantes y cola de piolín. 

El Gato de Bolsillo saltó y apoyó sus patas acolchadas en el piso del tren. Volvió a saltar y cayó en el piso de la estación. El Ratón Cualquiera lo vio, dio media vuelta y empezó a correr por la calle Zapiola, con el Gato de Bolsillo atrás, corriendo y corriendo, corriendo como no había corrido nunca. 

Como el Ratón Cualquiera estaba mucho más acostumbrado al Mundo Grande que el Gato de Bolsillo, ganó la carrera y encontró un agujerito donde meterse antes de que el Gato de Bolsillo pudiese sujetarle la cola con la pata. 

Entonces el Gato de Bolsillo supo que estaba solo en el Mundo Grande, sin pelusas y lleno de Gatos Peligrosos. 

El Gato de Bolsillo les tenía muchísimo miedo a los Gatos Peligrosos. Aníbal Gobi siempre le hablaba de ellos mientras le rascaba las orejas; le había contado que tenían garras afiladas, maullidos malévolos y el cuerpo lleno de horribles cicatrices. El Gato de Bolsillo, en cambio, tenía las uñas cortas porque Aníbal Gobi se las cortaba puntualmente todos los lunes a la noche; maullaba bajito y sólo cuando tenía hambre, y tenía un pelaje liso, entero y sin marcas. 

Pensando en los Gatos Peligrosos el Gato de Bolsillo se acurrucó detrás de una bolsa de basura. Mientras oía el ruido de los autos y seguía con los ojos los zapatos que iban y venían por la calle, gemía en voz baja: extrañaba muchísimo al bolsillo. 

Los zapatos se fueron yendo poco a poco y, poco a poco también, se vino la Verdadera Noche. Y fue entonces que aparecieron uno a uno, uno tras otro, los Gatos Peligrosos. 

Los Gatos Peligrosos eran silenciosos como todos los gatos. A veces eran rapidísimos y otras veces muy lentos, como todos los gatos. Y, como todos los gatos, tenían bigotes largos, ojos verdes y amarillos y cola larga. 

Pero eran peligrosos. El Gato de Bolsillo enseguida notó que eran peligrosos. 

Porque arqueaban el lomo. 

Porque maullaban hacia el cielo mostrando las gargantas. 

Porque abrían la pata y mostraban las uñas, larguísimas y afiladas. 

Cinco Gatos Peligrosos se acercaron al Gato de Bolsillo y los cinco arquearon el lomo, maullaron hacia el cielo y mostraron las uñas. El Gato de Bolsillo los miró con sus ojos verdes y vio que también ellos tenían verdes los ojos. 

Entonces pasaron cosas importantes: el Gato de Bolsillo arqueó el lomo; después maulló hacia el cielo y los Gatos Peligrosos le vieron la garganta; después abrió la pata y mostró las uñas, que no eran tan largas ni tan afiladas, pero que ya le estaban creciendo. 

Entonces pasó otra cosa importante: un Ratón Cualquiera. Y los seis gatos – un Gato de Bolsillo y cinco Gatos Peligrosos – echaron a correr. Todos persiguieron, todos saltaron tapias, todos esquivaron árboles y se escabulleron debajo de los autos estacionados. 

Y pasaron más cosas esa noche. El Gato de Bolsillo se peleó con un Gato Peligroso, pegó un salto muy alto, corrió una carrera, escarbó la tierra, encontró un poco de leche en el fondo de una bolsa de basura y se afiló las uñas en una pared de piedra. 

Y cuando ya empezaba a clarear los seis gatos – un Gato de Bolsillo y cinco Gatos Peligrosos – se fueron al Baldío de Enfrente y encontraron un rincón oscuro, tibio y suave arriba de un montón de trapos viejos. Y se enroscaron a dormir todos juntos. 

Entonces el Gato de Bolsillo supo que en el Mundo Grande no sólo había ratones de ojos brillantes y cola de piolín; también había bolsillos llenos de pelusa.

Graciela Montes

Episodio 27 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 27 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un bellísimo cuento clásico intitulado
‘Peter Pan’.

¿Conoces al eterno niño que no quiere crecer? Se llama Peter y está decidido a no transformarse en adulto. ¡Hasta vive en una isla llamada Nunca Jamás! Si pudieras, ¿elegirías tu también quedarte niño toda la vida?

En el episodio 27 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el bellísimo clásico intitulado Peter Pan. ¿Conoces al eterno niño que no quiere crecer? Se llama Peter y está decidido a no transformarse en adulto. ¡Hasta vive en una isla llamada Nunca Jamás! Si pudieras, ¿elegirías tu también quedarte niño toda la vida?

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Episodio 27 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Peter Pan’

Los Darling eran una familia compuesta por el siempre preocupado por las apariencias señor Darling, la amorosa señora Darling, sus tres hijos Wendy, John y Michael y Nana, un perro niñera que no tenía nada que envidiar a ninguna otra niñera. Wendy era la hermana mayor y en sus sueños vivía historias de aventuras en las que aparecía un personaje llamado Peter Pan, un niño volador, que vivía en la isla de Nunca Jamás.

La señora Darling alimentaba la imaginación de sus hijos contándoles cuentos cada noche, sin saber que al propio Peter Pan le gustaba acercarse a escuchar los cuentos para luego ir a contárselos a los Niños Perdidos con los que vivía en la isla de Nunca Jamás. Los Niños Perdidos eran los niños que se habían caído de sus carritos y nunca más habían sido reclamados. Peter Pan era su líder y se encargaba de protegerlos.

Un día, Nana descubrió a Peter y fue tras él. Aunque el niño escapó, Nana consiguió atrapar su sombra y Wendy la guardó en un cajón. 

Pero algunos días después, Peter volvió con el hada Campanita para recuperar su sombra. Sin embargo, una vez que la consiguió no pudo volver a ponérsela y se echó a llorar. El llanto de Peter despertó a Wendy, quien tras oír su problema, cosió la sombra de Peter a sus pies.

Peter Pan quedó encantado de las habilidades de Wendy y le pidió que viajara con él y Campanita al país de Nunca Jamás donde podrían vivir aventuras y ser la mamá de los Niños Perdido. Entonces, enseñó a volar a los tres niños con la ayuda del polvo de hadas de Campanita y todos viajaron a Nunca Jamás. 

Durante el vuelo, Peter les habló de su enemigo Garfio, el malvado y cruel capitán pirata a quien Peter había cortado una mano. Luego se la había dado a comer a un cocodrilo y desde entonces éste perseguía a Garfio por todas partes, ansioso por volver a probar su carne. Garfio había conseguido evitarlo hasta entonces porque el cocodrilo también se había tragado su reloj y el continuo «tic tac» lo avisaba de su presencia. Casi habían llegado cuando los piratas de Garfio los recibieron a cañonazos…

Peter Pan presentó a Wendy como una madre a los Niños Perdidos, que la recibieron con mucho cariño y alegría. Es que, aunque Peter no quería saber nada de madre ni de adultos, los Niños Perdidos estaban encantados de tener una.

Wendy aceptó de buen grado su papel de madre cuidando a los niños, dando medicinas, poniendo tareas, fijando normas, cocinando y contando cuentos. Y así pasaron felices bastante tiempo, viviendo las aventuras propias de una isla tan fantástica y comenzando a olvidar a sus padres y su pasado, en especial John y Michael. Wendy se acordaba más de ellos, sobre todo de lo que estarían sufriendo, pero estaba tan segura de que sus padres tendrían siempre abierta la ventana para recibirles con alegría el día que decidieran regresar, que no se preocupaba demasiado.

Así fue pasando el tiempo hasta que una noche Wendy, temerosa por llegar a olvidar a sus padres y preocupada por lo que estarían sufriendo, decidió que debían volver a casa con ellos. 

Pero después de probar lo que era una madre, los Niños Perdidos no querían perder a Wendy y deseaban seguir con ella, así que se le ocurrió la idea que sus propios padres los adoptaran a todos. Los Niños Perdidos aceptaron ilusionados, pero Peter no quería saber nada de ninguna madre, ni hacer nada de lo que obligan a hacer los mayores, ni mucho menos crecer y se negó a volver y ser adoptado. 

Así, se despidieron y se marcharon.

Pero precisamente Garfio había preparado su ataque ese día y preparó una emboscada para capturar a Wendy y a los niños, a quienes Peter no protegía porque estaba actuando como si no le importara que se marcharan. Garfio tenía todo tan planeado que pudo incluso llegar al escondite de Peter mientras dormía y envenenar su comida.

Campanita descubrió lo que había ocurrido y comió ella la comida de Peter. La pequeña hada lo salvó de morir envenenado y estuvo a punto de morir ella misma, pero un  hada puede salvarse cuando los niños creen en las hadas y cuando se lee este cuento, siempre hay un niño que cree en las hadas y salva la vida de Campanita.

En el barco pirata Garfio ya había decidido tirar los niños al mar haciéndoles caminar por un tablón de madera. Pero entonces se escuchó el «tic tac» del cocodrilo y el capitán pirata se aterrorizó. Sin embargo, solo era un engaño de Peter, que acudía a salvar a Wendy y a los niños. 

Peter fue acabando con los piratas de uno en uno hasta conseguir la llave de los candados y liberar a los niños.

Entonces comenzó una feroz lucha en el barco entre Peter y Garfio, pero el niño dió una gran patada en el trasero al pirata y lo envió directo a las fauces del cocodrilo, que miraba desde el agua. 

Gracias a la gran victoria los niños se adueñaron del barco de los piratas y al día siguiente pusieron rumbo de vuelta a casa.

En casa de los Darling las cosas habían cambiado. El señor Darling, arrepentido por sus errores, vivía en la perrera de Nana y había jurado no salir hasta la vuelta de sus hijos. Mientras, la señora Darling, como pensaba Wendy, se aseguraba de que la ventana estuviera siempre abierta.

Así, cuando los niños llegaron volando tomados de las manos, el encuentro con sus padres estuvo lleno de alegría y felicidad. Por supuesto los Darling estuvieron encantados de adoptar a los Niño Perdidos y a Peter. Pero Peter se negó rotundamente: no quería crecer y volvería a Nunca Jamás junto a Campanita. 

Pero antes de marcharse, prometió volver por Wendy y llevarla consigo una vez al año, por primavera.

James Matthew Barrie

Episodio 26 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 26 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos una leyenda navideña turca intitulada
‘Los calcetines de San Nicolás’.

¿Sabes cómo empezó Santa Claus a repartir regalos? ¿Y por qué? 
Esta hermosa historia basada en una leyenda turca nos trae la historia de San Nicolás, un obispo al que le gustaba ver feliz a la gente. ¡Te invito a escucharla junto a los Sonialitas!

En el episodio 26 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos una leyenda navideña turca intitulada
Los calcetines de San Nicolás.

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Episodio 26 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Los calcetines de San Nicolás’

Hazan, Sila y Nor eran tres niñas turcas muy pobres, que vivían junto a su padre en una humilde casa. El padre estaba muy triste, porque sus hijas crecían y él se daba cuenta de que no iba a tener dinero suficiente para pagar una dote el día que quisieran casarse, ya que era típico en Turquía pagar una dote por cada hija casadera. 

Las chicas eran tan pobres, que no tenían calzado, y en invierno, tenían que andar por la nieve con unos simples calcetines. Pasaron los años y las niñas se convirtieron en unas adorables jovencitas.

La noche del 24 de diciembre, llegaron de la calle y se quitaron los calcetines empapados. Los pusieron a secar junto a la chimenea. Las hermanas, empezaron a llorar.
Su padre les preguntó qué les pasaba, y la mayor contestó: 

– Me he enamorado de un soldado, papá, pero no me puedo casar porque no tengo dote.

– Yo me enamoré de un maestro -dijo la mediana- pero no podré casarme por falta de dinero.

– Y yo… -continuó la más pequeña- me enamoré de un músico, pero al no tener dote, no puedo hacer nada. 

El padre bajó la cabeza muy triste y todos se fueron a dormir.
Lo que no sabían es que Nicolás, un obispo bondadoso que vivía en su mismo pueblo, había escuchado todo desde el otro lado de la ventana. Conmovido, se le ocurrió que podía ayudar.
Esa noche, Nicolás se puso su capa y su gorro rojos y entró en la casa de las muchachas por la chimenea. Dejó un saco con dinero en cada calcetín de las chicas. 

A la mañana siguiente, las muchachas se encontraron el dinero, y locas de alegría, corrieron a buscar a sus parejas.
Ese mismo día, las tres muchachas se casaron, radiantes de felicidad. 

Nicolás, al ver la alegría que había ocasionado ese pequeño gesto, decidió que todos los años, cada 24 de diciembre, dejaría regalos a todas las personas que pudiera.
Con los años se hizo famoso, pero como nadie sabía quién era en realidad, comenzaron a llamarlo, Santa Claus. 

Leyenda turca

Episodio 25 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 25 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos una leyenda del folklore islandés intitulada
‘Los 13 hombrecitos de la Navidad islandesa’.

¿Te imaginas que no hay un Papá Noel? ¿Te imaginas que hay… 13?
Es lo que sucede en Islandia. Allí, los niños reciben la visita de 13 hombrecitos de la Navidad. ¡Escuchemos sus travesuras junto a los Sonialitas!

En el episodio 25 compartimos una leyenda del folklore islandés intitulada 'Los 13 hombrecitos de la Navidad islandesa'. ¿Te imaginas que no hay un Papá Noel? ¿Te imaginas que hay... 13? Es lo que sucede en Islandia. Allí, los niños reciben la visita de 13 hombrecitos de la Navidad. ¡Escuchemos sus travesuras junto a los Sonialitas!

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Episodio 25 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Los 13 hombrecitos de la Navidad islandesa’

¿Te imaginas que no hay un Papá Noel? ¿Te imaginas que hay… 13?

Cuenta la leyenda que en Islandia habitaban hace mucho, mucho tiempo, unos jovencitos muy bajitos llamados jólasveinarnir, a los que les gustaba gastar muchas bromas a los niños, hasta el punto de atemorizarles. 

Todos ellos eran hermanos, hijos de una ogra, pero cada uno tenía su carácter único y particular. Eso sí, les encantaba esconderse entre las rocas, la nieve o los glaciares.

Los niños tenían auténticas pesadillas y cada vez que veían a alguno de estos  jólasveinarnir o enanitos, salían corriendo a esconderse en sus casas.

Los habitantes de este lugar, enfadados con estos comportamientos, decidieron pedir ayuda al rey del lugar. Al principio éste no les escuchó, hasta el día en que sus propios hijos recibieron la burla de estos hombrecitos. 

Harto de esta situación, decidió castigarles de esta forma: si no querían ser desterrados de por vida de Islandia, debían llevar un regalo a cada niño, un día al año, como recompensa por todo el mal que les habían hecho. 

Los  hombrecitos, que eran 13, acordaron llevar los regalos antes del 25 de diciembre. Y como eran 13, la Navidad comenzaría trece días antes del día 25. Cada cada uno de ellos debía recorrer un largo camino hasta la casa de un niño. Pero como seguían siendo un poco traviesos, además del regalo dejaban también una travesura. 

Además, decidieron que sólo dejarían dicho presente en forma de juguete, de libro o de dulce a los niños que se habían portado bien. A los que se habían portado mal, les dejaría en cambio… ¡una patata!

Por si eso fuera poco, también acordaron no renunciar nunca a su carácter travieso y burlón.

Durante esas dos semanas previas al 25 de diciembre, los hombrecitos gastarían bromas en cada hogar. Y como son invisibles, podrían hacerlo sin disimulo. 

Así es como desde entonces, los niños islandeses no reciben la visita de Papá Noel, sino la de 13 Papá Noel o de los 13 hombrecitos, que deciden cada Navidad si dejarán un lindo regalo o una patata a los pies del abeto navideño. 

Por cierto, para no perder su costumbre y debido a su genio travieso, gastan alguna que otra broma para dejar constancia de que pasaron por allí. 

Leyenda islandesa

Episodio 24 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 24 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un cuento navideño intitulado
‘Un reno mareado’.

¡Los Sonialitas nos regalan otro simpático cuento navideño!
En este episodio compartimos las aventuras de un reno demasiado mareado para ayudar a Papá Noel a entregar los regalos a todos los niños del mundo… ¿Llegarán a tiempo?

En el episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos la poesía intitulada 'La familia Polillal'. ¡Te invito a escuchar esta simpática poesía llena de agujeros!.

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Episodio 24 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Un reno mareado’

Horacio, así se llamaba, era un reno muy curioso y movedizo que jamás se podía quedar quieto. Era famoso en el Polo Norte por ir de aquí para allá mirando todo y poniendo sus patas donde podía y donde no también.

Era la época de Navidad y todos en el taller trabajaban sin parar para llegar a tiempo con todos los regalos. No sólo trabajan los duendes, sino que también lo hacían todos los renos entrenando todo el día para estar en forma y poder volar por el mundo entero sin problemas.

Horacio era el fiel compañero de Rodolfo, juntos eran los dos primeros renos del trineo y quienes dirigían a los que iban detrás, siguiendo las indicaciones de Papá Noel. Jamás había habido problema alguno durante el viaje más maravilloso y mágico del año.

Sin embargo, esa Navidad, las cosas no serían igual.

En el Polo Norte, crecían unas flores de un aroma muy rico, pero que si uno se acercaba mucho para olerlas, terminaba muy mareado. Su perfume era realmente embriagador, por eso Papá Noel, si bien las cuidaba como a todas las flores, les había puesto un cerquito con un cartel que decía “No Oler”.

Si pensamos que Horacio en todo metía su hocico y encima no sabía leer, podemos imaginar qué pasó.

Justo el día antes de Navidad, se detuvo frente a las flores y olió cuanto pudo y pudo mucho pues su narizota era realmente grande.

Al principio, el efecto del perfume no se sintió, pero a las pocas horas, justo cuando el trineo debía levantar vuelo, Horacio empezó a sentir cosas extrañas en su cuerpo.

No habían ni siquiera repartido los primeros regalos cuando Horacio empezó a sentirse tan, pero tan mareado que el mundo entero le daba vueltas a su alrededor. Ya no sabía para dónde iba, no importa para qué lado Papá Noel tirara de las riendas, parecía que el reno había enloquecido y se movía de un lado para el otro. Rodolfo y los demás renos trataron de sujetarlo, pero el pobre Horacio, víctima del perfume de las flores, era un trompo sin fin. Tanto se movía que, intentando subir una montaña, el trineo no pudo hacer la maniobra acostumbrada y volcó.

Todos los regalos quedaron desparramados por el suelo. Papá Noel fue a parar a la ladera de otra montaña, los demás renos quedaron patas para arriba y Rodolfo ya no tenía roja su nariz, sino blanca del susto.

Tan rápido como pudieron, juntaron todos los regalos y siguieron camino.

– ¿Estás bien? Preguntó Rodolfo a Horacio.

– La verdad que no, me siento algo borrachín para ser sincero. Contestó Horacio tratando de fijar la vista que se le iba de un lado para el otro.

– ¿Tomaste alcohol? Sabés que no debemos.

– ¡Qué alcohol ni alcohol amigo! Estuve oliendo las flores del cerquito.

– ¡Qué reno desobediente habías resultado! ¡Sabías que no se puede! Ahora mirá lo que pasa, estás mareado.

– No te preocupes Rodolfo, trataré de recomponerme.

No terminó de decir esta frase que, producto de la desorientación que tenía, no vio que el trineo venía en bajada.

Nada importaron los gritos de Papá Noel que ya se veía dentro del lago y todo empapado, el trineo fue a parar casi casi en el medio del agua.

Afortunadamente y gracias a los excelentes reflejos de Rodolfo, los regalos no se mojaron. Dio un giro tan rápido que logró volver a poner el trineo en su lugar y excepto por la barba de Papá Noel que chorreaba mucho, el episodio no pasó a mayores.

Antes de que el efecto mareador del perfume de las flores se esfumara, se atascaron en unas rocas.

Si bien, gracias a que todos colaboraron, pudieron salir sin problemas, la entrega de los regalos estaba realmente atrasada. La noche pasaba y los niños debían recibir sus regalos ¿llegarían a tiempo?

Una vez recompuesto del mareo, Horacio, sintiéndose muy culpable por el atraso, tomó una decisión. Dividirían el trabajo de entrega con Papá Noel. Rodolfo se sumó a la idea, unos irían a unas casas y otros a otras. Los renos jamás habían salido del trineo y menos para repartir regalos, pero era el momento justo para hacer algo que jamás habían hecho. Los niños no podían quedarse sin obsequios.

Cuando el trabajo se hace en equipo y con un objetivo en común, todo sale bien.

No fue fácil realmente ni para Rodolfo, ni para Horacio, entrar en las casas sin romper algún adorno o cortina, pero si bien algún que otro destrozo hicieron, lograron su cometido.

Horacio quería reparar la demora que habían tenido por su culpa, Rodolfo quería ayudar a su amigo, Papá Noel quería hacer su trabajo y por sobre todas las cosas, los tres deseaban cumplir el sueño de todos los niños.

El objetivo se cumplió, todos y cada unos de los regalos fueron entregados, ningún niño quedó sin el suyo.

Lo cierto es que algunos niños que habían espiado esperando conocer a Papá Noel, se encontraron que en vez de barba tenía cuernos, que tenía cuatro patas y no dos piernas, que no usaba gorro, en fin. Hay que decir que terminaron un poco confundidos, pero no mucho pues pensaron que el desconcierto se debía al sueño que tenían por lo tarde que era y no a otra cosa.

Eso sí, en el Polo Norte ya no hay un cartel en las flores que diga “NO OLER”, lo reemplazaron por otro que dice: “SE RECOMIENDA A HORACIO NO ACERCARSE A MENOS DE DIEZ METROS”.

Horacio aprendió a ser más prudente. No obstante ello, las siguientes navidades ayudó igual a Papá Noel a repartir los regalos, pues aprendió el valor del trabajo en equipo y vivió en carne propia la inmensa alegría de hacer felices a los niños.

Liana Castello

Episodio 23 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 23 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos un cuento navideño intitulado
‘El rincón de nieve’.


Los Sonialitas han dejado este simpático relato bajo el árbol. ¡Escuchémoslo!

En el episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos la poesía intitulada 'La familia Polillal'. ¡Te invito a escuchar esta simpática poesía llena de agujeros!.

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Episodio 23 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El rincón de nieve.’

La pequeña ardilla Tartán, vivía en un bosque mágico, lo que tenía un montón de ventajas, porque significaba que en cualquier esquina siempre te encontrabas algo inesperado.
Pero de todos los lugares increíbles del bosque había un rincón muy especial, el que más le gustaba a Tartán.
Solo podías encontrarlo un día al año: el día de Nochevieja.

Ese día, sin importar si hacía calor o frío, junto a la esquina del puente encantado, Tartán y sus amigos se encontraban en el rincón de nieve. Un lugar tan lleno de nieve que las pequeñas ardillas podían pasar el último día del año jugando a tirarse bolas o en trineo o incluso, y esto era lo que más les gustaba, haciendo muñecos de nieve.
Cada ardilla hacía uno, con la particularidad de que cada muñeco de nieve era exactamente igual al muñeco de nieve que esa misma ardilla había hecho el año anterior.

El muñeco de nieve de Tartán se llamaba Rayón, porque le encantaba que las bufandas que cada año Tartán le ponía al cuello fueran de rayas.
No le gustaban de puntitos, ni de flores, ni de animales, a Rayón solo le gustaban las rayas.

Tartán y Rayón habían pasado tantos años juntos (un día, cada año, el último día del año, pero muchos años al fin y al cabo) que ya eran grandes amigos. Se contaban lo que habían hecho en todo el año, los sueños que querían ver cumplidos el año que empezaba y se divertían mucho juntos. Después, cuando la luna se ponía en el punto más alto, marcando el final del año, el rincón de nieve comenzaba a desaparecer, a volverse cálido. Los muñecos se iban deshaciendo poco a poco, y las pequeñas ardillas se despedían de ellos hasta el año siguiente.

Así fue siempre, año tras año, mientras Tartán fue una pequeña ardilla. Sin embargo hubo un año en que Tartán no fue a buscar el rincón de nieve:

– Eso son tonterías de ardillas pequeñas, yo ya soy mayor. En Nochevieja quiero hacer otra cosa: ir al baile de los abetos danzarines.

Tartán no volvió al rincón de nieve y con el tiempo también se olvidó de su buen amigo Rayón, ese muñeco de nieve que aparecía una vez al año y con el que había compartido tantos sueños. Muchas lunas en el punto más alto fueron marcando los finales de año y Tartán se hizo mayor. Tanto que hasta encontró una compañera y juntos tuvieron muchas ardillas pequeñas que recorrían con curiosidad el bosque encantado, sorprendiéndose de cada esquina mágica con la que se encontraban.

Un día de Nochevieja, las pequeñas ardillas de Tartán encontraron el rincón de nieve, hicieron un muñeco y pasaron con él todo el día hasta que se acabó el año. Cuando volvieron a casa le contaron a Tartán todo lo que habían hecho:

– Cada uno hacía su muñeco de nieve y pasaba con él las horas.

– ¡El mío era divertidísimo y me ha prometido que nos veremos también el año que viene!

– Y el mío, y el mío…

Solo la más pequeña de todas no parecía tan contenta como el resto. Sorprendido, Tartán le preguntó qué había pasado con su muñeco de nieve:

– El mío era bueno y dulce, pero no le gustó mucho mi bufanda. Me dijo que solo le gustaba las bufandas de rayas y que la mía era de cuadraditos. Luego me contó que una vez tuvo un amigo pero ese amigo se olvidó de él y nunca jamás regresó. Me dijo también que no quería ser mi amigo si yo también le iba a abandonar. Yo le dije que no lo haría, pero no me creyó. Y ahora no sé si aparecerá de nuevo el año que viene.

Al escuchar a su pequeña ardilla, Tartán supo que aquel muñeco de nieve era Rayón y que el amigo que le había abandonado era él. Juntos habían pasado muchas Nocheviejas y sin embargo, él no había vuelto jamás a visitarle. Sintiéndose muy triste salió corriendo en busca del rincón de nieve. Pero como ya era Año nuevo, el rincón se estaba deshaciendo y los muñecos estaban casi derretidos.

Aun así, pudo identificar entre todos ellos a su viejo amigo Rayón. El muñeco, medio deshecho, también lo reconoció a pesar de lo mayor que se había hecho.

– ¡Has vuelto!

– Sí, he vuelto. Siento haber tardado tanto. Pero te prometo que la próxima Nochevieja no faltaré…

Tartán cumplió su promesa y junto a su hija pequeña acudió todas las Nocheviejas al rincón de nieve para conversar con su viejo amigo Rayón, para hablar de sueños y de la posibilidad maravillosa de llegar a cumplirlos. Rayón le escuchaba feliz: su sueño, tener a Tartán a su lado, por fin se había cumplido…

María Bautista

Episodio 22 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos la poesía intitulada
‘La familia Polillal’.


¡Te invito a escuchar esta simpática poesía llena de agujeros!.

En el episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos la poesía intitulada 'La familia Polillal'. ¡Te invito a escuchar esta simpática poesía llena de agujeros!.

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Episodio 22 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘La familia Polillal.’

La polilla come lana 

de la noche a la mañana. 

Muerde, come, come, muerde 

lana roja, lana verde. 

Sentadita en el ropero 

con su plato y su babero, 

come lana de color 

con cuchillo y tenedor. 

Sus hijitos comilones 

tienen cuna de botones. 

Su marido don Polillo 

balconea en un bolsillo. 

De repente se avecina 

la señora Naftalina. 

Muy oronda la verán, 

toda envuelta en celofán. 

La familia polillal 

la espía por un ojal, 

y le apunta con la aguja 

a la Naftalina bruja. 

Pero don Polillo ordena: 

–No la maten, me da pena; 

vamosnos a otros roperos 

a llenarlos de agujeros. 

Y se van todos de viaje 

con muchísimo equipaje: 

las hilachas de una blusa 

y un paquete de pelusa.

María Elena Walsh

Episodio 21 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 21 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado
‘Nicolodo viaja al país de la Cocina’.

Es sabido que los odos habitan en el Fondo del Jardín, viven en latitas de azafrán y juegan al fútbol con arvejas. Son amigos de todos los demás habitantes del jardín: los grillos, las hormigas y los gusanos. Pero un día Nicolodo quiso viajar, entonces juntó coraje y atravesó todo el patio hasta los confines del país de la Cocina…
¡Qué gran aventura para nuestro pequeño amigo!.

En el episodio 21 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Nicolodo viaja al país de la Cocina'. Es sabido que los odos habitan en el Fondo del Jardín, viven en latitas de azafrán y juegan al fútbol con arvejas. Son amigos de todos los demás habitantes del jardín: los grillos,  las hormigas y los gusanos. Pero un día Nicolodo quiso viajar, entonces juntó coraje y atravesó todo el patio hasta los confines del país de la Cocina... ¡Qué gran aventura para nuestro pequeño amigo!

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Episodio 21 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Nicolodo viaja al país de la Cocina.’

Hubo un tiempo en que el Fondo del Jardín estaba lleno, llenísimo de odos. Había odos chicos y medianos, odos gordos y odos flacos, odos morochos, rubios y pelirrojos. Había unos odos muy estudiosos que se llamaban doctodos y otros odos más bien tímidos que se escondían detrás de las hojas del laurel. 

Los odos vivían en latitas de azafrán y jugaban al fútbol con arvejas. Y se llevaban bien con todo el mundo, con los grillos, con las hormigas y con los gusanos. 

Los odos son buena gente: trabajan y juegan o juegan y trabajan, según el día. Menos los odos chicos, que juegan y juegan, porque para eso son chicos, qué tanto. 

Nicolodo era un odo mediano, más bien chico, aunque ya usaba pantalones largos y zapatos redondos. Pero Nicolodo trabajaba. Era mecánico de escarabajos en la calle del Hormiguero, cerca de la Plaza Margarita. 

Nicolodo se despertaba muy temprano todas las mañanas. Se peinaba el flequillo con un peine de tres dientes y salía a buscar su desayuno. Los odos desayunan siempre al aire libre: toman dos o tres gotas de agua con pajita y se comen un pastito. (A Nicolodo le encantaba mojar el pastito en el agua antes de comérselo). 

Después del desayuno Nicolodo se iba al taller silbando bajito para no despertar al grillo Gardelito, que se había pasado la noche cantando tangos. 

Y al llegar al taller agarraba el destornillador y la llave inglesa y se ponía a arreglarles las alas y las patitas a los escarabajos, que como andan mucho siempre se descomponen. 

Pero un día Nicolodo quiso viajar. Se despidió de Gardelito, de la hormiga Andrea, siempre tan atareada, y del gusano Arístides. Pidió licencia en el taller y se fue caminando ando ando ando por la ruta Tres. Cruzó la Frontera de los Rosales, atravesó el Desierto del Patio y ya era casi de noche cuando llegó al País de la Cocina, del que tanto le habían hablado las hormigas. 

Justo, justo en el medio de la cocina estaba Cristina, que acababa de encender la luz y se estaba poniendo el delantal para preparar la comida. Cristina era enorme, enormísima, enormisimísima, lo más enorme que había visto Nicolodo en toda su vida. Las rayas de la blusa le parecían grandes avenidas azules. En un bolsillo de ese delantal bien podían vivir siete familias de odos y un par de grillos. 

Nicolodo estaba más bien asustado. Todo, todo era grande. Las cacerolas parecían rascacielos redondos con manija y la pileta llena de agua era como el mar. 

Así que Nicolodo se fue acurrucando detrás de un montón de huevos, calladito y un poco arrepentido de haber salido de viaje solo a un país tan extraño. Pobrecito Nicolodo. Creía que no lo iban a ver, pero Cristina dijo: -Me parece que voy a hacer una tortilla. 

Así que peló las papas y las cortó en rodajas, y después agarró un huevo, y después otro huevo, y otro huevo más, y detrás del cuarto huevo estaba Nicolodo, tapándose los ojos para que no lo vieran. Cristina no dijo OH ni AY ni HUIA ni HOLA ni nada porque era buena y enseguida se dio cuenta de que las cosas chicas se asustan si uno les grita. Entonces hizo como que no veía y se puso a batir los huevos sin hacer demasiado ruido. 

Nicolodo espió primero con un ojo y después con el otro y después con los dos, y cuando vio que todo seguía igual y que Cristina era una giganta amable y comprensiva, empezó a mover las patitas, que es lo que hacen los odos cuando están contentos. Cristina levantó un dedo (a Nicolodo le pareció que era el Obelisco) y después lo bajó despacio y le acarició el flequillo. Era un dedo inmenso, pero suavecito, y Nicolodo se sintió feliz. 

Después Cristina puso dos gotas de leche y dos gotas de agua, un montoncito de mermelada, una miga de pan y un pedacito de lechuga, para que Nicolodo eligiera. Nicolodo eligió el agua y la lechuga, que era lo más parecido al pastito. Y después de comer se quedó dormido en el fondo de una cuchara sopera. 

Cristina y Nicolodo no se hablaron, pero se hicieron muy, muy amigos. 

A la mañana siguiente Nicolodo regresó a su casa. Salió del País de la Cocina, atravesó el Desierto del Patio, cruzó la Frontera de los Rosales y ya era casi de noche cuando llegó a su latita de azafrán.
Estaba por ponerse la tapita para dormir cuando oyó a Gardelito que le preguntaba:
-¿Qué tal el viaje, Nicolodo?-
-Lindo, lindo –dijo Nicolodo, y se quedó dormido sin cerrar la latita.
Pero antes de ponerse a soñar pensó: “Si junto unos pesos la semana que viene me hago otra visita al País de la Cocina”. 

Graciela Montes

Episodio 20 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 20 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado
‘La Luna y las estrellas’.

Esta historia nos cuenta las preocupaciones de las tres estrellas más alejadas del planeta Tierra y cómo la Luna decide ayudarlas para que puedan ser vistas y admiradas por nosotros. ¿Lo escuchamos juntos?.

En el episodio 20 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'La Luna y las estrellas'. Esta historia nos cuenta las preocupaciones de las tres estrellas más alejadas del planeta Tierra y cómo la Luna decide ayudarlas para que puedan ser vistas y admiradas por nosotros. ¿Lo escuchamos juntos?

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Episodio 20 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘La Luna y las estrellas.’

Cansadas de no ser vistas, tres de las estrellas más alejadas de la constelación llamada Alonso fueron a reprocharle a la Luna. Estaban convencidas que el satélite del bello planeta Tierra era quien les impedía ser vistas y admiradas por los humanos.

Así, se plantaron frente a ella y le dijeron:

– Cuando decides estar en tu fase de llena absorbes nuestros colores y cuando te da por estar en la de nueva, impides que tu brillo llegue a nosotros. Por culpa de tu indecisión, variabilidad y prepotencia, no somos amadas por los humanos como otras hermanas y primas nuestras, que alegran las noches tristes y solitarias de muchas personas.

Compadecida, la Luna les explicó que no era ella la culpable de su infortunio, solo que aun eran estrellas muy pequeñas, que requerían crecer más para poder ser apreciadas por el ojo humano.

No obstante, buena como era, la Luna les dio una alternativa.

Les regaló un espejo grande y les dijo cómo usarlo para poder hacerse ver.

– Cuando esté plena muévanlo hacia el planeta de los humanos y cuanta más oscuridad haya, los humanos guiarán su luz hacia su espejo, -les explicó. –Si hacen lo que les digo, serán estrellas importantes para ellos.

Las estrellas agradecieron profundamente a la Luna y han seguido su consejo hasta la actualidad. Por si fuera poco, esta les regaló un nombre conocido por todos, usado para llamar la ocurrencia de esa linda luz que asoma cuando la luna titila.

Episodio 19 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 19 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado
‘El soldadito de plomo’.

Esta historia cuenta las aventuras de este famoso personaje con una sola pierna de metal, que se convirtió a través del tiempo en uno de los cuentos más conocidos de Hans Christian Andersen. ¡Te invito a escucharlo!

En el episodio 19 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'El soldadito de plomo'. Esta historia cuenta las aventuras de este famoso personaje con una sola pierna de metal, que se convirtió a través del tiempo en uno de los cuentos más conocidos de Hans Christian Andersen. ¡Te invito a escucharlo!

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Episodio 19 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘El soldadito de plomo.’

Érase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su habitación y durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos.
Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo. Los ponía enfrente unos de otros y daba comienzo a la batalla. Cuando se los regalaron, se dio cuenta de que uno de ellos le faltaba una pierna a causa de un defecto de fundición.
No obstante mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea delante de todos, incitándole a ser el más aguerrido. Pero el niño no sabía que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos y a veces, al colocar ordenadamente a los soldados, metía por descuido el soldadito mutilado entre los otros juguetes.

Y así fue como un día el soldadito pudo conocer a una gentil bailarina, también de plomo. 
Entre los dos se estableció una corriente de simpatía y poco a poco, casi sin darse cuenta, el soldadito se enamoró de ella. Las noches se sucedían de prisa, una tras otra y el soldadito enamorado no encontraba nunca el momento oportuno para declararle su amor.

Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados durante una batalla, anhelaba que la bailarina se diera cuenta de su valor por la noche, cuando ella le decía si había pasado miedo, él le respondía con vehemencia que no.
Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito no pasaron inadvertidos por el diablejo que estaba encerrado en una caja de sorpresas. Cada vez que, por arte de magia, la caja se abría a medianoche, un dedo amonestante señalaba al pobre soldadito.

Finalmente, una noche, el diablo estalló:

-¡Eh, tú! ¡Deja de mirar a la bailarina!

El pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló:

-No hagas caso, es un envidioso. Yo estoy muy contenta de hablar contigo.

Y lo dijo ruborizándose.
¡Pobres estatuillas de plomo, tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor!
Pero un día fueron separados, cuando el niño colocó al soldadito en el borde de una ventana.

-¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo, porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!

El niño colocó luego a los demás soldaditos encima de una mesa para jugar.
Pasaban los días y el soldadito de plomo no era relevado de su puesto de guardia.

Una tarde estalló de improviso una tormenta, y un fuerte viento sacudió la ventana golpeando la figurita de plomo que se precipitó al vacío. 
Al caer desde el borde con la cabeza hacia abajo, la bayoneta del fusil se clavó en el suelo. El viento y la lluvia persistían. ¡Una borrasca de verdad! El agua, que caía a cántaros, pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos que se escapaban por las alcantarillas. 

Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara, cobijados en la puerta de una escuela cercana. Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo en dirección a sus casas evitando meter los pies en los charcos más grandes. 
Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas que se escurrían de los tejados, caminando muy pegados a las paredes de los edificios.
Fue así como vieron al soldadito de plomo clavado en tierra, chorreando agua.

-¡Qué lástima que tenga una sola pierna! Si no, me lo hubiera llevado a casa- dijo uno.
-Tomémoslo igualmente, para algo servirá- dijo el otro y se lo metió en un bolsillo.

Al otro lado de la calle descendía un riachuelo, el cual transportaba una barquita de papel que llegó hasta allí no se sabe cómo.

-¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!-. dijo el pequeño que lo había recogido.

Así fue como el soldadito de plomo se convirtió en un navegante. El agua vertiginosa del riachuelo era engullida por la alcantarilla que se tragó también a la barquita. En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto.
Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban, vieron como pasaba por delante de ellas el insólito marinero encima de la barquita. ¡Pero hacía fata más que unas míseras ratas para asustarlo, a él que había afrontado tantos y tantos peligros en sus batallas!
La alcantarilla desembocaba en el río y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio empujada por remolinos turbulentos.

Después del naufragio, el soldadito de plomo creyó que su fin estaba próximo al hundirse en las profundidades del agua. Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente, pero sobre todo, había uno que le angustiaba más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina…
De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino. El soldadito se encontró en el oscuro estómago de un enorme pez, que se abalanzó vorazmente sobre él atraído por los brillantes colores de su uniforme.

Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red que un pescador había tendido en el río.

Poco después acabó en una cesta de la compra junto con otros peces tan desafortunados como él. 
Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito, se acercó al mercado para comprar pescado.

-Este ejemplar parece apropiado para los invitados de esta noche- dijo la mujer contemplando el pescado expuesto encima del mostrador.

El pez acabó en la cocina y cuando la cocinera lo abrió para limpiarlo, se encontró sorprendido con el soldadito en sus manos.

-¡Pero si es uno de los soldaditos de…!- gritó, y se fue en busca del niño para contarle dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo al que le faltaba una pierna.

-¡Sí, es el mío!- exclamó jubiloso el niño al reconocer al soldadito mutilado que había perdido.

-¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de este pez! ¡Pobrecito, cuántas aventuras habrá pasado desde que cayó de la ventana!- Y lo colocó en la repisa de la chimenea donde su hermanita había colocado a la bailarina.

Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados. Felices de estar otra vez juntos, durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación.
Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa: un vendaval levantó al cortina de la ventana y golpeando a la bailarina, la hizo caer en la chimenea.
El soldadito de plomo, asustado, vio como su compañera caía. Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor. Desesperado, se sentía impotente para salvarla.

¡Qué gran enemigo es el fuego que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros! Balanceándose con su única pierna, trató de mover el pedestal que lo sostenía. Tras muchos esfuerzos, por fin también cayó al fuego. Unidos esta vez por la desgracia, volvieron a estar cerca el no del otro, tan cerca que el plomo de sus pequeñas piernas, lamido por las llamas empezó a fundirse.

El plomo de la pierna de uno se mezcló con el de los otros y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón.
A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse, cuando acertó a pasar por allí el niño. Al ver a las dos estatuillas entre las llamas, las empujó con el pie lejos del fuego. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, tal y como el destino los había unido: sobre una sola pierna en forma de corazón.

Hans Christian Andersen

Episodio 18 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 18 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado
‘Historia de una princesa, su papá y el príncipe Kinoto Fukasuka’.

Esta es la historia de una princesa japonesa que vivió hace como dos mil años, tres meses y media hora. Se llamaba Sukimuki y se aburría muchísimo, porque en esa época las princesas no podían hacer nada de nada, salvo quedarse quietitas. ¡Cómo se aburría la pobre!… Hasta que decidió cambiar su destino, dando una alegre fiesta de diez días. Así acaba, como ves, este cuento japonés.

En el episodio 18 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Historia de una princesa, su papá y el príncipe Kinoto Fukasuka'. Esta es la historia de una princesa japonesa que vivió hace como dos mil años, tres meses y media hora. Se llamaba Sukimuki y se aburría muchísimo, porque en esa época las princesas no podían hacer nada de nada, salvo quedarse quietitas. ¡Cómo se aburría la pobre!... Hasta que decidió cambiar su destino, dando una alegre fiesta de diez días. Así acaba, como ves, este cuento japonés.

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Episodio 18 de Cuentos para Tejer Sueños:
‘Historia de una princesa, su papá y el príncipe Kinoto Fukasuka.’

Esta es la historia de una princesa, su papá, una mariposa y el Príncipe Kinoto Fukasuka. Sukimuki era una princesa japonesa. Vivía en la ciudad de Siu Kiu, hace como dos mil años, tres meses y media hora.

En esa época, las princesas todo lo que tenían que hacer era quedarse quietitas. Nada de ayudarle a la mamá a secar los platos. Nada de hacer mandados. Nada de bailar con abanico. Nada de tomar naranjada con pajita. Ni siquiera ir a la escuela. Ni siquiera sonarse la nariz. Ni siquiera pelar una ciruela. Ni siquiera cazar una lombriz. Nada, nada, nada.
Todo lo hacían los sirvientes del palacio: vestirla, peinarla, estornudar por… –atchís–, por ella, abanicarla, pelarle las ciruelas.
¡Cómo se aburría la pobre Sukimuki!

Una tarde estaba, como siempre, sentada en el jardín papando moscas, cuando apareció una enorme Mariposa de todos colores. Y la Mariposa revoloteaba, y la pobre Sukimuki la miraba de reojo porque no le estaba permitido mover la cabeza.

–¡Qué linda mariposapa!– murmuró al fin Sukimuki, en correcto japonés.

Y la Mariposa contestó, también en correctísimo japonés:

–¡Qué linda Princesa! ¡Cómo me gustaría jugar a la mancha con usted, Princesa!

–Nopo puepedopo– le contestó la Princesa en japonés.

–¡Cómo me gustaría a jugar a escondidas, entonces!

–Nopo puepedopo– volvió a responder la Princesa haciendo pucheros.

–¡Cómo me gustaría bailar con usted, Princesa!– insistió la Mariposa.

–Eso tampococo puepedopo– contestó la pobre Princesa.

Y la Mariposa, ya un poco impaciente, le preguntó:

–¿Por qué usted no puede hacer nada?

–Porque mi papá, el Emperador, dice que si una Princesa no se queda quieta, quieta, quieta como una galleta, en el imperio habrá una pataleta.

–¿Y eso por qué?– preguntó la Mariposa.

–Porque sípi– contestó la Princesa–, porque las Princesas del Japonpón debemos estar quietitas sin hacer nada. Si no, no seríamos Princesas. Seríamos mucamas, colegialas, bailarinas o dentistas, ¿entiendes?

–Entiendo– dijo la Mariposa–, pero escápese un ratito y juguemos. He venido volando de muy lejos nada más que para jugar con usted. En mi isla, todo el mundo me hablaba de su belleza.

A la Princesa le gustó la idea y decidió, por una vez, desobedecer a su papá. Salió a correr y bailar por el jardín con la Mariposa.
En eso se asomó el Emperador al balcón y al no ver a su hija armó un escándalo de mil demonios.

–¡Dónde está la Princesa!– chilló.

Y llegaron todos sus sirvientes, sus soldados, sus vigilantes, sus cocineros, sus lustrabotas y sus tías para ver qué le pasaba.

–¡Vayan todos a buscar a la Princesa!– rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.

Y allá salieron todos corriendo y el Emperador se quedó solo en el salón.

–¡Dónde estará la Princesa!– repitió.

Y oyó una voz que respondía a sus espaldas:

–La Princesa está de jarana donde se le da la gana.

El Emperador se dio vuelta furioso y no vio a nadie. Miró un poquito mejor, y no vio a nadie. Se puso tres pares de anteojos y, entonces sí, vio a alguien. Vio a una mariposota sentada en su propio trono.

–¿Quién eres?– rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.

Y agarró un matamoscas, dispuesto a aplastar a la insolente Mariposa. Pero no pudo. ¿Por qué?
Porque la Mariposa tuvo la ocurrencia de transformarse inmediatamente en un Príncipe. Un Príncipe buen mozo, simpático, inteligente, gordito, estudioso, valiente y con bigotito.
El Emperador casi se desmaya de rabia y de susto.

–¿Qué quieres?– le preguntó al Príncipe con voz de trueno y ojos de relámpago.

–Casarme con la Princesa– dijo el Príncipe valientemente.

–¿Pero de dónde diablos has salido con esas pretensiones?

–Me metí en tu jardín en forma de mariposa –dijo el Príncipe– y la Princesa jugó y bailó conmigo. Fue feliz por primera vez en su vida y ahora nos queremos casar.

–¡No lo permitiré –rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.

–Si no lo permites, te declaro la guerra– dijo el Príncipe sacando la espada.

–¡Servidores, vigilantes, tías!– llamó el Emperador.

Y todos entraron corriendo, pero al ver al Príncipe empuñando la espada se pegaron un susto terrible. A todo esto, la Princesa Sukimuki espiaba por la ventana.

–¡Echen a este Príncipe insolente de mi palacio!– ordenó el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.

Pero el Príncipe no se iba a dejar echar así nomás.
Peleó valientemente contra todos. Y los vigilantes se escaparon por una ventana. Y las tías se escondieron aterradas debajo de la alfombra. Y los cocineros se treparon a la lámpara.
Cuando el Príncipe los hubo vencido a todos, preguntó al Emperador:

–¿Me deja casar con su hija, sí o no?

–Está bien– dijo el Emperador con voz de laucha y ojos de lauchita–. Cásate, siempre que la Princesa no se oponga.

El Príncipe fue hasta la ventana y le preguntó a la Princesa:

–¿Quieres casarte conmigo, Princesa Sukimuki?

–Sípi– contestó la Princesa entusiasmada.

Y así fue como la Princesa dejó de estar quietita y se casó con el Príncipe Kinoto Fukasuka. Los dos llegaron al templo en monopatín y luego dieron una fiesta en el jardín. Una fiesta que duró diez días y un enorme chupetín. Así acaba, como ves, este cuento japonés.

María Elena Walsh

Episodio 17 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 17 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘Cómo se hizo la lluvia’.

Cuentan que hace muchísimo tiempo una gota de agua se cansó de estar en el mismo lugar y quiso viajar por los aires como los pájaros, para conocer el mundo y visitar otras tierras. Desde entonces, cuando llueve, significa que cada gotita de agua ha venido a buscar a sus amigas para invitarlas a jugar en el cielo.

En el episodio 17 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Cómo se hizo la lluvia'. Cuentan que hace muchísimo tiempo una gota de agua se cansó de estar en el mismo lugar y quiso viajar por los aires como los pájaros, para conocer el mundo y visitar otras tierras. Desde entonces, cuando llueve, significa que cada gotita de agua ha venido a buscar a sus amigas para invitarlas a jugar en el cielo.

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Episodio 17 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Cómo se hizo la lluvia’

Cuentan que hace mucho, muchísimo tiempo, una gota de agua se cansó de estar en el mismo lugar y quiso navegar por los aires como los pájaros, para conocer el mundo y visitar otras tierras.
Tanto fue el deseo de la gotita de agua, que un día le pidió al Sol que le ayudara:
-“¡Astro rey, ayúdame a elevarme hasta el cielo para conocer mejor el mundo!”-.
Y así lo hizo el Sol. Calentó la gotita con sus rayos, hasta que poco a poco, se fue convirtiendo en un vapor de agua. Cuando se quedó como un gas, la gotita de agua se elevó al cielo lentamente.

Desde arriba, pudo ver el lugar donde vivía, incluso más allá, puedo ver otros rincones del mundo, otros mares y otras montañas. Anduvo un tiempo la gotita de agua allá en lo alto. Visitó lugares desconocidos, hizo amistades con los pájaros y de vez en cuando algún viento la ponía a danzar por todo el cielo azul.

Sin embargo, a los pocos días, la gotita comenzó a sentirse sola. A pesar de contar con la compañía de los pájaros y la belleza de la tierra vista desde lo alto, nuestra amiga quiso que otras gotitas de agua le acompañaran en su aventura, así que decidió bajar a buscarlas y compartir con ellas todo lo que había vivido.

-“¡Viento, ayúdame a bajar del cielo para ir a buscar a mis amigas!”-
Y el viento así lo hizo. Sopló y sopló un aire frío que congeló la gotita hasta volverse más pesada que el aire, tan pesada, que pronto comenzó a descender desde las alturas.

Al aterrizar en la tierra, lo hizo sobre un campo de trigo, donde había muchas gotitas que recién despertaban hechas rocío mañanero.
-“¡Queridas amigas, acompáñenme hasta el cielo!”- gritó la gotita y todas estuvieron de acuerdo. Entonces, el Sol las elevó hasta lo alto donde se convirtieron en una hermosa nube, pero al pasar el tiempo, las gotitas quisieron bajar nuevamente a contarles a otras gotitas sobre lo que habían visto.

Y desde entonces, siempre que llueve, significa que cada gota de agua ha venido a buscar a su amiga para jugar y bailar en el cielo.

Episodio 16 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 16 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘Un Halloween diferente’.

¿Crees que a todos los monstruos les gusta asustar? ¿Sabes por qué solo pueden decir frases como AAAAARRRRRGGGGGHHHHH o BBBBBBUUUUUUHHHHH o GGGGGGRRRRRRR ?
Pues escucha este episodio y verás que los monstruos ya no te parecerán tan antipáticos. ¡También ellos pueden ser muy divertidos!

En el episodio 16 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Un Halloween diferente'. Crees que a todos los monstruos les gusta asustar? ¿Sabes por qué solo pueden decir frases como AAAAARRRRRGGGGGHHHHH o BBBBBBUUUUUUHHHHH o GGGGGGRRRRRRR ? 
Pues escucha este episodio y verás que los monstruos ya no te parecerán tan antipáticos. ¡También ellos pueden ser muy divertidos!

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Episodio 16 de Cuentos para Tejer Sueños:
‘Un Halloween diferente’

Hace mucho tiempo, la mayoría de los monstruos eran seres simpáticos y golosos, tontorrones y peludos que vivían felizmente en un monstruoso mundo. Hablaban y jugaban con los niños y les contaban cuentos por las noches.
Pero un día, algunos monstruos tuvieron una gran discusión por un caramelo y uno se enfadó tanto que sus furiosos gritos hubieran asustado a cualquiera. Y entre todos los que quedaron terriblemente asustados, las letras más miedosas, como la «L», la «T» y la «D», salieron corriendo de aquel lugar. Como no dejaron de gritar, las demás letras también huyeron de allí y cada vez se entendían menos las palabras que los monstruos pronunciaban. Finalmente , sólo se quedaron unas pocas letras valientes, como la «G» y la «R», de forma que en el mundo de los monstruos no había forma de encontrar letras para conseguir decir algo distinto de «GGGGRRRRRR!!!», «AAAARRRRGGGG!!!» o «BUUUUUUHHHH!!!».

A partir de aquello, cada vez que iban a visitar a alguno de sus amigos los niños, terminaban asustándoles; entonces con el tiempo, se extendió la idea de que los monstruos eran seres terribles que solo pensaban en comernos y aterrorizarnos.

Un día, una niña que paseaba por el mundo de los monstruos buscando su pelota, encontró escondidas bajo unas hojas a todas las letras, que vivían allí dominadas por el miedo. La niña, muy preocupada, decidió hacerse cargo de ellas y se las llevó a casa para cuidarlas.
Aquella era una niña especial, pues aún conservaba un amigo monstruo muy listo y simpático, que al ver que nada de lo que decía le salía como quería, decidió hacerse pasar por mudo, así que nunca asustó a nadie y hablaba con la niña utilizando solo gestos.

Cuando aquella noche fue a visitar a su amiga y encontró las letras, se alegró tanto que le pidió que se las dejara para poder hablar y por primera vez la niña oyó la dulce voz del monstruo.

Juntos se propusieron recuperar las voces de los demás monstruos y uno tras otro los fueron visitando a todos, dejándoles las letras para que pudieran volver a decir cosas agradables. Los monstruos, agradecidos, les entregaban las mejores golosinas que guardaban en sus casas y así, finalmente, fueron a ver a aquel primer monstruo gruñón que organizó la discusión.
Estaba ya muy viejecito, pero al ver las letras, dió un gran salto de alegría.
Mirando con ternura las asustadas letras, escogió las justas para decir «perdón».
Debía llevar esperando años aquel momento, porque enseguida animó a todos a entrar en su casa, donde todo estaba ya preparado para una grandísima fiesta, llena de adornos monstruosos, golosinas y caramelos.
Como las que se festejan hoy en día en Halloween… qué coincidencia, ¿verdad?.

Episodio 15 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 15 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘Un elefante ocupa mucho espacio’.

Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos, pero esta es la historia de Víctor, un elefante de circo que se decidió una vez a pensar en elefante, esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo: organizó una huelga de todos los animales del circo para hacer entender a los hombres que los animales querían volver a ser libres… ¡Escucha este curioso relato de una huelga general de animales!

En el episodio 15 del podcast Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento 'Un elefante ocupa mucho espacio'. Eso lo sabemos todos, pero esta es la historia de Víctor, un elefante de circo que se decidió una vez a pensar en elefante, esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo: organizó una huelga de todos los animales del circo para comunicar a los hombres que querían volver a ser libres. ¡Escucha este curioso relato de una huelga general de animales!.

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Episodio 15 de Cuentos para Tejer Sueños:
‘Un elefante ocupa mucho espacio’

Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos. Pero que Víctor, un elefante de circo, se decidió una vez a pensar «en elefante», esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo… ah… eso algunos no lo saben y por eso se los cuento: 

Verano. Los domadores dormían en sus carromatos, alineados a un costado de la gran carpa. Los animales velaban desconcertados. No era para menos: cinco minutos antes el loro había volado de jaula en jaula comunicándoles la inquietante noticia. El elefante había declarado huelga general y proponía que ninguno actuara en la función del día siguiente. 

-¿Te has vuelto loco, Víctor?- le preguntó el león, asomando el hocico por entre los barrotes de su jaula. -¿Cómo te atreves a ordenar algo semejante sin haberme consultado? ¡El rey de los animales soy yo! 
La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la noche: 
-Ja. El rey de los animales es el hombre, compañero. Y sobre todo aquí, tan lejos de nuestras selvas… 
-¿De qué te quejas, Víctor?- interrumpió un osito, gritando desde su encierro. ¿No son acaso los hombres los que nos dan techo y comida? 
-Tú has nacido bajo la lona del circo…- le contestó Víctor dulcemente. -La esposa del criador te crió con mamadera… Solamente conoces el país de los hombres y no puedes entender, aún, la alegría de la libertad… 
-¿Se puede saber para qué hacemos huelga?- gruñó la foca, coleteando nerviosa de aquí para allá. 
-¡Al fin una buena pregunta!- exclamó Víctor, entusiasmado y ahí nomás les explicó a sus compañeros que ellos eran presos… que trabajaban para que el dueño del circo se llenara los bolsillos de dinero… que eran obligados a ejecutar ridículas pruebas para divertir a la gente… que se los forzaba a imitar a los hombres… que no debían soportar más humillaciones y que patatín y que patatán. (Y que patatín fue el consejo de hacer entender a los hombres que los animales querían volver a ser libres… Y que patatán fue la orden de huelga general…).
-Bah… Pamplinas…- se burló el león.- ¿Cómo piensas comunicarte con los hombres? ¿Acaso alguno de nosotros habla su idioma? 
-Sí- aseguró Víctor. -El loro será nuestro intérprete- y enroscando la trompa en los barrotes de su jaula, los dobló sin dificultad y salió afuera. En seguida, abrió una tras otra las jaulas de sus compañeros. 
Al rato, todos retozaban en los carromatos. ¡hasta el león!.

Los primeros rayos de sol picaban como abejas zumbadoras sobre las pieles de los animales cuando el dueño del circo se desperezó ante la ventana de su casa rodante. El calor parecía cortar el aire en infinidad de líneas anaranjadas… (los animales nunca supieron si fue por eso que el dueño del circo pidió socorro y después se desmayó, apenas pisó el césped…).

De inmediato, los domadores aparecieron en su auxilio: 
-Los animales están sueltos!- gritaron acoro, antes de correr en busca de sus látigos. 
-¡Pues ahora los usarán para espantarnos las moscas!- les comunicó el loro no bien los domadores los rodearon, dispuestos a encerrarlos nuevamente. -¡Ya no vamos a trabajar en el circo! ¡Huelga general, decretada por nuestro delegado, el elefante! 
-¿Qué disparate es este? ¡A las jaulas!- y los látigos silbadores ondularon amenazadoramente. 
-¡Ustedes a las jaulas!- gruñeron los orangutanes. Y allí mismo se lanzaron sobre ellos y los encerraron. Pataleando furioso, el dueño del circo fue el que más resistencia opuso. Por fin, también él miraba correr el tiempo detrás de los barrotes. 

La gente que esa tarde se aglomeró delante de las boleterías, las encontró cerradas por grandes carteles que anunciaban: CIRCO TOMADO POR LOS TRABAJADORES. HUELGA GENERAL DE ANIMALES. 

Entretanto, Víctor y sus compañeros trataban de adiestrar a los hombres: 
-¡Caminen en cuatro patas y luego salten a través de estos aros de fuego! ¡Mantengan el equilibrio apoyados sobre sus cabezas! 
-¡No usen las manos para comer! ¡Rebuznen! ¡Maúllen! ¡Ladren! ¡Rujan! 
-¡BASTA, POR FAVOR, BASTA!- gimió el dueño del circo al concluir su vuelta número doscientos alrededor de la carpa, caminando sobre las manos.
-¡Nos damos por vencidos! ¿Qué quieren? 
El loro carraspeó, tosió, tomó unos sorbitos de agua y pronunció entonces el discurso que le había enseñado el elefante: 
-… Con que esto no, y eso tampoco, y aquello nunca más, y no es justo, y que patatín y que patatán… porque… o nos envían de regreso a nuestras selvas… o inauguramos el primer circo de hombres animalizados, para diversión de todos los gatos y perros del vecindario. He dicho. 

Las cámaras de televisión transmitieron un espectáculo insólito aquel fin de semana: en el aeropuerto, cada uno portando su correspondiente pasaje en los dientes (o sujeto en el pico en el caso del loro), todos los animales se ubicaron en orden frente a la puerta de embarque con destino al África. 

Claro que el dueño del circo tuvo que contratar dos aviones: En uno viajaron los tigres, el león, los orangutanes, la foca, el osito y el loro. El otro fue totalmente utilizado por Víctor… porque todos sabemos que un elefante ocupa mucho, mucho espacio…  

Elsa Bornemann

Episodio 14 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 14 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado
‘Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena’.

Había una vez dos gatos: uno tan grande pero tan grande que cuando hacía ¡MIAUUUU! todos creían que habían llegado los bomberos con sus sirenas. El otro gato era tan chiquito, pero tan chiquito, que dormía en una latita de paté y cuando hacía frío se tapaba con un boleto capicúa. ¡Escuchemos juntos sus increíbles aventuras pelosas!

En el episodio 14 del podcast Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento 'Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena'. Había una vez dos gatos: uno tan grande pero tan grande que cuando hacía ¡MIAUUUU! todos creían que habían llegado los bomberos con sus sirenas. El otro gato era tan chiquito, pero tan chiquito, que dormía en una latita de paté y cuando hacía frío se tapaba con un boleto capicúa. ¡Escuchemos sus increíbles aventuras pelosas!

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Episodio 14 de Cuentos para Tejer Sueños:
‘Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena’

Había una vez un gato muy grande. Tan grande, pero tan grande, que no pasaba por ninguna puerta. Tan grande, pero tan grande, que cuando estaba enojado y hacía ¡FFFFF! Se volaban todas las hojas de los árboles. Tan grande, pero tan grande, que cuando hacía ¡MIAUUUU! todos creían que habían llegado los bomberos porque había un incendio. 

Y había también un gato muy chiquito. Tan chiquito, pero tan chiquito, que dormía en una latita de paté y, cuando hacía frío, se tapaba con un boleto capicúa. Tan chiquito, pero tan chiquito que, cuando andaba de acá para allá, todos lo confundían con una pelusa. Tan chiquito que, para verlo bien, había que mirarlo con microscopio. 

El Gato Grande era muy famoso en el barrio. Todos los vecinos hablaban de él y lo mimaban mucho. 
-¡Qué gato tan hermoso!- decían. 
-¡Los gatos grandes son hermosísimos!- decían. 
El Gato Grande comía mucho. A la mañana bien temprano los vecinos le traían cinco palanganas de leche tibia. Al mediodía le traían una carretilla de hígado con mermelada (que era su comida favorita). A la tardecita le dejaban preparada una bañera de polenta, por si se despertaba con hambre en la mitad de la noche. Cuando los vecinos le traían la comida, el Gato Grande sonreía (porque algunos gatos saben sonreír) y se ponía a ronronear. Cuando el Gato Grande ronroneaba hacía un RRRRRRRRR tan fuerte que todos miraban para arriba porque creían que pasaba un helicóptero por el cielo. 

El Gato Chiquito, en cambio, no era nada famoso. Nadie hablaba de él en el barrio y nadie lo mimaba ni un poquito. (En realidad, al Gato Chiquito casi nadie lo veía siquiera.) 
Al Gato Chiquito nadie le traía comida nunca. Ni a la mañana. Ni al mediodía. Ni a la tardecita. 
Claro que el Gato Chiquito comía muy poco. Con dos gotas de leche tenía bastante. Y una aceituna le duraba una semana. (Al Gato Chiquito le encantaban las aceitunas.) 
Cuando el Gato Chiquito encontraba una aceituna, aunque nadie lo veía, también sonreía. Y, aunque nadie lo escuchaba, también ronroneaba. 

Un día el gato Chiquito salió a dar un paseo. Y caminó y caminó por la calle más larga del barrio. Tip tap tip tap tip tap, caminaba el Gato Chiquito. Y ese mismo día el Gato Grande también quiso salir a dar un paseo. Y caminó y caminó por todas las calles, y también por la calle más larga del barrio. Top tup top tup top tup, caminaba el Gato Grande. 

El Gato Chiquito y el Gato Grande caminaron y caminaron. Cada vez que el gato Grande caminaba dos cuadras, el Gato Chiquito terminaba una baldosa.
Y cuando el sol estaba bien alto, pero bien alto, el Gato Grande y el Gato Chiquito se encontraron frente a frente. Los dos en la misma vereda de la calle más larga del barrio. El gato Grande hizo ¡FFFFF! Para mostrarle al Gato Chiquito que él era el más fuerte. Hizo ¡FFFFF! Para que el Gato Chiquito lo dejase pasar primero. Pero el Gato Chiquito no se movió de su baldosa. Ni un poquito. Entonces el gato Grande hizo ¡FFFFFFFF! (Fue un ¡FFFFF! muy fuerte.) 
Y el Gato Chiquito rodó como una pelusa hasta el cordón de la vereda. Y se cayó en charquito tan hondo pero tan hondo que casi se ahoga. Pero no se ahogó. Nadó hasta la orilla del charco y se trepó de nuevo al cordón. (El Gato Chiquito era chiquito, ¡pero valiente!) Se subió de un salto a un adoquín que había por ahí y él también hizo ¡fffff! (fue un ¡fffff! muy chiquito). El Gato Chiquito hizo ¡fffff! porque él también estaba enojado. 

Y ahí se quedaron los dos, frente a frente. 
Al Gato Grande, el Gato Chiquito le parecía más chiquito que una arveja. Al Gato Chiquito, el Gato Grande le parecía más grande que una ballena. 

Entonces el Gato Grande se enojó muchísimo más. Se enojó como sólo pueden enojarse los gatos grandes. 
Estiró una pata y sacó las uñas. (Tenía unas uñas filosas como espadas filosas.) Y ¡zas! Le dio un zarpazo al Gato Chiquito. Pero el Gato Chiquito no tuvo miedo. De un salto se subió a la pata del Gato Grande y le tiró con mucha fuerza de los pelos cortitos que le crecían justo al lado de las uñas filosas. (A los gatos les duele muchísimo cuando les tiran de los pelos cortitos, sobre todo si son los que crecen al lado de las uñas filosas) .
-Miauuuu- maulló el Gato Grande. 
Y fue un MIAUUUU tan fuerte que trescientos cincuenta y dos vecinos vinieron a ver qué pasaba. Los trescientos cincuenta y dos vecinos se pusieron en ronda a mirar. Todos miraban con ojos redondos, pero nadie entendía nada de nada. Todos veían al Gato Grande, que se revolcaba por el suelo y maullaba y maullaba y maullaba. Pero nadie veía al Gato Chiquito, que estaba bien escondido entre los pelos del Gato Grande. Y corría por el lomo… de la cabeza a la cola… de la cola a la cabeza… y se trepaba a una oreja… y se hamacaba en los bigotes… y le hacía cosquillas en la nariz y…
-Aaachus- estornudó el Gato Grande. 
Y los trescientos cincuenta y dos vecinos que miraban con ojos redondos salieron volando por el aire como barriletes. Todos menos el Gato Chiquito, que estaba bien agarrado del bigote más gordo del Gato Grande y resistió el estornudo. 

Los trescientos cincuenta y dos vecinos fueron volviendo, poco a poco. Ya no tenían los ojos redondos. Ahora tenían las cejas fruncidas. Estaban bastante enojados. Se habían dado cuenta de que no le gustaba salir volando por el aire como barriletes. Tampoco les gustaba tener que oír un MIAUUU más fuerte que la sirena de los bomberos. Empezaron a protestar. 
-¡Este gato está demasiado grande!- decían. -¡Los gatos tan grandes son muy molestos!- decían. Y después todos juntos dijeron: -¡Ufa!-

Y al Gato Grande le dio vergüenza y se puso colorado (porque algunos gatos se ponen colorados). Entonces el Gato Chiquito se bajó de un salto del bigote del Gato Grande y se empezó a pasear por la vereda. Iba y venía. Y daba otro saltito. 
-¡Oia! ¡Un gato chiquito!- dijeron todos. -¡Más chiquito que una arveja!- dijeron. -¡Los gatos chiquitos son hermosísimos!- dijeron. 

Y desde ese día, en el barrio, los gatos famosos son dos: el Gato Grande y el Gato Chiquito. Claro que las cosas cambiaron un poco. Los vecinos ya no le dan tanta comida al Gato Grande. Nada más que tres palanganas de leche tibia y media carretilla de hígado con mermelada.
Al Gato Chiquito, en cambio, le llevan dos pedacitos de hígado, res aceitunas y un dedal de leche cada mañana. 

Parece ser que ahora el Gato Grande está bastante menos grande. Cuando hace ¡FFFF! Ya no tira más que diez o doce hojas de los árboles. Y parece que el Gato Chiquito está empezando a crecer. 
Me dijeron que últimamente ya no entra en la latita de paté; se va a tener que mudar a una lata de duraznos en almíbar. (Lo que no sé es si querrá regalarme el boleto capicúa cuando ya no lo use más de frazada). 

Graciela Montes

Episodio 13 del podcast Cuentos para Tejer Sueños

En el episodio 13 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘Pinocho’

El viejo carpintero Gepetto, deseaba que su última creación, una bonita marioneta de madera llamada Pinocho, pudiera convertirse en un niño de verdad. El Hada de los Imposibles le concedió el deseo, no sin antes advertir a Pinocho que para ser un niño de verdad, debería demostrar que era generoso, obediente y sincero. Pepito Grillo le ayudaría en esta labor, interpretando a su conciencia.

En el episodio 13 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Pinocho'. El viejo carpintero Gepetto, deseaba que su última creación, una bonita marioneta de madera llamada Pinocho, pudiera convertirse en un niño de verdad. El Hada de los Imposibles le concedió el deseo, no sin antes advertir a Pinocho que para ser un niño de verdad, debería demostrar que era generoso, obediente y sincero. Pepito Grillo le ayudaría en esta labor, interpretando a su conciencia.
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Episodio 13 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Pinocho’:

Había una vez, un viejo carpintero de nombre Gepetto, que como no tenía familia, decidió hacerse un muñeco de madera para no sentirse solo y triste nunca más.

–“¡Qué obra tan hermosa he creado! Le llamaré Pinocho”– exclamó el anciano con gran alegría mientras le daba los últimos retoques. Desde ese entonces, Gepetto pasaba las horas contemplando su bella obra, deseando que aquel niño de madera pudiera moverse y hablar como todos los niños.

Tal fue la intensidad de su deseo, que una noche apareció en la ventana de su cuarto el Hada de los Imposibles.
–“Como eres un hombre de noble corazón, te concederé lo que pides y daré vida a Pinocho”– dijo el hada mágica y agitó su varita sobre el muñeco de madera. En ese momento, la figura cobró vida sacudiendo los brazos y la cabeza.

–»¡Papá, papá!»– mencionó con voz melodiosa despertando a Gepetto.

–»¿Quién anda ahí?»

–»¡Soy yo, papá, soy Pinocho!. ¿No me reconoces?»– dijo el niño acercándose al anciano.

Cuando logró reconocerle, Gepetto lo cargó en sus brazos y se puso a bailar de tanta emoción. –“¡Mi hijo, mi querido hijo!”– gritaba jubiloso el anciano.

Los próximos días, fueron pura alegría en la casa del carpintero. Como todos los niños, Pinocho debía alistarse para asistir a la escuela, estudiar y jugar con sus amigos, así que el anciano vendió su abrigo para comprarle una cartera con libros y lápices de colores.

El primer día de colegio, Pinocho asistió acompañado de un grillo para aconsejarlo y guiarlo por el buen camino. Sin embargo, como sucede con todos los niños, éste prefería jugar y divertirse antes que asistir a las clases y a pesar de las advertencias del grillo, el niño travieso decidió ir al teatro a disfrutar de una función de títeres.

Al verle, el dueño del teatro quedó encantado con Pinocho: –“¡Maravilloso! Nunca había visto un títere que se moviera y hablara por sí mismo. Sin dudas, haré una fortuna con él”– y decidió quedárselo. Este aceptó la invitación de aquel hombre ambicioso y pensó que con el dinero ganado podría comprarle un nuevo abrigo a su padre.

Durante el resto del día, Pinocho actúo en el teatro como un títere más y al caer la tarde decidió regresar a casa con Gepetto. Sin embargo, el dueño malo no quería que el niño se fuera, por lo que lo encerró en una caja junto a las otras marionetas. Tanto fue el llanto de Pinocho, que al final no tuvo más remedio que dejarle ir, no sin antes obsequiarle unas pocas monedas.

Cuando regresaba a casa, se topó con dos astutos bribones que querían quitarle sus monedas. Como era un niño inocente y sano, los ladrones le engañaron haciéndole creer que si enterraba su dinero, encontraría al día siguiente un árbol lleno de monedas, todas para él.

El grillo trató de alertarle sobre semejante timo, pero Pinocho no hizo caso a su amigo y enterró las monedas. Luego, los terribles vividores esperaron a que el niño se marchara, desenterraron el dinero y se lo llevaron muertos de risa.

Al llegar a casa, Pinocho descubrió que Gepetto no se encontraba y empezó a sentirse tan solo que rompió en llantos. Inmediatamente, apareció el Hada de los Imposibles para consolar al triste niño.
–“No llores Pinocho, tu padre se ha ido al mar a buscarte”.

Y tan pronto supo aquello Pinocho partió a buscar a Gepetto, pero por el camino tropezó con un grupo de niños:

–»¿A dónde se dirigen?»– preguntó Pinocho

–»Vamos al País de los Dulces y los Juguetes»– respondió uno de ellos –»¡Ven con nosotros, podrás divertirte sin parar!».

–»No lo hagas, Pinocho»– le dijo el grillo –»Debemos encontrarnos con tu padre que se ha ido solo y triste a buscarte».

–»Tienes razón grillo, pero sólo estaremos un rato. Luego le buscaré sin falta».

Y así se fue Pinocho acompañado de aquellos niños al País de los Dulces y los Juguetes. Al llegar, quedó tan maravillado con aquel lugar que se olvidó de salir a buscar al pobre de Gepetto. Saltaba y reía rodeado de juguetes y tan feliz era, que no notó cuando empezó a convertirse en un burro.

Sus orejas crecieron y se hicieron muy largas, su piel se tornó oscura y hasta le salió una colita peluda que se movía mientras caminaba. Cuando se dio cuenta, comenzó a llorar de tristeza y el Hada de los Imposibles volvió para ayudarle y devolverlo a su forma de niño.

–»Ya eres nuevamente un niño bello Pinocho, pero recuerda que debes estudiar y ser bueno».

–»Oh sí señora hada, a mí me encanta estudiar»– dijo Pinocho y al instante le creció la nariz.

–»Tampoco debes decir mentiras querido Pinocho».

–»¡No, para nada, nunca he dicho una mentira!»– pero la nariz le creció un poco más –»¡Y siempre me porto muy bien!».

Pero al decir aquello la nariz le creció tanto, que apenas podía sostenerla con su cabeza. Con lágrimas en los ojos, Pinocho se disculpó con el Hada y le prometió que jamás volvería a decir mentiras, por lo que su nariz volvió a ser pequeña. Entonces, él y el grillo decidieron salir a buscar a Gepetto. Sin embargo, cuando llegaron al mar, descubrieron que el anciano había sido tragado por una enorme ballena.

Enseguida, se lanzó al agua y después de mucho nadar, se encontró frente a frente con la temible ballena.
–“Por favor, señora ballena, devuélvame a mi padre”.
Pero el animal no le hizo caso y se tragó a Pinocho también. Al llegar al estómago, se encontró con el viejo Gepetto y quedaron abrazados un largo rato.

–»Tenemos que salir cuanto antes, Pinocho»– exclamó Gepetto.

–»Hagamos una fogata papá. El humo hará estornudar a la ballena y podremos escapar».

Y así fue como Pinocho y su padre quedaron a salvo de la ballena, pues estornudó tan fuerte que los lanzó fuera del vientre y lograron escapar a tierra firme. Cuando llegaron a casa, éste se arrepintió por haber desobedecido a su padre y desde entonces no faltó nunca a clases, además fue tan bueno y disciplinado que el Hada de los Imposibles decidió convertirlo en un niño de carne y hueso, para alegría de su padre, el viejo Gepetto y del propio Pinocho.


El cuento original se publicó en 1883 y fué escrito por Carlo Lorenzini (1829-1890),
quien eligiera como nombre artístico ‘Collodi’ en honor a un pequeño pueblo
ubicado en el corazón de la Toscana donde pasó su infancia.

Episodio 12 del podcast Cuentos para Tejer Sueños


En el episodio 12 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘Juansadas’.

Había una vez un perro que tenía un hombre que se llamaba Juan. ¡Sí! El dueño del hombre era un bello afgano color champán llamado Sacha von Mirosnikov, más familiarmente conocido como Pucho, que resultó ser todo un líder de cuatro patas (líder únicamente de Juan, claro, pero líder al fin). ¡Quizás tu también conozcas una historia semejante!

En el episodio 12 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado Juansadas, de Elsa Bornemann. Había una vez un perro que tenía un hombre que se llamaba Juan. ¡Sí! El dueño del hombre era un bello afgano color champán llamado Sacha von Mirosnikov, más familiarmente conocido como Pucho, que resultó ser todo un líder de cuatro patas  -líder únicamente de Juan, claro, pero líder al fin-. ¡Quizás tu también conozcas una historia semejante!

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Episodio 12 de Cuentos para Tejer Sueños: ‘Juansadas’:

Había una vez un perro que tenía un hombre que se llamaba Juan. 
Digo que el perro tenía al hombre y no el hombre al perro porque, ciertamente, era así.
El dueño del hombre era el mismísimo perro, un bello afgano color champán, al que habían bautizado «Sacha von Mirosnikov» —según constaba en los documentos suscriptos el día en que Juan lo había comprado— y que familiarmente respondía al nombre de Pucho. 

Si bien se afirma que los afganos no suelen ser animales demasiado dotados —salvo en su aspecto físico— este Pucho era la excepción a la regla. Ya de cachorro había empezado a demostrar sus naturales condiciones de líder (líder únicamente de Juan, claro, pero líder al fin). 

El caso es que apenas cumplido su primer año Pucho se había convertido en el verdadero patrón de Juan. No podía comparárselo con el autoritario patrón humano que el muchacho debía soportar en la empresa en la que trabajaba ya que al menos el treinta de cada mes éste retribuía su paciencia con un sueldo bastante generoso, mientras que del Pucho sólo obtenía cansados lengüetazos a cambio de tanta devoción como le rendía. Pruebas de su devoción (entre muchísimas otras que me resultaría fatigoso describir): 

— Juan planificaba todas sus actividades y las cumplía o no de acuerdo con el estado de ánimo de su perro. Por ejemplo, era capaz de faltar al trabajo o de cancelar una cita importante si antes de salir de su casa creía detectar un lastimero «¡No me abandones!» en la mirada del Pucho.
En esas ocasiones, le redoblaba las raciones de comida y bailaba, saltaba, brincaba, andaba por los aires y se movía con mucho donaire alrededor de su animal, hasta que le parecía que el desganado le regalaba su mejor sonrisa. 

— Juan sólo volvía a recibir en su casa a las contadísimas personas que lograran conquistarse la simpatía de su perro a primer ladrido, quiero decir, a primera vista (vista del de cuatro patas, por supuesto…). Y como el Pucho era terriblemente celoso, apenas si toleraba la visita de dos o tres amigos de Juan… de dos o uno… bueno… de uno, en realidad, de ese único que aguantaba estoicamente sus gruñidos y las dentelladas dirigidas a sus tobillos cuando llegaba la hora de retirarse.
«Hablale; explicale que pronto regresarás de visita… Decile que te espere… El pobre sufre porque te vas, quiere retenerte; por eso los mordisquitos… Decile dulcemente: “Esperame, Pucho… Esperame”, le repetía Juan a su único amigo, cada vez que éste se iba, esquivando —a los saltos— las filosas dentelladas del perro e invariablemente con algunas rasgaduras en las botamangas de sus pantalones. 

— Juan se había transformado en un perfecto solterón, rotos sus compromisos de matrimonio con sucesivas señoritas que no le habían caído en gracia al exigente animal. «Si él las rechazó, por algo será…», pensaba Juan, «Su percepción de la naturaleza hu¬mana es superior a la mía… ¡Quién sabe de qué brujas me ha librado mi fiel Puchito…!» 

—Juan gastaba el dinero que no tenía —contrayendo pavorosas deudas— para pagar un psicoanalista. 

No; no para tratarse él —como seguramente estarán imaginando— sino para que el médico lo orientara con el propósito de evitarle al Pucho toda causa de stress, de frustraciones, de complejos… 

Concluyo con esta enumeración de pruebas de devoción porque considero que es lo suficientemente elocuente como para que necesite aclararles por qué al principio de este relato aseguré que «había una vez un perro que tenía un hombre…». 

Sin embargo, y por las dudas, agrego que Juan se pone taaan sentimental y dice tantas «juansadas» cuando elogia las cualidades de su animal, que me temo que éste le ordene colocarse un bozal en cualquier momento… 

¡Ah…! y si acabo de aterrizar en el tiempo presente, desde el pasado en el que situé mi narración, se debe a que la singular relación entre Juan y su perro aún persiste. 

¿Qué cómo lo sé? Pues porque yo soy el único testigo de la misma… ese único amigo de Juan… 

Y ahora los dejo. Debo volar hacia la calle con él. Por nada del mundo quiere que me pierda la quinta vuelta del hombre que hago a diario, llevado de su correa… (no me refiero a Juan —obviamente— sino a Bizcocho, mi propio perro…). 

Segundo «¡Ah…!»: y no se trata de que la relación con mi maravilloso can sea parecida a la de mi amigo y su insufrible mascota —nada de eso… 

Sucede que Bizcocho está empeñado en demostrarme que no es menos que un afgano, a pesar de su tamaño insignificante y su dudoso pedigree y yo no soy quién para contradecirlo: lo comprendo perfectamente. A veces, se me ocurre que sólo me falta ladrar.

Elsa Bornemann

Episodio 11 del podcast Cuentos para tejer sueños

En el episodio 11 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos ‘El laboratorio de las flores’.

Los niños deseaban descubrir el secreto de la belleza de las flores y cómo ellas eligen sus colores para vestir sus pétalos. Cada flor es una artista y tiene su propia idea de belleza, por eso no repiten nunca una forma o un color. ¡Descubre tu también el maravilloso laboratorio donde las flores mezclan los colores de sus ropas!

En el episodio 11 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'El laboratorio de las flores', de Patricia Morales. Los niños deseaban descubrir el secreto de la belleza de las flores y entonces conocieron cómo ellas eligen sus colores para vestir sus pétalos. Cada flor es una artista y tiene su propia idea de belleza, por eso no repiten nunca una forma o un color. ¡Descubre tu también el maravilloso laboratorio donde las flores mezclan los colores de sus ropas!

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Episodio 11 del podcast Cuentos para Tejer Sueños: ‘El laboratorio de las flores’:

Los niños deseaban descubrir el secreto de la belleza de las flores. Oikodoro les comentó que azul, rojo y amarillo son los materiales primarios en el laboratorio de las flores. Si bien recorremos con la vista infinitas gamas y colores y pensamos qué complejas deben ser las decisiones de las flores al elegir sus ropas, podemos visitar una flor y encontrar en su simpleza el secreto de la creación y así de la variada mezcla.
Oikodoro dijo que la sabiduría de las flores se encuentra en no repetir una forma o un color. Cada una tiene su propia idea de belleza y así ellas adornan el horizonte y junto a las mariposas comparten un diálogo de artis­tas.
Azul y amarillo forman verde, rojo y amarillo forman naranja y azul y rojo forman violeta. Así comienza la com­binación sin fin, que divierte a las flores y a nuestros ojos. Más amarillo que rojo, pues será un naranja suave; más rojo que azul será un violeta más intenso, más azul que amarillo, dará un verde más oscuro.
Y resulta muy interesante si las flores deciden mezclar los tres colores: amarillo, azul y rojo. 

Una vez, cuenta Oikodoro, de la chimenea maloliente de una fábrica se escapó una furiosa nube negra que, cubriendo el cielo, comenzó a burlarse envidiosa de los colores de las flores. 

-Qué sin sentido!- protestaba celosa, todas esas flores diferen­tes y tan pe­queñas! 

La nube produjo una negra tormenta sobre las flores y en su maldad se des­vaneció. Enton­ces, las flores se tornaron todas negras y pesadas y su bel­leza se perdió.
El laboratorio estaba casi destruido y los colores se habían diluido. Las flores estaban desoladas.
Más tarde unas nubes de fina lluvia bañaron las flores con agua cris­talina. Sin embargo, las flores ya no lucían como antes. Como ellas habían sido maltratadas, sus colores ya no relucían. 

Entonces la naturaleza volvió a ofrecer su belleza. Junto al sol, el arco iris vistió el cielo y roció la tierra con sus siete colores. Las flores pudieron colmar de tintes y colores su laboratorio y se las vio retornar a sus propios colores con idéntica belleza. 

Con la ayuda de Oikodoro los niños construyeron también un laboratorio de colores, que sirvió para el arte y la imaginación, e invitaron a todos a par­ticipar y disfrutar de la sabiduría de la naturaleza.

Patricia Morales

Episodio 10 del podcast Cuentos para tejer sueños


En el episodio 10 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento ‘Los tres días del mirlo’.

Hace mucho tiempo, el mes de enero tenía solamente veintiocho días y los mirlos eran blancos. ¡Escucha este curioso relato y sabrás porqué ahora enero tiene treinta y un días, febrero sólo veintiocho y los mirlos tienen las plumas negras!

En el episodio 10 de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento intitulado 'Los tres días del mirlo'. Hace mucho tiempo, el mes de enero tenía solamente veintiocho días y los mirlos eran blancos. ¡Escucha este curioso relato y sabrás porqué ahora enero tiene treinta y un días, febrero sólo veintiocho y los mirlos tienen las plumas negras!

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Episodio 10 del podcast Cuentos para Tejer Sueños: Los tres días del mirlo:

Hace mucho tiempo, el mes de enero tenía solamente veintiocho días.

Enero era un señor solitario y gruñón. No le gustaba oír el gorjeo de los pájaros y se divertía jugándoles bromas de mal gusto.

Cuando el mirlo blanco, a quién no quería nada, salía a buscar comida, el señor Enero desencadenaba tormentas de nieve para contrariarlo.

Un día, el mirlo lo interpeló:

—Señor Enero, usted es que es tan molesto, podría ser un poco más corto y tener menos días?

—No, en absoluto, me confiaron veintiocho días y no cambiaré.

Y desencadenó los vientos fríos del Norte.

Al año siguiente, el mirlo hizo una buena provista y se quedó en su nido acogedor durante los veintiocho días de enero. A fin de mes, el pájaro salió de su nido y comenzó a burlarse del señor Enero.

— Tralalera, tralala, lo embromé!

Y  voló a buscar comida.

Enero se enfureció y quiso vengarse. Decidió robar tres días a su hermano el señor Febrero quien no se dio cuenta pues estaba muy ocupado disfrazándose para el carnaval .

Durante los tres días siguientes, Enero provocó una terrible tormenta. Los árboles colapsaron por el peso de la nieve helada, los animales buscaban refugios improvisados para protegerse del frío.

El mirlo blanco, para no morir de frío, se escondió en una chimenea en busca de un poco de calor.

Después de tres días, la tormenta cesó y el mirlo blanco salió de la chimenea, pero… se volvió negro de hollín.

Desde ese día, enero tiene treinta y un días, febrero sólo veintiocho y los mirlos tienen las plumas negras!

Episodio 9 del podcast Cuentos para tejer sueños

En el episodio 9 de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento ‘El país de la geometría’.

El Rey Compás vivía en un gran palacio de cartulina en forma de icosaedro, tenía todo lo que quería pero estaba siempre triste y preocupado, porque le faltaba una sola cosa: una flor muy especial. Luego de interminables búsquedas por todo el reino, el Rey descubrió con gran alegría que podía él mismo crear sus propias flores y entonces comprendió que ya no tenía mas nada que buscar por ahí. Los invito a escuchar este simpático cuento que nos invita a reflexionar sobre el valor que damos a aquello que tenemos y a nuestras capacidades.

En el episodio 9 del podcast cuentos para tejer sueños compartimos el cuento de María Elena Walsh intitulado 'El país de la geometría'. El Rey Compás vivía en un gran palacio de cartulina en forma de icosaedro, tenía todo lo que quería pero estaba siempre triste y preocupado, porque le faltaba una sola cosa: una flor muy especial. Luego de interminables búsquedas por todo el reino, el Rey descubrió con gran alegría que podía él mismo crear sus propias flores y entonces comprendió que ya no tenía mas nada que buscar por ahí. Los invito a escuchar este simpático cuento que nos invita a reflexionar sobre el valor que damos a aquello que tenemos y a nuestras capacidades.

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Episodio 9 del podcast Cuentos para Tejer Sueños: El país de la geometría

Había una vez un amplio país blanco de papel. El Rey de este país era el Compás. ¿Por qué no? El Compás. Aquí viene caminando con sus dos patitas flacas: una pincha y la otra no.

Jo jo jo jo jo, una pincha y la otra no.

El Rey Compás vivía en un gran palacio de cartulina en forma de icosaedro, con dieciocho ventanitas. Cualquiera de nosotros estaría contento en un palacio así, pero el Rey Compás no. Estaba siempre triste y preocupado.
Porque para ser feliz y rey completo le faltaba encontrar a la famosa Flor Redonda.

Jo jo jo jo jo, sin la Flor Redonda no.

El Rey Compás tenía un poderoso ejército de Rombos, una guardia de vistosos Triángulos, un escuadrón policial de forzudos Trapecios, un sindicato de elegantes Líneas Rectas, pero… le faltaba lo principal: ser dueño de la famosa Flor Redonda.
El Rey había plantado dos Verticales Paralelas en el patio, que le servían de atalaya. Las Paralelas crecían, crecían, crecían… 
Muchas veces el Rey trepaba a ellas para otear el horizonte y ver si alguien le traía la Flor, pero no.
Había mandado cientos de expediciones en su búsqueda y nadie había podido encontrarla.

Un día el Capitán de los Rombos le preguntó:

– ¿Y para qué sirve esa flor, señor Rey?
– ¡Tonto, retonto! –tronó el Rey–. ¡Solamente los tontos retontos preguntan para qué sirve una flor!. El Capitán Rombo, con miedo de que el Rey lo pinchara, salió despacito y de perfil por el marco de la puerta.

Otro día el Comandante de los Triángulos le preguntó:
–Hemos recorrido todos los ángulos de la comarca sin encontrarla, señor Rey. Casi creemos que no existe. ¿Puedo preguntarle para qué sirve esa flor?
–¡Tonto, retonto! –tronó el Rey–. ¡Solamente los tontos retontos preguntan para qué sirve una flor!. El Comandante de los Triángulos, temeroso de que el Rey lo pinchara, salió despacito y de perfil por una de las dieciocho ventanas del palacio.

Otra tarde la Secretaria del sindicato de Líneas Rectas se presentó ante el Rey y tuvo la imprudencia de decirle:
–¿No le gustaría conseguir otra cosa más útil, señor Rey? Porque al fin y al cabo, ¿para qué sirve una flor?
–¡Tonta, retonta! –tronó el Rey–. ¡Solamente las tontas retontas preguntan para qué sirve una flor! La pobre señorita Línea, temerosa de que el Rey la pinchara, se escurrió por un agujerito del piso.

Poco después llegaron los Trapecios, maltrechos y melancólicos después de una larga expedición.
–¿Y? ¿Encontraron a la Flor Redonda? –les preguntó el Rey, impaciente.
–Ni rastros, Majestad.
–¿Y qué diablos encontraron?
–Cubitos de hielo, tres dados, una regla y una cajita.
–¡Harrrto! ¡Estoy harrrto de ángulos y rectas y puntos! ¡Sois todos unos cuadrados! (Este insulto ofendió mucho a los Trapecios).
¡Estoy harrrto y amarrrgado! ¡Quiero encontrar a la famosa Flor Redonda!

Y todos tuvieron que corear la canción que ya era el himno de la comarca:
Sin la flor redonda no. Jo jo jo jo jo.

Los súbditos del Rey, para distraerlo, decidieron organizar un partido de fútbol. Las tribunas estaban llenas de Puntos alborotados. Los Rombos desafiaban a los Triángulos.
En fin, ganaron los Triángulos por 1 a 0 (mérito singular si se tiene en cuenta que la pelota era un cubo). El Capitán de los Rombos fue a llorar su derrota en un rincón.

El Comandante de los Triángulos, cansado y victorioso, se acercó al Rey:
–¿Y? ¿Le gustó el partido, Majestad?
–¡Bah, bah!… –dijo el Rey, distraído, siempre con su idea fija–. No perdamos tiempo con partidos; mañana salimos todos de expedición.
–¿Mañana? Pero estamos muy cansados, señor Rey. El partido duró siete horas; usted no sabe cómo cansa jugar con una pelota en forma de cubo.
–Tonto, retonto, mañana partimos.

A la mañana tempranito el Rey pasó revista a sus tropas. Había decidido salir él mismo a la cabeza de la expedición. Rombos, Cuadrados, Triángulos, Trapecios y Líneas Rectas formaban fila, muertos de sueño y escoltados por unos cuantos Puntos enrolados como voluntarios.
Allá se van todos, en busca de la famosa, misteriosa y caprichosa Flor Redonda.
La expedición del Rey Compás atravesó páginas y cuadernos desolados, ríos de tinta china, espesas selvas de viruta de lápiz, cordilleras de gomas de borrar, buscando, siempre buscando a la dichosa flor.
Registraron todos los ángulos, todos los rincones, todos los vericuetos, bajo el viento, la lluvia, el granizo y la resolana.
–Me doy por vencido –dijo por fin el Rey. Quizás ustedes tenían razón y la dichosa Flor Redonda no exista. Quizá no eran tan retontos como yo pensaba. Volvamos a casita.

Cuando volvieron, el Rey se encerró en su cuarto, espantosamente triste y amargado.
Al rato entró la señora Línea a llevarle la sopita de tiza y se preocupó mucho al verlo tan triste.
–Señor Rey –le dijo para consolarlo–, ¿no sabe usted que siempre es mejor cantar y bailar que amargarse?

Cuando la señorita Línea se hubo deslizado por debajo de la puerta, el Rey, que no era sordo a los consejos, dijo:
–Y bueno, probemos: la la la la… Y cantó y bailó un poquito.
Bailando, bailando, bailando, descubrió sorprendido que había dibujado una hermosa Flor Redonda sobre el piso de su cuarto. 
Y siguió bailando hasta dibujar flores y más flores redondas que pronto se convirtieron en un jardín.

Jo jo jo jo jo, y la Flor la dibujó.

María Elena Walsh
En El país de la geometría 
Fecha de publicación original: 1987

Episodio 8 del podcast Cuentos para tejer sueños

En este episodio de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento intitulado ‘El pajarito perezoso’.

Había una vez un pajarito simpático pero muy holgazán y por culpa de su gran pereza sufrió muchísimo frío un invierno. Arrepentido, aprendió la lección y se convirtió en el más previsor y trabajador de la colonia. Porque así como podemos hacer las cosas muy mal, ¡también podemos hacerlas muy bien!

En el episodio 8 de cuentos para tejer sueños compartimos el cuento intitulado 'El pajarito perezoso'. Había una vez un pajarito simpático pero muy holgazán y por culpa de su gran pereza sufrió muchísimo frío un invierno. Arrepentido, aprendió la lección y se convirtió en el más previsor y trabajador de la colonia. Porque así como podemos hacer las cosas muy mal, ¡también podemos hacerlas muy bien!

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Episodio 8 del podcast Cuentos para tejer sueños: El pajarito perezoso

Había una vez un pajarito simpático, pero muy, muy perezoso. Todos los días, a la hora de levantarse, había que estar llamándole mil veces hasta que por fin se levantaba; y cuando había que hacer alguna tarea, lo retrasaba todo hasta que ya casi no quedaba tiempo para hacerlo. 

Todos le advertían constantemente: 

– ¡eres un perezoso! No se puede estar siempre dejando todo para última hora… 

– Bah, pero si no pasa nada. -respondía el pajarito- Sólo tardo un poquito más que los demás en hacer las cosas. 

Los pajarillos pasaron todo el verano volando y jugando, y cuando comenzó el otoño y empezó a sentirse el frío, todos comenzaron los preparativos para el gran viaje a un país más cálido. Pero nuestro pajarito, siempre perezoso, lo iba dejando todo para más adelante, seguro de que le daría tiempo a preparar el viaje. Hasta que un día, cuando se levantó, ya no quedaba nadie. 

Como todos los días, varios amigos habían tratado de despertarle, pero él había respondido medio dormido que ya se levantaría más tarde y había seguido descansando durante mucho tiempo. Ese día tocaba comenzar el gran viaje y las normas eran claras y conocidas por todos: todo debía estar preparado, porque eran miles de pájaros y no se podía esperar a nadie. Entonces el pajarillo, que no sabría hacer sólo aquel larguísimo viaje, comprendió que por ser tan perezoso le tocaría pasar solo aquel largo y frío invierno. 

Al principio estuvo llorando muchísimo rato, pero luego pensó que igual que había hecho las cosas muy mal, también podría hacerlas muy bien y sin dejar tiempo a la pereza, se puso a preparar todo a conciencia para poder aguantar solito el frío del invierno. 

Primero buscó durante días el lugar más protegido del frío y allí, entre unas rocas, construyó su nuevo nido, que reforzó con ramas, piedras y hojas; luego trabajó sin descanso para llenarlo de frutas y bayas, de forma que no le faltase comida para aguantar todo el invierno y finalmente hasta creó una pequeña piscina dentro del nido para poder almacenar agua. Y cuando vio que el nido estaba perfectamente preparado, él mismo se entrenó para aguantar sin apenas comer ni beber agua, para poder permanecer en su nido sin salir durante todo el tiempo que durasen las nieves más severas. 

Y aunque parezca increíble, todos aquellos preparativos permitieron al pajarito sobrevivir al invierno. 

Eso sí, tuvo que sufrir muchísimo y no dejó ni un día de arrepentirse por haber sido tan perezoso. 

Así que, cuando al llegar la primavera sus antiguos amigos regresaron de su gran viaje, todos se alegraron sorprendidísimos de encontrar al pajarito vivo y les parecía mentira que aquel pajarito holgazán y perezoso hubiera podido preparar aquel magnífico nido y resistir él solito. Y cuando comprobaron que ya no quedaba ni un poquitín de pereza en su pequeño cuerpo y que se había convertido en el más previsor y trabajador de la colonia, todos estuvieron de acuerdo en encargarle la organización del gran viaje para el siguiente año. 

Y todo estuvo tan bien hecho y tan bien preparado, que hasta tuvieron tiempo para inventar un despertador especial y ya nunca más ningún pajarito, por muy perezoso que fuera, tuvo que volver a pasar solo el invierno.

Episodio 7 del podcast Cuentos para tejer sueños

En este episodio de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos el cuento ‘El sol y la luna se van a casar’.

Un micro cuento escrito con frases en rima que nos invita a fantasear
¡cómo sería semejante matrimonio!. ¿Y tu cómo te lo imaginas?

En el episodio 7 de Cuentos para tejer sueños compartimos el cuento intitulado 'El sol y la luna se van a casar', de Jaime Eduardo Castellanos Villalba. Un micro cuento escrito con frases en rima que nos invita a fantasear cómo sería semejante matrimonio. ¿Y tu cómo te lo imaginas?

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Episodio 7 del podcast Cuentos para tejer sueños: El sol y la luna se van a casar

Papá ratón llegó contando, que el sol y la luna se van a casar. 

Mamá ratona dijo, que ese matrimonio no duraría, 

porque separado el sol de la luna siempre estaría. 

Abuela ratona dijo, que tendrían como hijas las estrellas e hijos los cometas y como padrinos ella quería, fueran los planetas. 

El ratoncito mayor dijo, que todos estaban equivocados, porque el sol se casaría con una “sola” y la luna con un “luno”, el sol tendría hijos, y tendría tantos, que con noche no quedaría lugar alguno. 

Grillos, sapos, renacuajos, ranas y búhos, no tendrían mas noches para cantar y por eso el ratoncito mediano se puso a llorar. 

Papá ratón llamó a la cordura, pues no había pareja para ellos, porque no se conocía ningún otro sol, ni otra luna, quizás en otra galaxia, pero mas de cien mil años esa búsqueda dura. 

Y para terminar esta querella, el ratoncito mas pequeñito sueña, con que la luna se enamore de una estrella y el sol de una flor bien bella.

Jaime Eduardo Castellanos Villalba

Episodio 6 del podcast Cuentos para tejer sueños

En este episodio compartimos el cuento ‘Bisa vuela’.

La simpática historia de una anciana aviadora que elige mirar encantada a través de sus antiparras, las maravillas del mundo que siempre quiso conocer. Porque aquello que vemos, ¡depende del cristal con que lo miremos!

En el episodio 6 de Cuentos para tejer sueños compartimos el cuento de María Elena Walsh intitulado 'Bisa vuela': La simpática historia de una anciana aviadora que elige mirar encantada a través de sus antiparras, las maravillas del mundo que siempre quiso conocer. Porque aquello que vemos, ¡depende del cristal con que lo miremos!

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Episodio 6 del podcast Cuentos para tejer sueños: Bisa vuela

Había una vez una ancianita con más años que hojas tiene un ombú. Alta y flaca y memoriosa y sabia. 

Y había una vez un pueblo grande como dos sábanas cosidas al medio por las vías del ferrocarril. 

Y había en el pueblo varias familias con muchos chicos. 

Y había trenes que pasaban de largo, llenos de vacas y sin pasajeros.

La ancianita vivía sola en lo alto de un mangrullo. Guardaba cachivaches en un baúl de su antepasado el Conquistador. Y su grillo Pachimú se guardaba él solo dentro de una caja de fósforos.

Un buen día, los niños, reunidos en asamblea en el galpón del ferrocarril bajo las alas de un viejo avión herrumbrado, decidieron adoptar a la anciana como bisabuela de todos y llamarla Bisa. 

Y desde entonces vivieron felices, jugando con Bisa a la rayuela y al ajedrez.

Salían todos a pasear, algunos en bicicleta, otros en caballo de palo y alguno en un cajón tirado por un carnero.

Pescaban renacuajos para investigarlos y cultivaban enormes calabazas anaranjadas.

Bisa, en sus tiempos, había sido aviadora. Y el viejo avión era su famoso “Águila de Oro”.

La campeona de vuelo estaba jubilada –decía- desde que sus ojos se debilitaron y un mal día al aterrizar había atropellado a una pobre perdiz viuda.

Entre todos se pusieron a limpiar y aceitar el aeroplano, con la esperanza de volar algún día y llegar, por lo menos, hasta la orilla del mar.

¡Y ese día estaba cerca!

Porque ya las hélices rugían como dos leones tartamudos, comandados por la famosa aviadora.

Bisa abrió un baúl, sacó su viejo uniforme arrugado y se lo probó frente al espejo.

-No es tan distinto del uniforme de los astronautas, ¿verdad, Pachimú?

Pero el grillo, por ser tan pequeño, no sabía nada de astronautas.

Bisa se encasquetó la gorra y se puso unas antiparras que nunca había usado: era un trofeo regalo de su madrina después de su último vuelo ¡tantos miles de días atrás!

-Estos anteojos se han vuelto locos -dijo Bisa. Y miró a Pachimú, y en su lugar vio un gato con cola de pavo real.

-Estás muy raro. ¿Qué te pasa, Pachimú?

Pero Pachimú, por ser tan pequeño, no sabía nada de rarezas.

Bajó de su casa y con el grillo en su caja dentro de uno de sus 54 bolsillos llenos de herramientas, corrió a contarles a sus bisnietos la novedad.

Los niños, por riguroso turno, se probaron las gafas y no vieron nada, sólo las encontraron asquerosamente sucias y empañadas.

-Estoy segura de que con estos anteojos maravillosos pondré en marcha el motor -dijo Bisa.

Los chicos abrieron los portones, Bisa trepó a la diminuta cabina, movió manivelas y palancas y… brrrrummmm… cruzó las vías y remontó vuelo.

Los bisnietos la siguieron un poco a la carrera, después se taparon los ojos temiendo lo peor.

Seguramente ustedes también tiemblan de espanto pensando que se va a estrellar contra el más alto de los eucaliptos.

Pero no, Bisa vuela, feliz. Mira hacia abajo y ya no ve a sus bisnietos ni el ocre de los monótonos campos.

Ve toda la ciudad de Nueva York, ve una carroza tirada por mariposas gigantes, ve las pirámides mexicanas, ve un cohete espacial que pasa cerca, y allá lejos ve algunas torres de la ciudad de Bagdad.

Como le quedaba escaso combustible, al divisar una calle ancha y poco transitada, decidió aterrizar. ¿Dónde estaría? ¡Buena pregunta para Pachimú!

Bisa se levantó las gafas y vio que los niños de un pueblo extraño se acercaban a recibirla, con sonrisas, besos, abrazos y un ramillete de margaritas.

Pero ¡ay!, hablaban en otra lengua, sólo entendieron el idioma de los cariños. Entonces Pachimú se puso a cantar, y a él sí lo entendieron, porque los grillos cantan en un idioma universal.

Salió de su caja y del bolsillo y desde el ala del avión trabajó de traductor.

Los chicos de ese pueblo también decidieron adoptar a Bisa como bisabuela de todos. Y le ofrecieron domicilio en una casita construida en las ramas de un árbol.

Desde entonces Bisa vuela de pueblo en pueblo y de bisnietos en bisnietos.

Ya aprendió otro idioma y, en cada viaje, que dura media hora o tres meses –nadie lo sabe-, sigue mirando encantada por los cristales de sus antiparras, las maravillas del mundo que siempre quiso conocer.

María Elena Walsh

Episodio 5 del podcast Cuentos para tejer sueños

En este episodio de Cuentos para Tejer Sueños compartimos el cuento ‘Sapo Verde’

Había una vez un sapo que estaba encantado con el gran colorido de las mariposas y un poco cansado de verse todo verde… ‘Sapo verde’ es un cuento que nos invita a aceptarnos y queremos así como somos. ¡Disfrútalo!

En el episodio 5 del podcast Cuentos para tejer sueños escuchamos Sapo verde. Humberto estaba encantado con el gran colorido de las mariposas y un poco cansado de verse todo verde... Sapo verde es un cuento que nos invita a aceptarnos y queremos así como somos.

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Episodio 5 del podcast Cuentos para tejer sueños: Sapo verde

Humberto estaba muy triste entre los yuyos del charco. Ni ganas de saltar tenía.
Y es que le habían contado que las mariposas del Jazmín de Enfrente andaban diciendo que él era sapo feúcho, feísimo y refeo. 

—Feúcho puede ser— dijo, mirándose en el agua oscura, —pero tanto como refeo… Para mí que exageran… Los ojos un poquitito saltones, eso sí. La piel un poco gruesa, eso también. Pero ¡qué sonrisa! 

Y después de mirarse un rato le comentó a una mosca curiosa pero prudente que andaba dándole vueltas sin acercarse demasiado: 

—Lo que a mí me faltan son colores. ¿No te parece? Verde, verde, todo verde. Porque pensándolo bien, si tuviese colores sería igualito, igualito a las mariposas. 

La mosca, por las dudas, no hizo ningún comentario. 
Y Humberto se puso la boina y salió corriendo a buscar colores al Almacén de los Bichos. 
Timoteo, uno de los ratones más atentos que se vieron nunca, lo recibió, como siempre, con muchas palabras: 

—¿Qué lo trae por aquí, Humberto? ¿Anda buscando fosforitos para cantar de noche? A propósito, tengo una boina a cuadros que le va a venir de perlas. 
—Nada de eso, Timoteo. Ando necesitando colores. 
—¿Piensa pintar la casa? 
—Usted ni se imagina, Timoteo, ni se imagina. 

Y Humberto se llevó el azul, el amarillo, el colorado, el fucsia y el anaranjado. El verde no, porque ¿para qué puede querer más verde un sapo verde? 

En cuanto llegó al charco se sacó la boina, se preparó un pincel con pastos secos y empezó: una pata azul, la otra anaranjada, una mancha amarilla en la cabeza, una estrellita colorada en el lomo, el buche fucsia. Cada tanto se echaba una ojeadita en el espejo del charco. 

Cuando terminó tenía más colorinches que la más pintona de las mariposas. Y entonces sí que se puso contento el sapo Humberto: no le quedaba ni un cachito de verde. ¡Igualito a las mariposas! 
Tan alegre estaba y tanto saltó que las mariposas del Jazmín lo vieron y se vinieron en bandada para el charco. 

—Más que refeo. ¡Refeísimo!— dijo una de pintitas azules, tapándose los ojos con las patas. 
—¡Feón! ¡Contrafeo al resto!— terminó otra, sacudiendo las antenas con las carcajadas. 
—Además de sapo, y feo, mal vestido— dijo una de negro, muy elegante. 
—Lo único que falta es que quiera volar— se burló otra desde el aire. 

¡Pobre Humberto! Y él que estaba tan contento con su corbatita fucsia. 
Tanta vergüenza sintió que se tiró al charco para esconderse, y se quedó un rato largo en el fondo, mirando cómo el agua le borraba los colores. 
Cuando salió todo verde, como siempre, todavía estaban las mariposas riéndose como locas. 

—¡Sapo verde! ¡Sapo verde! 

La que no se le paraba en la cabeza le hacía cosquillas en las patas. 
Pero en eso pasó una calandria, una calandria lindísima, linda con ganas, tan requetelinda, que las mariposas se callaron para mirarla revolotear entre los yuyos.
Al ver el charco bajó para tomar un poco de agua y peinarse las plumas con el pico, y lo vio a Humberto en la orilla, verde, tristón y solo. Entonces dijo en voz bien alta: 

—¡Qué sapo tan buen mozo! ¡Y qué bien le sienta el verde! 

Humberto le dio las gracias con su sonrisa gigante de sapo y las mariposas del Jazmín perdieron los colores de pura vergüenza, y así anduvieron, caiduchas y transparentes, todo el verano.

Graciela Montes

Episodio 4 del podcast Cuentos para tejer sueños

En este episodio de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos ‘El color de los pájaros’

Al principio de los tiempos, todos los pájaros del mundo eran de color marrón, hasta que eligieron pintar sus plumas de brillantes y alegres colores… menos uno. ¡Escucha qué sucedió!

En el episodio 4 del podcast Cuentos para tejer sueños escuchamos el cuento tradicional oriental intitulado El color de los pájaros. Al principio de los tiempos, todos los pájaros del mundo eran de color marrón, hasta que eligieron pintar sus plumas de brillantes y alegres colores... menos uno. ¡Escucha qué sucedió!

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Episodio 4 del podcast Cuentos para tejer sueños: El color de los pájaros

Al principio de los tiempos todos los pájaros eran de color marrón, sólo se diferenciaban en el nombre y la forma. Pero sintieron envidia de los colores de las flores y decidieron que llamarían a la Madre Naturaleza para que les cambiara de color. Ella estuvo de acuerdo, pero les puso una condición: tendrían que pensar muy bien el color que cada uno quería porque solamente podrían cambiar una vez. 

La encargada de comunicar la noticia por todo el planeta fue el Águila: 
—Aviso a todos los pájaros. Reunión con la Madre Naturaleza para cambiar de color la próxima semana en el Claro del Bosque —gritaba mientras volaba. 

Los pájaros pasaron una semana muy nerviosos, pensando cuál sería el color que iban a elegir. Llegado el gran día, todos se reunieron muy alborotados alrededor de la Madre Naturaleza. La primera que se decidió fue la Urraca: 
— Quiero ser negra con algunas plumas de tono azul cuando les dé el sol, blanco el pecho y blanca la punta de las alas. 
La Madre tomó su paleta y la coloreó, mientras el resto de los pájaros comentaban lo elegantes que eran los colores elegidos por la Urraca. 
El Periquito fue el siguiente en elegir: 
—Yo quiero manchas blancas, azules y amarillas por todo el cuerpo. Todos estuvieron de acuerdo en que esos colores le favorecían mucho. 
El Pavo Real se acercó contorneándose y con su voz chillona pidió: 
—Para mi hermosa cola quiero colores que se vean desde muy lejos: azules, verdes, amarillos, rojos y dorados. 
Los demás pájaros sonrieron ya que conocían lo presumido que era el Pavo Real. 
El Canario se acercó veloz: 
—Como me gusta mucho la luz, quiero parecerme a un rayo de sol. Píntame de amarillo. 
El Loro llegó chillando: 
—Para que el resto de los animales me puedan ver, quiero que me pongas los colores más llamativos de tu paleta. 
Todos pensaron que era muy atrevido al elegir esos colores, pero el Loro se alejó muy contento. 

Poco a poco, el resto de los pájaros fueron pasando por las manos de la Madre Naturaleza. 

Cuando los colores de la paleta se habían acabado y los pájaros lucían orgullosos sus nuevos vestidos, ella recogió sus utensilios de pintura y se dispuso a volver a su hogar. Pero de repente una voz le hizo volver la cabeza. Por el camino venía corriendo un pequeño Gorrión: 
—Espera, espera, por favor —gritaba—, todavía falto yo. Estaba muy lejos y he tardado mucho tiempo en llegar volando. Yo también quiero cambiar de color. 

La Madre Naturaleza le miró apenada: 
—Ya no quedan colores en mi paleta. 
—Bueno, no pasa nada —dijo el Gorrión tristemente mientras se alejaba cabizbajo por el camino—, de todas formas el color marrón tampoco está tan mal. 
—Espera —gritó la Madre Naturaleza—, he encontrado una pequeña gota de color amarillo en mi paleta. 
El Gorrión se acercó corriendo muy contento. La Madre Naturaleza mojó su pincel en la gota y agachándose tiernamente le pintó una pequeñísima mancha en la comisura del pico. 

Por eso, si te fijas detenidamente en los gorriones, podrás descubrir el último color que la Madre Naturaleza utilizó para colorear a todas las aves del mundo.

cuento tradicional oriental

Episodio 3 del podcast Cuentos para tejer sueños

En este episodio de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos ‘Cuento con Odos’

Si aún no has oído hablar de los Odos, en este cuento conocerás un poco mejor estos pequeños y simpáticos personajes.

En el tercer episodio del podcast cuentos para tejer sueños escuchamos el relato intitulado Cuento con Odos de Graciela Montes. Si aún no has oído hablar de los Odos, en este cuento conocerás un poco mejor estos pequeños y simpáticos personajes.

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Episodio 3 del podcast Cuentos para tejer sueños: Cuento con Odos

Algunos datos acerca de los odos:

* Los odos son chiquitos. 
* Los odos usan flequillo y zapatos redondos. 
* Los odos juegan al fútbol con arvejas. 
* Los odos viven en latitas de azafrán. 
* La mayor parte de los odos viven en el Fondo del Jardín o en el Terreno de Enfrente. 
* Los odos comen pasto. También toman mate. 
* Los odos no vuelan. 
* Es muy común ver a un odo sentado arriba de un trébol petiso. 
* Cuando saludan, los odos dicen: AO. 
* Cuando están asustados, los odos dicen: LU. 
* Las primeras historias de odos —Nicolodo viaja al País de la Cocina, Así nació Nicolodo y Teodo— fueron publicadas por el Centro Editor de América Latina en la colección Cuentos del Chiribitil. 
Sanchodo Curador.

Aunque parezca mentira, hasta el odo más pintado se lastima a veces o se enferma. Así que en el Fondo del Jardín, en el Terreno de Enfrente (y en cualquier otro oderío como la gente), además de odos carpinteros y odos pintores, de odos mecánicos, de musicodos, de odos viajeros y de inventodos tímidos, hay algunos doctodos que se ocupan de curar. 
Por ejemplo: un odo aventurero que llega de su viaje con moretones y raspones se va enseguida a la latita de azafrán del doctodo Dos, que le pone vendas y le hace sana sana.
En cambio, los odos con dolor de panza de tanto comer trébol y ligustrina se van corriendo a ver al doctodo Tres para que les haga un té de margarita.

Pero cuando un odo está violeta o verde limón lo mejor que puede hacer es ir cuanto antes a la casa de Sanchodo Curador. 

Como bien se sabe, cuando a un odo le viene la tristeza primero pone cara de triste, después llora hojitas y termina por ponerse verde limón. En cambio los odos asustados primero ponen cara de asustados, después dicen LU y después se ponen violeta violeta. Y el único que sabía qué hacer con un odo violeta o verde limón era Sanchodo Curador. 

Primero se acomodaba bien los anteojos (que, como los odos tienen poca nariz, siempre se les andaban cayendo), después miraba bien bien, le hacía un mimo en el flequillo al enfermo y preguntaba: 
—¿Y usted por qué anta tan tristón, amigo? 
O si no: 
—¿Qué le pasa que se lo ve tan asustado, compañero? 
Y ahí nomás el odo empezaba a perder verde limón o a perder violeta y se le iba pasando la tristeza y el susto mientras contaba y contaba. Después, un caldito de helecho y a casa. Así siempre. 

Pero un día Sanchodo Curador tuvo que vérselas con un caso muy difícil. Estaba tomándose unos mates con Teodo, en la puerta de la lata, cuando de pronto la ve a Odana, que venía corriendo a todo lo que le daban los zapatos y gritando: 
—¡Don Sanchodo, don Sanchodo! ¡Si usted viera! 
—¿Qué pasa, Odana? —preguntó Sanchodo Curador bajándose del trébol. 
—Odosio está metido debajo de una piedra, más violeta que no sé qué, y no dice nada, nada más que LU LU LU todo el tiempo. Me parece que es grave, don Sanchodo. 

Cuando llegaron a la piedra ya estaban reunidos el grillo Gardelito, Nicolodo, la Mariposa del Jazmín, tres vaquitas de San Antonio que venían de hacer las compras y cuatro odos chicos que estaban jugando al fútbol en la canchita del malvón. 

Claro que todos se hicieron a un lado cuando lo vieron venir a Sanchodo Curador. Al fin de cuentas era el único que sabía algo de odos asustados. 
Sanchodo se acomodó los anteojos, miró lo mejor que pudo el pedacito de Odosio que se veía debajo de la piedra y dijo, como siempre: 
—¿Qué le pasa que se lo ve tan asustado, compañero? 

Pero Odosio no estaba para contestar preguntas. Lo único que se oyó fueron tres LUS y dos suspiros. 
—Lo habrá asustado algún sapo —sugirió Gardelito. 
—O un grillo burlón —le retrucó Humberto, el sapo. 
—O un gusano con careta. 

Sanchodo Curador se acariciaba las orejas porque estaba pensando con mucha fuerza. 
—Hay que averiguar —dijo por fin—. Y para averiguar hay que ir. Y de ir, mejor que vayamos todos, así no nos asustamos. 

Entonces Renato, el gusano, se metió debajo de la piedra y le preguntó a Odosio dónde se había asustado y Odosio dijo LU LU LU LU LU, como cinco veces, y señaló hacia el Patio. 

Ese mismo día se pusieron en marcha nueve odos, dos grillos, tres vaquitas de San Antonio y cuatro gusanos. Por suerte el sapo Humberto también iba, haciendo de colectivo, así que tanto no tardaron. 

Cuando llegaron a la Frontera de los Rosales, Sanchodo Curador les dijo a todos que se bajaran de Humberto y que siguieran a pie, despacito y agarrados de la mano, para no ponerse violetas. Y despacito despacito, a pasito de odo, a salto de grillo y a panzada de gusano, llegaron hasta la primera baldosa. Allí empezaba el Desierto del Patio. 

De pronto todos los odos gritaron LU y los grillos y los gusanos y las vaquitas de San Antonio y el sapo Humberto, que no sabían gritar LU, dijeron ¡Oia! Porque ahí no más, tomando sol como si tal cosa, estaba el gato Pato con todos sus bigotes. 

Violeta lo que se dice violeta no se pusieron, pero un poco lila sí. Y no es que el gato Pato fuese un gato demasiado grande, pero hay que tener en cuenta que los odos son tirando a muy chicos. 

Sanchodo Curador se dio cuenta de que tenía que pasar al frente, y se adelantó una baldosa roja. Y después otra blanca. Y después otra roja. Y cuando estaba casi casi al lado de los bigotes, el dueño de los bigotes abrió un ojo verde. A Sanchodo le pareció el portón de un garage. Y justo cuando estaba por ponerse violeta violeta el portón volvió a cerrarse. 

Sanchodo se acomodó los anteojos, se peinó el flequillo y dijo: 
—Este gato no es para asustar a nadie. 

Y mientras volvián al Fondo, montados en Humberto, pensaba que un día de ésos iba a volver al Desierto del Patio, para preguntarle al gato qué se opinaba por allí del caldo de helecho tibio.

Graciela Montes

Episodio 2 del podcast Cuentos para tejer sueños

En este episodio de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos ‘Las medias de los flamencos’

Hace mucho pero mucho tiempo, los flamencos lucían sus largas patas de color blanco… ¡Descubramos por qué ahora las tienen rosas!

episodio 2 del podcast cuentos para tejer sueños de Luciana Guadalupe Torre y los Sonialitas. Cuento Las medias de los flamencos

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Episodio 2 Cuento Las medias de los flamencos

Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos y a los yacarés, y a los pescados. Los pescados, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río los pescados estaban asomados a la arena y aplaudían con la cola. 
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de bananas y fumaban cigarrillos paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de pescado en todo el cuerpo y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los pescados les gritaban haciéndoles burla. 
Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada como un farolito una luciérnaga que se balanceaba. 
Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas levaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás. 
Y las más espléndidas de todas eran las víboras de coral que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, blancas y negras y bailaban como serpentinas. Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos. 

Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido como adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia. 
Un flamenco dijo entonces: 
—Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.

Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo. 
—¡Tan-tan! —pegaron con las patas. —¿Quién es? —respondió el almacenero.
—Somos los flamencos. ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
—No, no hay —contestó el almacenero—. 
¿Están locos? En ninguna parte va a encontrar medias así. 
Los flamencos fueron entonces a otro almacén. 
—¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras? 
El almacenero contestó: 
—¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte.
Ustedes están locos. ¿Quienes son? 
—Somos los flamencos —respondieron ellos. Y el hombre dijo:
—Entonces son con seguridad flamencos locos.
Fueron a otro almacén.
—¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritó:
—¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida! Y el hombre los echó con la escoba. 

Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos. Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río, se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
—¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras. 
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron: 
—¡Buenas noches lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros. 
—¡Con mucho gusto!—respondió la lechuza—. Esperen un segundo, y vuelvo en seguida. 
Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado. 
—Aquí están las medias—les dijo la lechuza—. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar. 
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras de coral, como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile. 

Cuando vieron a los flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos, únicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias. 
Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien. 

Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de las víboras es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar aunque estaban cansadísimos y ya no podían más. 
Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados. 

Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con el cigarro de un yacaré, se tambaleó y cayó de costado; En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos, y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná. 
—¡No son medias! —gritaron las víboras—. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral! 

Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas, y les mordían también las patas, para que murieran.
Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas. Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de media, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.
Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido, eran venenosas. 

Pero los flamencos no murieron, corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor. Gritaban de dolor, y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.

Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas. 
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por la tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua.
A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla. 

Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los pescados saben por qué es y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pescadito se acerca demasiado a burlarse de ellos. 

Horacio Quiroga

Episodio 1 del podcast Cuentos para tejer sueños

En este episodio de Cuentos para Tejer Sueños
compartimos ‘La PlaPla’

¿Estás seguro que cuando escribes, todas las letras se quedan quietas sobre el papel?… ¡Averigüémoslo!

episodio 1 del podcast cuentos para tejer sueños de Luciana Guadalupe Torre y los Sonialitas. Cuento la pla pla

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Episodio 1 de Cuentos para tejer sueños: LA PlaPla

Felipito Tacatún estaba haciendo los deberes. Inclinado sobre el cuaderno y sacando un poquito la lengua, escribía enruladas “emes”, orejudas “eles” y elegantísimas “zetas”. De pronto vio algo muy raro sobre el papel.
–¿Qué es esto?, se preguntó Felipito, que era un poco miope, y se puso un par de anteojos. Una de las letras que había escrito se despatarraba toda y se ponía a caminar muy oronda por el cuaderno.
Felipito no lo podía creer, y sin embargo era cierto: la letra, como una araña de tinta, patinaba muy contenta por la página.
Felipito se puso otro par de anteojos para mirarla mejor.
Cuando la hubo mirado bien, cerró el cuaderno asustado y oyó una vocecita que decía:
–¡Ay!
Volvió a abrir el cuaderno valientemente y se puso otro par de anteojos y ya van tres.
Pegando la nariz al papel preguntó:
–¿Quién es usted señorita?
Y la letra caminadora contestó:
–Soy una Plapla.
–¿Una Plapla?, preguntó Felipito asustadísimo, ¿qué es eso?
–¿No acabo de decirte? Una Plapla soy yo.
–Pero la maestra nunca me dijo que existiera una letra llamada Plapla, y mucho menos que caminara por el cuaderno.
–Ahora ya lo sabes. Has escrito una Plapla.
–¿Y qué hago con la Plapla?
–Mirarla.
–Sí, la estoy mirando pero… ¿y después?
–Después, nada.
Y la Plapla siguió patinando sobre el cuaderno mientras cantaba un vals con su voz chiquita y de tinta.

Al día siguiente, Felipito corrió a mostrarle el cuaderno a la maestra, gritando entusiasmado:
–¡Señorita, mire la Plapla, mire la Plapla!
La maestra creyó que Felipito se había vuelto loco.
Pero no.
Abrió el cuaderno, y allí estaba la Plapla bailando y patinando por la página y jugando a la rayuela con los renglones.
Como podrán imaginarse, la Plapla causó mucho revuelo en el colegio.

Ese día nadie estudió.
Todo el mundo, por riguroso turno, desde el portero hasta los nenes de primer grado, se dedicaron a contemplar a la Plapla.
Tan grande fue el bochinche y la falta de estudio, que desde ese día la Plapla no figura en el Abecedario.

Cada vez que un chico, por casualidad, igual que Felipito, escribe una Plapla cantante y patinadora la maestra la guarda en una cajita y cuida muy bien de que nadie se entere.

Qué le vamos a hacer, así es la vida.
Las letras no han sido hechas para bailar, sino para quedarse quietas una al lado de la otra, ¿no?

Autor: María Elena Walsh – Cuentopos de Gulubú 
Fecha de publicación original: 1967